Aquel día sería el
último, se lo prometió a sí misma y a nadie más. Dejaría de ir de hombre en
hombre y de error en error. El terror que sintió antes del desmayo había sido
suficiente y el temor de perder a una amiga había sido tan doloroso que sintió
la verdadera esencia de al vida. ¿Cómo podía querer tanto a aquella mujer con
la que discutía continuamente?, para ella significaba más que su propia
familia.
Cuando despertó
volvió a escuchar el mensaje para asegurarse de que estaba bien. Sí, era ella,
estaba viva y la mujer de la sala forense no.
Ernesto había sido muy amable, incluso demasiado, pero ella necesitaba
en ese momento compañía y no lo pudo rechazar.
-Te llevo a casa,
no puedes conducir en tu estado.
Macarena lo miró,
ya se había puesto la chaqueta y no aceptaría un no. Se dejó llevar sin hablar.
Yacky les saludó nada más entrar con el escudillo en la boca.
-Pobre-murmuró-se
me olvidó dejarte comida.
Se dirigió a la
cocina, sacó un trozo de pechuga que aún conservaba en el frigorífico y algo de
pienso. Lo devoró todo en dos minutos.
Ernesto la miraba
hacer, apoyado en la pared. Seguía sonriendo, de esa forma franca y abierta que hace que una persona
tenga un atractivo irracional.
-¿Quieres tomar
algo?-le preguntó Macarena.
-Sí, si tu quieres, después de la noche que hemos pasado, ¿verdad?
Ella abrió de nuevo
el frigorífico; podría hacer unos bocadillos de jamón o queso y tenía vino.
Ernesto se quitó la
chaqueta y cortó el pan, después sacó queso y sirvió las dos copas de vino.
Realmente lo hizo él todo mientras ella miraba.
-Tienes una casa
muy bonita.
-Sí, pero es de
alquiler. Si la tuviera que comprar no sé si tendría el dinero suficiente.
Él miró hacia el
patio, solado con bellas lozas de cerámica azul y roja.
-Pues podrías
ponerla muy bonita. Fíjate el patio que tienes, de estilo andaluz, pero vacío.
Necesitas plantas.
Ella sonrió. Ambos
se sentaron en el salón, delante del televisor.
-Para plantas estoy
yo. Con él tengo suficiente-y señaló al perro, que esperaba ansioso a que
cayera alguna migaja.
Ernesto se recostó
hacia atrás en el sofá y la miró fijamente. Ella subió los pies y él se los
acarició.
-¡Que situación más
típica!, me acaricias los pies y después qué…
Él se inclinó y la
beso.
Macarena rió y se
abrazó a él con fuerza. Volvió a llorar, desconsoladamente. Esa noche se había
abierto una herida aún sin cerrar y el recuerdo todavía le dolía. Lloraba por
su madre, por la familia que siempre había querido y no tenía, por la chica de
25 años que murió sin que pudiera hacer nada, lloró por la que creía había sido
la muerte de su amiga Mercedes, lloro por la soledad que sentía.
-Hoy sólo quiero
dormir, ¿lo entiendes, verdad?
Juntos fueron al
dormitorio y ella se acostó, sin quitarse la ropa.
-Abrázame, por
favor, no te vayas.
Se quitó los
zapatos y se tendió a su lado, abrazándola tan fuerte como pudo. Así quedaron
dormidos. Ella sentía su calor y su respiración, tranquila y profunda, y le
gustó. Era la primera vez que dormía en paz en mucho tiempo.
Así pasaron siete
horas, hasta que el teléfono sonó.
-¿Sí?
Era Marion, su voz
parecía preocupada y alegre al mismo tiempo.
-Macarena, te tengo
que contar tantas cosas. Demasiadas para hacerlo por teléfono. Además, está lo de
Mercedes.
Ella se incorporó.
-¿Le ha pasado
algo?
-No, no, no es a
ella. Es el pequeño Fernando, está enfermo. Bueno, ya te lo explicará. Es que
pensaba que deberíamos estar con ella en este momento.
