viernes, 15 de noviembre de 2013

FUERA EL PESO


He escondido el peso debajo del sofá y ahí se ha quedado. En principio fue porque debía hacer ejercicios para rehabilitar la pierna, después de la operación, y quedó ahí olvidado una vez que ya no lo necesité.

De hecho, me he dado cuenta que soy mucho más feliz sin él. Antes estaba en el cuarto de baño, mirándome inquisitoriamente cada vez que iba al servicio o a ducharme. Claro está, no me podía resistir a montarme en él para después darme cuenta de que nunca estoy en el peso ideal o justo, según mi enfermera. Y es que estoy obsesionada desde que la visité. En principio sólo iba para tomarme la tensión, según mi doctor, porque así llevaría más control.

Pero ella hizo un chequeo completo. Me pesó, me midió, me puso vacunas que ni siquiera sé para que me servían: ahora hay muchas enfermedades tropicales, me dijo con voz chillona. Yo pensaba que para que las quería si no iba a viajar. Pero creo es hiperactiva porque mientras hablábamos, me plantó la inyección en el brazo como si nada, mirándome cómicamente con las gafas en la punta de la nariz. Incluso ella tuvo que comprobar después la etiqueta porque con tanto nerviosismo no estaba segura de lo que me había puesto. Me dijo también los kilos que me sobraban ( no diré cuantos) y la dieta que debía llevar. Hasta me prohibió el vinagre, me dijo que engordaba, ¿qué iba a comer ya?. Y yo quedé atónita,  porque creo que debo ser una anoréxica invertida, ya que me encuentro estupenda y no entiendo como siempre quieren ponerme a dieta.

Después dijo que pidiera cita para dentro de un mes y volvería a pesarme para ver si me había quitado algunos kilos.

Me compré el peso eléctrico que ahora tengo y todos los días lo usaba.  Llegó a convertirse en una obsesión. Me miraba en el espejo, me veía bien, pero era pesarme y  salir de mí deformidades como si fuera un monstruo. Hacía que saliera a la calle deprimida y acomplejada.

Sin embargo, desde que me lesioné y lo escondí debajo del sofá del salón, todo ha cambiado. Me veo guapa y ya no pienso en michelines. Me he aceptado tal como soy. No pienso en calorías cada vez que como, disfruto de la comida y como más sano.

Me encanta no tener la dictadura de ese aparatito acechándome todo el día.

Y que decir tiene, que no he vuelto a la consulta de la enfermera.

 
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