“A veces, las palabras no bastan para definir
un sentimiento, ni las miradas, ni los abrazos o la ausencia de ellos. A veces,
un sentimiento es tan profundo que ahoga cualquier medio de expresión.”
El
viaje sería largo, la estancia corta. Cogió galletas para el camino y varias
pruebas de embarazo de la farmacia. Ernesto la despidió con un beso y ella le
dio la llaves de la casa para que sacara a Yacky. Ese hombre se estaba ganando
un hueco en su hermético corazón. Llamó a Mercedes y le explicó que se
marchaba, después a Marion, a la que sintió lejana y triste.
-¿Te
pasa algo?-le preguntó.
Marion
tenía la voz contenida, de lágrimas y emociones.
-Sí y
me gustaría hablar con alguien.
Macarena
suspiró, le esperaban 500 km de viaje por carretera y le vendría bien ir distraída.
Puso el manos libres y encendió el motor.
-Estoy
preparada, me espera mucho viaje, cuéntame lo que quieras.
Y
Marion rompió a llorar. Balbuceó algo que Macarena no entendió, entre tanto
sollozo.
-¿Qué
dices?
-Que mi
vida es una mentira, Maca.
-¿A qué
te refieres?
-No
puedo, no puedo adoptar y no sé lo que hacer.
Macarena
circulaba por Castilla-La Mancha, en su volkswagen rojo. Sentía la brisa cálida
del final de la primavera entrando por la ventana. Los campos estaban secos,
ese año no había llovido demasiado.
-¿A qué
te refieres?, si estaba todo bien.
-Pero
ahora tendré que esperar un mes, ir a la India a recogerla, está en un
orfanato.
-¿No la
iba a traer María?
-No,
ahora no. No sé, parece que las autoridades lo han pensado mejor. Seguiré el
proceso normal, pero no puedo, no puedo Maca…
Y de
nuevo sollozos. Se podía sentir el corazón latiendo desbocado a través del
teléfono.
-Por
favor, Marion, me estás poniendo nerviosa, ¡dime de una vez lo que te pasa!
Silencios,
el ruido de los camiones al pasar, el zumbido irregular del viento.
-Mira-dijo
Maca-tranquilízate y me llamas más tarde si quieres.
-Más
tarde será tarde.
No
sabía lo que quería decir, pero prefería no saberlo, no sonaba bien.
-No
tengo dinero, ni recursos, mi vida es una ruina. Mi matrimonio es también una
ruina.
Macarena
pensó en Carlos, hacían la pareja perfecta, quizás demasiado.
-Pero
Carlos te adora.
Sentía
la ira de Marion a través del teléfono.
-¡No se
trata de eso!...no tengo dinero para el viaje, es muy caro. No podré adoptar a
Fátima, ¿cómo voy a decirle a María todo esto?, después de lo que ha hecho por
mí.
-Lo
siento. No pensaba en que os fuera tan mal. Quizás os pueda echar una mano. No
sé…-titubeó, no sabía que decir ni como podría ayudarla.
Siempre
le había parecido una mujer casi perfecta, en sus modales, en la organización
de su vida, de su casa, de su matrimonio. Y ahora resultaba que no era así.
-Tu no
puedes hacer que mi vida vaya mejor, Maca. Siempre me ha gustado vivir bien y
lo he estropeado todo. He discutido con Carlos y se ha ido. No lo veo desde
hace cuatro días.
-Ten
paciencia, volverá.-lo creía verdaderamente así, sabía que la quería demasiado.
-No lo
sé. Ahora estoy tan enfadada…nos metimos en negocios que no salieron bien,
siempre quería lo mismo, ganar y ganar. Yo me dejé llevar pero sabía que no
saldrían bien…es un iluso lleno de fantasía y yo la he alimentado…¡es que tengo
tanta rabia!.
Macarena
estaba comenzando a preocuparse. Llevaba dos horas de camino y seguía hablando
sin parar, pasando de la risa al llanto, de la rabia a la compasión. Sabía que
algo no iba bien en la mente de su amiga. Algo se estaba rompiendo, pero ella
no podía volver para ayudarla.
-Marion,
ahora no puedo seguir hablando. Voy a casa a ver a mi padre…bueno, ya te
contaré. Te llamo cuando llegue y esté más tranquila.
Sintió
un suspiro.
-Está
bien. He sido demasiado pesada. No te preocupes, pero llama, por favor, te necesito.