-Sí, por supuesto.
¿Están en casa?
-No, en el Hospital
del Sur, ¿sabes dónde es?
Macarena se
extrañó, Mercedes tenía el pediatra en su Clínica.
-Sí, sí. Nos vemos
allí entonces.
-A las ocho, ¿te
parece bien?
-Sí, falta media
hora pero no estoy lejos.
Se metió en la
ducha y dejo caer el agua caliente por su cuerpo aún cansado. Él seguía
durmiendo y no quería despertarlo, así que le dejó una nota.
“Quédate si
quieres, estás en tu casa”. Típica frase que se decía a veces aunque no se
sintiera, pero ésta vez sí que la sentía. Ahora que lo observaba más despejada,
lo vio dulce y sexy al mismo tiempo y se arrepintió de no haberse acostado con
él.
Se puso el chándal
y cogió el bolso. Volvió a echarle comida a Yacky y salió disparada, en el volkswagen
azul de Ernesto, hacia el Hospital. Ya tendría tiempo de recoger su coche. ¿Qué
le habría pasado a su amiga?, ¿tan grave sería lo de su hijo?.
-No quería
preocuparte más de lo necesario-le dijo-pero Fernando está muy mal, ya nos
contará Mercedes. Me ha dicho que ahora está tomando algo.
Cuando la vieron a
lo lejos, sentada en la última mesa, toda despeinada y los ojos emanando
tristeza como una fuente agua, supieron que era peor de lo que pensaban.
Se abrazó a ellas con
desesperación.
-¡Menos mal que habéis
venido!, me ahoga todo esto.
Se pidieron unos
refrescos. Las tres fusionaron sus manos en una sola.
-Pero cuéntanos,
¿qué ha pasado?
Mercedes lo contó todo. Su alegría al haber ayudado a Marion a tener a su niña, que María traería en unos días de la India. Que quería celebrarlo haciendo las paces con ella y que su hijo enfermó. Que los médicos ya habían confirmado que sería hipertensión pulmonar, que ya había buscado en Google y el pronóstico no era bueno. Que aquello no le podía estar pasando a ella, que sería un castigo por ser mala madre y peor persona. Y lloró amargamente, mientras Marion y Maca se miraban en silencio y le daban esperanzas para algo que quizás no tenía remedio.
Y así permanecieron
media hora, sin decir nada y en silencio. Mercedes miraba por la ventana como
las estrellas brillaban en un cielo demasiado limpio para ser de ciudad.
-¿Sabéis lo que me
ha dicho Manu?
Ambas se miraron,
no sabían de quien hablaba.
-Que los ángeles te
envían mensajes. Que en días como éste, las estrellas son ángeles que te llaman
o algo así.
Maca sonrió con
tristeza.
-Sí, puede ser.
¿Quién es Manu?
Los ojos de
Mercedes la miraron, estaban más verdes que nunca y más vidriosos también. Ya
no lloraban pero se encontraban rojos e hinchados.
-Es el celador,
creo.
En ese momento un
hombre grande y moreno se acercó a la mesa. Llevaba una bandeja en la mano.
-¿Se encuentra
mejor?
-Sí, sí Manu. Mira,
son mis amigas, han venido a verme. Son todo un apoyo para mí.
-Pues me alegro.
Y se alejó para
sentarse en una mesa solo, mientras no paraba de mirar a Mercedes con
insistencia.
-Pues sí, es el
celador. Y no para de mirarte.-Maca le guiñó un ojo a su amiga. Sabía que no
era momento de bromas, pero sólo quería arrancarle una sonrisa y lo consiguió.
-¿Puedes quedarte
con los niños, Marion?, no quiero dejarlos otra noche aquí y bueno, no tengo a
nadie más que pueda hacerlo.
Macarena no se
sintió dolida, sabía que podía contar con ella pero tenía horarios disparatados
y ajustados, lo que hacía difícil quedarse con ellos toda una noche.
-No te preocupes,
bájalos y me los llevó.
