miércoles, 20 de noviembre de 2013

La paranoia


No puedo decir porque me gustas. No eres alto ni bajo, guapo ni feo, no sonríes demasiado ni tampoco das conversación. Eres una imagen en mi salón. Bien definida y clara, como la porcelana del armario. Reluces con la luz de la mañana y también con las de neón que asoman por la ventana cada noche, procedentes de la pizzería que tengo abajo.


Cada noche me esperas impaciente y cada mañana te despiertas antes que yo. Nunca me miras pero no me importa porque me escuchas con atención y eso es lo que necesito.

Al principio no entendía porque te dejé entrar en mi vida. Estabas solo, era de noche y la basura no era muy buena compañera. Me fijé en tus ojos, de color violeta y en tus dientes tan blancos que hacían daño a la vista. Te cogí de la mano y tu no rechistaste. Desde entonces tengo una ilusión en mi vida, ya no estoy sola. Ya no pierdo el tiempo entre tiendas , ante el miedo de encontrar sólo mi eco en un apartamento vacío. Sonrío en el trabajo, doy los buenos días con ilusión y dicen que ven un brillo nuevo en mi rostro.

He dejado de fumar, porque sé que te perjudica y que es peligroso. Cuando tengo miedo te abrazo y tú siempre consientes.

Ayer me llamaron mis padres y dicen que van a venir, será el momento ideal para presentarte.

A las nueve llamarán a la puerta y no quiero que te asustes, ellos no se lo esperan y harán muchas preguntas. He preparado cordero y ensalada, después de todo es una cena especial.

He elegido un vestido azul y zapatos planos, pero me he pintado los labios rojos carmesí.

Son las ocho y ya siento los pasos en la escalera. Sé que son ellos, los reconocería aunque no los viera. Los he escuchado durante años, mientras creían que estaba dormida, cuando el insomnio hizo mella en mi madre.

María abre la puerta emocionada y besa con desdén en la mejilla. Sus padres huelen a perfume caro y cigarrillos. Los dirige al salón y presenta a su prometido.

Es verdad que están asombrados, se miran sin entender nada.

-          Sé que es precipitado, pero es muy bueno conmigo. Me hace compañía y no me pide nada a cambio.

-          ¿Pero hija, no es normal…?

-          Sí mamá, sí que lo es, para mí sí.

 

Papá llama por teléfono mientras mi madre y yo discutimos. Pero tú sigues ahí, impasible, sin gritar ni alterarte como hacen ellos, con tu gran sonrisa y tus ojos violeta.

Me he puesto furiosa y he tirado la comida, siempre hacen lo mismo. Vienen a mi vida y la estropean, convierten lo blanco en negro y la luz en oscuridad.

No encuentro otra salida.

Oigo pasos rápidos en el pasillo, papá abre la puerta. Los hombres de blanco me atienden, creen que tengo una crisis nerviosa, no entienden que no soy yo, son ellos, los que deben ver la vida de otra manera.

Pero los tiene comprados, lo sé. Habrá sacado su chequera y habrá extendido una buena cantidad, la suficiente para mantenerme encerrada en una habitación con barrotes y sesiones de charla con doctores que no quieren ver más allá.

Esta mañana, la enfermera simpática me ha preguntado:

-          ¿Por qué le gusta tanto esta imagen? En la serie ni siquiera hace un gran papel.

Suspiro recordándote y le respondo que no sé porque me gustas. No eres alto ni bajo, guapo ni feo, no sonríes demasiado ni tampoco das conversación… pero me escuchabas y era lo que necesitaba.

Ahora sé que no eras de carne y hueso, pero para mí sí eras real, aunque diferente y nunca te olvidaré.

Está anocheciendo y ya no tomo medicación, pero te llevo muy adentro. Saldré fuera y volveré al trabajo, pero siempre soñaré con los días que estuvimos juntos, cuando nadie nos juzgaba. Conoceré a hombres que hablarán y besarán, pero en mi corazón siempre te recordaré.

De vez en cuando me preguntaré ¿Por qué lo hice? ¿Por qué me gustaste tanto? Y algún día no responderé, porque sabré que no existes; mientras, soñaré contigo todos los días.
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