-No me
olvidaré, un beso y ánimo, verás como todo se soluciona.
Colgó y
bebió agua. Escuchar a su amiga la había dejado derrotada. Paró en
Despeñaperros, para tomar café y observar el paisaje montañoso y colorido que
llevaba años sin ver.
Sentía una
nostalgia extraña ¿o era el estómago revuelto?. Seguramente las dos cosas. En
cuanto cruzó la frontera a Andalucía y el sistema montañoso quedó atrás, los
grados subieron de golpe y comenzó a sudar. Miró el reloj, eran las doce y
estaban a treinta grados.
El
resto del camino lo pasó sin pensar. Bastante tendría cuando viera a su padre,
¿cómo estaría?. Deseó que hubiera fallecido antes de que ella llegara, así no
tendría que hablar con él. Después se arrepintió.
-No le
debes desear la muerte a nadie-le había dicho siempre su madre.
Ella
era una niña orgullosa y, a veces, no aceptaba bien las derrotas. Pero nunca lo
dijo en serio. Era una vía de escape y su madre lo sabía.
La
carretera hacia el pueblo seguía igual; los mismos árboles a los lados, los
troncos secos en la cuneta, el letrero despintado con los números de
habitantes. Supuso que ahora habría menos.
Le
reprochó que eso sólo pasaba en América.
-Aquí
no se pone el nº de habitantes. Es una tontería.
Pero
don Aquino lo puso. Había pasado dos años en un pueblo de Arkansas y eso le
gustó. Para él era como controlar la cantidad de personas que iban a venían.
Desde que murió se quedó en lo último que anotó: 1008.
Desde
entonces ya nadie reparaba en él, ni escribía o cambiaba las cantidades. Con
tanta inmigración, ida y venidas de familiares a causa de la crisis, sería una
tarea de locos.
Fue por
la calle principal, ahora llena de tiendas y supermercados. Cuando ella vivió
allí, sólo había un cine. Pisos de tres o cuatro plantas dominaban la corta
avenida. Era como una ciudad en pequeñito. Intentó fijarse en los rostros de
las personas que paseaban, pero no reconocía a nadie. De todas formas, ella era
muy mal fisionomista.
Salió
por el camino de la estación y se dirigió a la última casa, de una hilera, que
había al lado de un lago artificial. Parecían que los años no hubieran pasado.
Todo seguía en su sitio. La casona, blanca e impoluta, los portones de madera
antigua barnizados. El jardín meticulosamente cuidado. En ese momento sintió
unas ganas enormes de vomitar pero se contuvo. Debía aguantar. Aparcó al otro
lado de la carretera, quería andar un poco antes de decidirse a entrar. Tenía
que asimilar todos los recuerdos que dejó atrás.
Sintió
el calor y la suave brisa en su rostro. Se relajó. No sabía lo que diría ni
como reaccionaría al verlo, pero prefería improvisar.
Se
dirigió al gran portón de pomos dorados y llamó. Ella sintió como el eco de sus
puños viajaba por la casa hasta llegar a la cocina. Podía ver el salón de losas
hidráulicas verdes, limpio e impoluto, fresco, solitario. Podía ver el
dormitorio donde durmió su abuelo durante años, en el piso de abajo, ahora
vacío. Podía ver como una mujer arrastraba sus pies con dificultad por el
pasillo para recibirla. Pensó en Mariana, ¿seguiría trabajando allí?.
-Bueno,
Macarena, ¡qué alegría que hayas venido!
No era
Mariana, sino su tía Emilia. Tantos años sin verla y estaba igual. Llevaba el
pelo recogido en un moño alto. Lo tenía canoso. La piel, sin embargo, estaba
tirante y sonrosada. Supuso que debido a las operaciones de cirugía estética.
Su cuerpo era ancho y fuerte, pero con buenas formas. Aquella mujer de sesenta
años había sabido cuidarse. Llevaba puesto un delantal y unas zapatillas
viejas. La abrazó.
-Vamos-
le dijo-no te quedes ahí inmóvil y pasa.
Y ella
obedeció. En ese momento se vio correteando por aquella casa, en el pasado.
Sintió las risas de su madre mientras la perseguía, el olor a cocido que venía
de la cocina y el canto de los grillos en las noches de verano. Sintió paz y
pensó que su madre seguía todavía allí. En todos los recuerdos bellos siempre
había estado presente ella, pero nunca su padre. Éste sólo era un personaje
extraño y ajeno, huraño y amargado, que pasaba por allí de vez en cuando.