Se despidieron en
el aparcamiento. Cuando Marion se hubo marchado con los pequeños, Mercedes y
ella quedaron solas frente a frente.
-Te he echado de
menos-le dijo.
-Yo también.
Necesitaba alguien que diera cordura a todo esto. ¿Crees que es grave?
Maca hubiera querido
decir que no, que en un noventa y nueve por ciento se curaban, pero no era
cierto. Sin embargo, le dio esperanza.
-Hay que esperar
los resultados finales y ver que grado de hipertensión tiene. Pero hay muchas
probabilidades de que sea leve y, en ese caso..
-¿En ese caso?, ¿a
qué te refieres?-los ojos se le salían de las órbitas. Otra vez sin tacto, demasiado
franca, aunque ¿no era eso lo que quería Mercedes?
-No te preocupes,
por favor, él te necesita ahora. Yo vendré mañana y hablaremos con los médicos.
Y la abrazó con
fuerza. Le sacaba una cabeza y rodeó el cuerpo de su amiga como si de una niña
se tratara.
Mientras se alejaba
con el coche, vio como le decía adiós con la mano, en una aptitud casi
hipnótica, como si no fuera ella. Sintió una pena tan grande que le dolió el
estómago. Su amiga no estaba bien.
-No faltaré ningún
día. Mañana estaré con ella todo el tiempo que pueda. Hablaré con quien tenga
hablar, puede que se hayan equivocado en el diagnóstico.
Cuando llegó a
casa, Ernesto estaba despierto y veía la televisión, con Yacky en sus piernas.
-Veo que te has
acomodado.
Él se levantó
avergonzado.
-Es una broma, me
alegra verte.
Y ambos se
volvieron a sentar.
-¿Has podido ver a
tu amiga?
Ella echó su cabeza
hacia atrás y resopló.
-Sí, pero no está
bien. ¿Cómo sabes a qué he salido?
Ernesto se inclinó
sobre ella y la beso. Comenzó a acariciarle la nuca y bajo hacia su cintura,
metiendo las manos debajo de la camiseta. Después llegó a sus pechos. Era dulce
y tierno. Ella se dejó hacer.
-Cosas de hombres.
Lo supuse por la preocupación que tenías ayer.
No subieron al dormitorio.
Allí, en el sofá, ante la mirada atenta de Yacky, que se cansó de ser
espectador y se marchó a su cesta. Sintió éxtasis y placer, sintió que algo se
removía en sus entrañas. Pensó que quizás era eso el amor de verdad.
Terminaron
durmiendo de nuevo abrazados, pero esta vez desnudos.
Ella notaba el latir de
su corazón en su espalda. Él la besó una y otra vez hasta que ella se abandonó
hacia un sueño profundo, dónde un tiovivo daba vueltas sin parar. No había
niños, ni gente alrededor, pero sentía voces aunque no sabía muy bien de donde
provenían. La música era antigua y se fijó que el carrusel. Los caballos y
carruajes eran hermosos y de vistosos colores. Se paró y ella montó en uno de
ellos. Volvió a dar vueltas. Disfrutaba como una niña. Cerró los ojos, recordando
tiempos de su infancia, donde eran su madre, ella y nadie más. Cuando los
abrió, un hombre delgado de avanzada edad se había sentado en el caballo de al
lado.
-¿Quién es usted?
-¿No lo sabe?-le
preguntó.
El hombre sonreía
con sus dientes mellados. Tenía la piel arrugada y oscura. El pelo blanco,
largo y brillante. En una de las manos llevaba una especie de vara.
El carrusel paró y
la música también. El anciano le acarició el rostro con su mano antes de desaparecer.
-Tienes que volver-le
dijo.
Y despertó con una
extraña sensación de abandono. Ernesto seguía abrazándola pero no se encontraba
bien. Le dolía el estómago y sentía náuseas. Fue al cuarto de baño y vomitó.
