Y los buñuelos
ensartados, y los pestiños y mantecados. Que vivan las galletas María, las de
toda la vida y las torrijas.
Ya estamos rodeados,
no hay escapatoria. Donde vayas te encuentras asediada por dulces de todas las
clases, cubiertos de papeles de colores o dorados; en cajas presentadas con
esmero, o a simple vista porque están tan ricos que no necesitan más. Pronto
serán las fiestas y habrá que celebrarlo.
Yo miro de
reojo, cada vez que voy al súper, esas reliquias navideñas, evitando la
tentación de comprarlas. Por mí podrían venderlas todo el año, porque me
encantan , aunque hoy en día sea un pecado mencionarlo. En la era de las dietas,
del vientre plano, de caderas y cintura en línea recta, decir que te encanta
merendar un dulce es prohibitivo, pero sin embargo, ¿seré la única que lo
hace?...
Después está
la reliquia por excepción, los famosos churros con chocolate, negro, denso y
caliente. Y es que no hay nada mejor que pasar una tarde de domingo comiendo
unos churritos calentitos acompañados de un tazón de tan preciado mejunje. ¿Y
el subidón que te entra cuando se mezcla en tu boca lo dulce con lo crujiente?,
es un subidón de alegría, de endorfinas o qué se yo, pero sales del
establecimiento con ganas de comerte el mundo. Después ya pensaré si ceno o no,
pero mi ración, que no me la quite nadie.
Por eso digo:
¡¡QUE VIVAN LOS CHURROS CON CHOCOLATE!!!
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