Su tía
la llevó a la cocina y la sentó en una silla, era de formica y hierro. Estaba
vieja y oxidada. El resto de los muebles seguían igual, como si el tiempo no
hubiera pasado por ellos.
-No
debería haber venido, tía. No me hablo con él desde que me fui.
Su tía
removía con agilidad un puchero que había puesto al fuego. Olía de maravilla y
tenía hambre.
-Sí, lo
sé, hija, yo tampoco he hablado mucho con él durante años. Pero está muy
enfermo y pidió que viniéramos. Es su última voluntad y que le vamos a hacer.
Le
sirvió un plato.
-Anda
come, que se ve que tienes hambre.
Ella
comió despacio, temiendo sentir náuseas de nuevo. Su tía se sentó a su lado.
-No
está aquí, ¿sabes?. Está en el hospital del Sagrado Corazón.
Macarena
soltó la cuchara.
-Pero
tía, ¿en Sevilla?. Me lo podrías haber dicho y me hubiera ido directamente
allí. Esto me trae muchos recuerdos.
-No, no
es eso. Esta tarde lo traerá una ambulancia, ha pedido pasar los últimos días
en esta casa.
Ella
suspiró. Hubiera deseado que fuera en un Hospital, así sería la despedida breve
y sin emociones.
-En una
hora ya estará aquí, tu habitación es la de siempre. Él no la ha tocado. Todo
sigue igual.
Macarena
cogió su maleta y fue a la parte de arriba de la casa. La última habitación del
pasillo era la suya; la primera, la de sus padres. Se asomó, quería saber si
seguía igual. No estaba como la recordaba. Habían puesto una cama articulada y
había una pequeña vitrina con medicinas y utensilios de enfermería. Se la
habían preparado.
Cuando
fue a su habitación y la abrió, el sol inundaba toda la estancia. Allí estaban
sus poster y fotografías. Allí estaban sus muñecos, que tanto le gustó abrazar,
y sus libros infantiles. Allí estaba toda su vida hasta los 18 años, como si no
hubiera pasado el tiempo. Quince años no habían sido suficiente, había vuelto
al pasado.
Fue al
cuarto de baño y se dio una ducha fría. Los pies le ardían. Después vomitó la
sopa. Ahora no podía esperar, debía hacerse el test. Lo sacó de la bolsa de
aseo e hizo pis en él. Esperó, sentada en el suelo, a que diera el resultado
positivo que ya sabía.
-Está
bien-se dijo-ahora esto. Mi vida es una locura y no la de Marion.
Pensó
en ella. Su amiga estaba verdaderamente mal, debía llamarla, pero no ahora. Tenía
que centrarse para no dejarse llevar por la ira cuando viera a su padre.
Se
tendió en la cama y se quedó dormida. En sus sueños volvió a aparecer el hombre
mayor de barba blanca que le sonreía sin parar.
-Abre
los ojos, mira más allá-le decía.
Y ella
los abrió. El ruido de un motor la despertó. Era su padre, acompañado de una
enfermera, que ya volvía a casa. Observó, a través de la ventana, como bajaban
la camilla. Sintió como la subían y como su tía daba las órdenes oportunas.
Después salió y bajó a la cocina. La ambulancia ya se había ido. Su tía Emilia
la esperaba.
-¿Ya te
has levantado?. Tu padre está aquí, ¿quieres que subamos?
Macarena
sentía de nuevo náuseas. Era un revoltijo de emociones y sensaciones.
-Antes
deja que me tome una infusión. Me va a costar mucho trabajo…
Y antes
de que pudiera decir nada más, tenía una tila sobre la mesa. Su tía parecía
conocer cada sentimiento, anticiparse a cada paso que daba.
-Yo
estoy igual, hija. Me he tenido que tomar muchas. Llevo dos semanas cuidándolo
y ha sido muy duro.
Ambas
sonrieron y bebieron. Después subió las escaleras dispuesta a enfrentarse al
pasado.
En
cuanto entró en la habitación, supo que su padre ya no estaba allí. Un hombre
delgado, decrépito, sin pelo y sin vello, con profundas ojeras, la observaba
tendido. Los ojos estaban vidriosos y la enfermera le estaba poniendo
medicación en el gotero. El cáncer dominaba casi todos sus órganos. Era
horrible, aunque ella no sintió lástima.