Era la primera vez en mucho tiempo. Sólo con las primeras borracheras de
adolescente, lo había hecho un par de veces. Después nada. Aquello era extraño
y supuso que algo le había sentado mal.
Eran las siete de
la mañana y no entraría a trabajar hasta las tres. Tenía tiempo de averiguar el
grado de enfermedad de Fernando. Llamó al Hospital y se identificó como su
pediatra, así supo que ya estaban los resultados, por lo menos el ecocardiograma
y el cateterismo.
Salió tan rápido
como pudo, no sin antes besar a Ernesto que dormía profundamente y dejarle una
nueva nota. Cuando llegó al Hospital, Mercedes la esperaba con el alma en vilo,
esperando que la interpretación de su amiga fuera más clara y optimista. Pero
no fue así, Macarena se debatía en como decirle que el grado de hipertensión
era severo, que la media de vida eran diez años, que no había cura y que
tendría que tomar medicamentos de por vida.
La encontró en la
puerta, fumando con nerviosismo y acompañada de Manu, el celador, que se alejó
en el momento que la vio llegar.
-Has hablado con
ellos, ¿verdad?, me lo han dicho.
-Sí, ya lo he
hecho-y la besó en la mejilla.- ¿Porqué no entramos a la cafetería y hablamos?,
tienes que comer algo.
Mercedes tiró el
cigarrillo y se cruzó de brazos.
-No, mejor no. Ya
me he tomado dos cafés, estoy de los nervios. Los médicos nos han dicho todo lo
que nos tenían que decir-la miró a los ojos-, yo sólo quiero que me des
esperanza.
Macarena resopló y
le dijo la verdad. Intentó evitar los detalles más dolorosos, resumiéndolo en
palabras que fueran comprensibles para alguien que no perteneciera al mundo de
la medicina. También le ocultó que la esperanza de vida pudiera ser corta. No
necesitaba saberlo y los médicos tampoco se lo habían referido. Después de
todo, podía haber algún adelanto en todo ese tiempo que consiguiera la cura.
Subieron a la
habitación, David estaba allí , tan cansado y ojeroso como ella. La saludó con
la mano y salió de la habitación. Quizás estaba avergonzado por lo que ocurrió
entre ellos. Pero a su amiga parecía no importarle la situación y, para ser
francos, a ella tampoco. Hacía un tiempo que ya lo había olvidado. Nunca fue
amor, sólo dependencia.
Fernando sonreía y
dibujaba en su libreta. Le echó los brazos y ella lo besó.
-Me quedaré
contigo, toda la mañana, mi turno es de tarde. Marion traerá después a los
niños, cuando salgan del colegio.
Y ambas
permanecieron sentadas y cogidas de la mano, en silencio, mientras observaban
como el pequeño jugaba ajeno a su mal.
-He conocido a
alguien-le dijo.
- ¿Sí, a
quién?-respondió Mercedes aliviada por que desviara su pensamiento hacia un
tema banal.
- Es un anestesista
que trabajó conmigo anteayer, en urgencias. Hemos pasado todo un día y una
noche juntos.
-Pues es algo nuevo
para tí, ¿no estará casado?, ¿te has asegurado bien, verdad?
Y ambas rieron.
-Claro, amiga. Le
pedí el libro de familia.
-Algún día
encontrarás a alguien, lo sé.
Y volvieron al
silencio.
Se fue pasadas las
dos, sin comer nada. Aún tenía náuseas y en su cuerpo no entraba nada. Se
despidió con un abrazo sincero y un “verás que pronto esto quedará en un
recuerdo, y Fernando es fuerte y saldrá de esta”; aunque cree que no surtió
efecto, porque tanto Mercedes como David la miraron con media mueca intentado
aparentar una sonrisa.
Cuando se dirigía
en coche a la clínica, el teléfono sonó y puso el manos libres.
-¿Macarena
Guijón?-eran una voz de mujer con un acento que no supo identificar.
-Sí, ¿quién es?
-¿No me recuerdas?,
soy tu tía Emilia, la hermana de tu padre.
¿Emilia? , no la
había visto desde los diez años, cuando se despidió de toda la familia para
marchar a Argentina a cantar copla en un cabaret. Después, su padre, militar férreo,
no volvió a hablar nunca más de ella. Mujer liberal y abierta para su época, la
consideraron la oveja negra de la familia. Para ella siempre fue un mito, una
esperanza, una luchadora a la que idealizó durante mucho tiempo.
-Tía, cuanto tiempo
sin saber de ti. ¿Estás en España?
-Sí, hija. Por eso
te llamaba. Hace mucho tiempo que no hablas con tu padre, ¿verdad?
Ella no supo que
responder, así que calló.
-Ya, ya lo sabía.
No te preocupes, yo tampoco. Pero hace dos semanas me llamaron y tuve que
venir. Tu padre está muy enfermo. Deberías venir.
En su mente se
agolparon las imágenes de la última vez que lo vio, antes de marcharse de casa.
Recordó la discusión a gritos, los insultos que le profirió y que salieron de
su corazón a galope, sin orden alguno y que lo dejó sin palabras y a ella sin
aliento.
-Te odio-le
dijo-eres un ser maligno y deberías estar muerto. Te odio con toda mi alma. ¡No
te perdonaré nunca!.
Todo ello
acompañado de lágrimas y gritos. Su padre permaneció callado durante el
enfrentamiento y todo terminó con un portazo y la salida de ella de aquella
casa en la que todo le recordaba al sufrimiento de su madre.
-¿Estás ahí?
Macarena reaccionó.
-Sí, sí, tía. ¿Tal
mal está?
-Sí, me temo que
sí. Y sé que para ti es difícil, igual que para mí. No nos hablábamos desde
hacía mucho tiempo. Pero ahora somos lo único que tiene y le queda poco de
vida.
-Me importa un
bledo-dijo en voz alta, aunque sólo quería pensarlo.
-Por favor, hija,
no me dejes sola. Está mayor y cansado. Pregunta por ti constantemente. Tu
madre lo hubiera hecho-ahí la remató. Su madre estaba muerta por su culpa, ¿hubiera
acudido en su ayuda si se lo hubiera pedido?, seguramente sí, porque era buena
persona.
Y por ella, sólo
por ella, lo haría.
-Sí, tía, está
bien. Iré. ¿Sigue viviendo en la misma casa?
-Sí, te espero
entonces; ¿cuando vendrás?
Tenía que pedir
permiso en el trabajo, seguramente tres días serían suficientes, no quería
estar allí ni un día más.
-Mañana llegaré,
sobre las tres, hoy tengo trabajo.
-Está bien.
Cuídate. Te espero mañana entonces.
Cuando llegó a la
clínica se encerró en su consulta y comió unas cuantas galletas. Tenía tres
mensajes de Ernesto, pero no quería contestarle. Mañana le esperaban cuatro
horas de viaje hacia la costa. Un viaje hacia el paraíso para algunos, para
ella hacía el pasado oscuro que tanto le había costado olvidar. Dos días, eso
es, estaría solo dos días y volvería de nuevo a su vida.
Otra vez ese
revoltijo que se formaba en su vientre la hizo vomitar. ¿Qué habré tomado?-se
preguntó. Después vio la imagen de la mujer que tenía en el posters de la
consulta, con un bebé en brazos e intentó recordar la última vez que tuvo la
regla. La última vez que utilizó un tampón fue hace dos meses, lo repasó
mentalmente varias veces. ¿Cómo había sido tan estúpida?, estaba embarazada
pero ¿de quién?. Intentó pensar los hombres con los que había estado en esa
época y sólo había uno, Vicente, el jefe de cirugía. Sólo fueron unos minutos,
una noche. Algo rápido que no la satisfizo y que olvidó.
Pero ahí estaba el
resultado de su irresponsabilidad. Después pensó en el sueño que había tenido.
-Tienes que
volver-le había dicho el anciano.
Y sí, volvería,
llena de rencor y embarazada.
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