Su tía
estaba a su lado. Su padre la miró y sonrió. Después de tantos años, de nuevo
allí. Le hizo señales con la mano, para que se sentara a su lado. Ella
obedeció, se acercó, pero se sentó en una silla más alejada. Le repelía oír su
respiración profunda y se recordaba constantemente, que aquel era el hombre que
había empujado a su madre a un abismo. Su despotismo e intransigencia, la
habían arrojado a brazos de otro hombre, a un aborto clandestino, a una muerte
horrible. Así evitaba tener compasión.
Su tía
Emilia se sentó al otro lado de la cama y lo miró. Su padre no podía hablar con
claridad, su voz sonaba bajita y lejana. Le estaba diciendo algo que ella no
entendió. Su tía asintió y la miró.
-¿Qué
pasa?-dijo Macarena.
-Quiere
que le cojas la mano y te acerques.
Ella
estuvo tentada de huir, de salir corriendo, como quince años atrás, y no
volver. Pero resistió-sólo será un momento-pensó. Hizo caso y se sentó en la
cama, le cogió la mano, delgada, huesuda y caliente. Él la miró, ella hizo lo
mismo.
-Lo
siento-murmuró su padre.
Macarena
asintió pero no lo creyó. Quizás se estaba arrepintiendo, pero era demasiado
tarde.
-Lo
siento, Maca. Siempre te he querido mucho, ¿lo sabes?
Ella
retiró su mano.
-¿Me
quieres?...mira que bien ¿y a mi madre?, ¿también la querías?.
Su tía
la miró con severidad.
-Macarena,
por favor, no es el momento.
Su
padre asintió.
-La he
querido más que a nada en el mundo.
Eso era
el colmo. ¿Por eso se iba con prostitutas?, ¿por eso la trataba con tanta
frialdad?.
-Eso no
es verdad, pero ya no importa-le respondió-. He venido como querías, me has
visto y sabes que estoy bien. Ojalá hubiera sido todo de otra manera,
necesitaba un padre ¿lo sabes?.
Su
padre comenzó a llorar. Las lágrimas resbalaban por su rostro y sus ojos apenas
se veían.
-Sé
que, a veces, no fui justo. Por favor, perdóname, te lo suplico.
Ella se
levantó, lo miró con frialdad.
-Te
perdono, ¿me puedo ir?.
No
esperó respuesta, se marchó mientras sentía como su padre emitía gemidos de
dolor. Ella sólo pensaba en los gemidos de su madre mientras agonizaba cubierta
de sangre ante sus ojos.
No
podía estar más tiempo en aquella casa, llena de tantos recuerdos. Salió al
patio trasero y se sentó en el arriate. Cerró los puños intentando aguantar la
rabia contenida. No podía evitarlo, él había sido el fruto de toda su desdicha.
No
habían pasado ni cinco minutos, cuando un grito la devolvió a la realidad. Era
su tía.
Subió
la escaleras a toda prisa, el corazón le latía con tanta fuerza que creía le
iba a explotar. Cuando llegó a la habitación, la enfermera estaba llamando al
médico. Su padre había dejado de respirar, había muerto.
Macarena
no lloró. Miró a su tía, que sentada en una silla, se tapaba la cara con un
pañuelo. Su padre tenía el rostro desencajado, en una mueca terrible. Había
muerto rápido pero con dolor. No se sintió culpable, ni aliviada. En el fondo
no sabía lo que sentía.
Esa
noche durmió tranquila. Su padre fue velado en casa, acudieron todos los
vecinos. Ella prefería no estar con ellos, así que se encerró en su habitación.
Sabía que preguntarían y se extrañarían, pero no le importó. No quería fingir
más. Iría al entierro y punto.
Al día
siguiente, mientras una lluvia caliente caía sobre la tierra sedienta, lo
enterraron en un cementerio que cada vez se hacía más grande.
-Se ve
que en este pueblo sólo quedan personas mayores-pensó.
El
párroco, que ofició la misa, era joven e informal. Macarena respiraba
tranquila, sosegada. Su tía seguía llorando desconsoladamente y no lo entendía,
a ella también la había tratado mal.
-Pero
hija-le dijo-tu no lo entiendes…
Pues
no, no lo entendía, no tenía que cambiar sus sentimientos sólo porque se
hubiera muerto.
Esa
noche la pasaría allí, tenía que organizar algún papeleo del despacho y había
quedado con un amigo de su padre, abogado retirado. Se levantó temprano y se
hizo café. Su tía todavía descansaba. Marcharía a Argentina a la mañana
siguiente. Tenía que coger un vuelo desde Sevilla a las cinco y no quería
despertarla.
Don Leandro
llegó temprano, aún no estaba vestida. Pero mucho mejor, así terminarían pronto.
Entraron en el que había sido el despacho de su padre. Estaba todo impoluto y
ordenado, una de las paredes estaba repleta de fotografías suyas y de su madre. El abogado se sentó en uno de los
sillones. Era un hombre bastante mayor y buen amigo de su padre.
-Tenemos
que hablar Macarena-le dijo.
Ella se
sentó enfrente.
-Lo sé.
Supongo que es por el testamento.
Él
asintió.
-Bueno,
te dejo aquí toda la documentación. Sólo tenía esta casa, que era de sus
padres, y algún dinero ahorrado, aunque ya no le quedaba mucho.
Ella
pensó en la vida que había llevado durante años, de viajes y lujo. No le importaba, no quería nada de él.
-También
me dio este sobre, en él hay cartas, muchas, me dijo que las tenías que leer, que
era muy importante.
Ella
cogió todos los documentos y las cartas también. Don Leandro la hizo firmar y
ella obedeció, ni siquiera miró lo que firmaba. Si hubiera supuesto un fraude y el robo de todo lo que le había
dejado, no le importaría. Pero el amigo de su padre era un hombre honesto.
Se
despidió dándole las condolencias y deseándole un buen viaje. Subió al
dormitorio, tenía que ordenar su mente. La casa, la quería vender pero eso lo
podría gestionar desde Madrid. Gracias a Dios que no tenía animales ni nada de
lo que tuviera que hacerse cargo. Le daría las llaves a los de la inmobiliaria
y punto.
Sintió
como su tía se duchaba. Pobre mujer, también había recorrido medio mundo para
reencontrase con el pasado.
Vio el
sobre con las cartas y recordó lo que le había dicho.
-Son
importantes.
Decidió
abrirlas, total, le daba igual lo que hubiera en ellas. Ahora él formaría parte
de su pasado.
Eran
nueve cartas, todas dirigidas a su madre, y la última, a ella. Abrió la primera,
intentó ver la fecha del matasellos, pero no pudo distinguirla, estaba
demasiado borrosa.
“Querida
Adela:
Mi
amor, te echo de menos. No soporto estar tanto tiempo estar lejos de ti. Sabes
que te amo y que no me importa. Toda la vida te he estado esperando. Eres el
único propósito de mi vida. No me importa nada más. Ya he hablado con mi
familia. Le he dicho que es mío. No debes tener miedo, todo saldrá bien. Lo
querré como si fuera de mi sangre. El mes que viene iré a Sevilla a verte y lo
arreglaremos.
Siempre
tuyo
Alejandro”
Abrió
la segunda y la tercera. Así hasta leer las nueve. Eran nueve cartas de amor de
su padre a su madre. Cartas de profundo cariño, de amor verdadero, de
sentimientos que ella nunca había tenido. ¿Cómo era posible que terminaran
así?. Las lágrimas comenzaron inundar sus ojos. Le había escrito una carta de
amor por cada mes de embarazo.
Después,
la última, la que iba dirigida a ella. Ya intuía lo que le decía, pero respiró
hondo y decidió leerla.
“Querida
hija.
No
sabes lo que te he echado de menos todos estos años. Desde que te fuiste mi
vida ha sido triste, vacía, sin sentido. Me recuerdas tanto a tu madre. Tienes
sus ojos, su piel, su orgullo. Eres toda ella y está en ti como nunca lo estaré
yo. Te he querido tanto que hasta me duele. Nunca me importó que no fueras de
mi sangre, amaba demasiado a tu madre. Tu has sido mi hija y siempre lo serás.
Yo no podía tener hijos, Macarena, pero tu has sido mi sueño hecho realidad.
Era todo tan perfecto. Sabía que no podía seguir así durante mucho tiempo.
Tantos años de trabajo fuera, ausente de vuestras vidas, no os ha hecho nada
bien. Sí, yo arrojé a tu madre a los brazos de otro hombre. Me volví huraño y
desconfiado. Pero nunca fue por ti, quiero que lo sepas. Estar en la carrera
militar fue un imperativo de mis padres, pero nunca quise. Desarrollaba un
trabajo que me amargaba cada día más y me alejaba de vosotras. Me refugié en el
alcohol y di la espalda a mi familia. Perdóname, una y cien veces, perdóname.
No descansaré tranquilo hasta que no lo hagas.
Sólo
una cosa me hace feliz, el saber que te dedicas a lo que tanto has soñado. Ya
de pequeña jugabas a ser médico. Estoy tan orgulloso.
Sólo
espero que esta carta te llegue a tiempo de que nos podamos ver, por lo menos,
una vez más. No quiero irme de este mundo sin verme, de nuevo, reflejado en tus
grades ojos negros.
Tu
padre, que te quiere.”
Ya no
podía más, tiró todos los papeles al suelo y los pisoteó. Lloraba
desconsoladamente, sintiendo como un hierro ardiendo le atravesaba el corazón.
Sintió un dolor tan profundo, que no podía gritar.
Su tía
Emilia entró asustada al escuchar el revuelo y la abrazó. Macarena tenía los
brazos agarrotados de tanta angustia contenida.
-Lo sé,
pequeña, llora, desahógate, lo necesitas.
Y el
grito que salió de su garganta fue tan fuerte, que se oyó en toda la calle, a
pesar de la lluvia y el ruido de los truenos.
Su
padre, el que tanto había odiado, el que tanta infelicidad le había creado, el
que había marcado su vida, la había querido como ella hubiera deseado. No lo
supo ver, ¿cómo había sido tan estúpida?.
Se
quedó durmiendo allí, entre los papeles desordenados, en los brazos de su tía
Emilia, que le cantaba una nana que hacía años que no escuchaba.
Por la
noche, con los ojos hinchados, el orgullo herido y el alma ausente, terminó de
hacer la maleta y guardar todos los documentos. Cogió una foto de sus padres,
que estaba en el despacho y la guardó en su cartera. Sólo pudo comer unas
galletas saladas y un té. Su cuerpo le rechazaba cualquier otro alimento, ya
fuera por el embarazo o por el disgusto.
-Mañana
debes comer algo antes de irte. Aquí te he dejado unos sándwiches, sólo tienes
que calentarlos.
Su tía
también preparaba su equipaje. Ya habían hablado con la inmobiliaria y le
dejarían las llaves antes de irse.
-¿Tú
sabias lo que pasó con mis padres?.
Ella la
miró con la ternura y sabiduría, mientras se arreglaba el moño que con tanta
paciencia había llevado durante dos días. Dejó caer una cabellera larga y gris,
brillante. Macarena recordó el hombre de sus sueños, el que le hablaba con
mensajes premonitorios.
-Sabía
algo, porque tu madre me lo contaba. También tu padre. Él le hubiera gustado
que recibieras la carta antes de morir. Pero bueno, enfermó y no la envió.
Quedaron
en silencio, la tía Emilia se cepillaba el cabello. Macarena se acurrucó en la
cama.
-Tu
padre no tuvo la culpa del aborto, Maca. Él sólo es culpable de no demostrarle
lo que la quería.
Macarena
fijó su mirada en el techo, blanco, impoluto, y en la lámpara de bronce que
colgaba desde hacía más de 70 años de él. Tantos recuerdos en aquella casa, no
sabía si quería perderlos. Ya lo pensaría con más detenimiento cuando llegara a
Madrid, porque quizás podría conservarla.
Después
recordó que tenía que llamar a su Marion, la había dejado preocupada. Pero
todas sus emociones estaban concentradas en su familia, o en la ausencia de
ella. Porque ahora sólo le quedaba su tía Emilia, que regresaba a Buenos Aires
y que no sabría cuando volvería a ver. Esto le creó un vacío aún mayor del que
tenía y decidió llamar a su amiga, ahora ellas eran su familia.
El
teléfono sonó varias veces y saltó el contestador, dejó un mensaje. Le extrañó,
pues Marion siempre lo cogía, siempre. Nunca dejaba una llamada sin contestar.
Jugó con el móvil durante un rato, mientras se paseaba por el cuarto de baño.
Decidió entonces llamar a su marido. Sonó dos tonos, tres y..
-¿Diga?
-Hola Carlos.
Estoy intentando hablar con Marion, pero no me coge el teléfono. ¿Sabes algo de
ella?
Sintió
ruido de máquinas y pensó que estaría en el trabajo.
-Pues
no, hace días que no hablamos. Está muy distante, nos enfadamos. No sé si te
habrá contado…
-Sí,
sí. Lo sé todo. Ya le he dicho que buscaríamos la forma, que la ayudaría. ¿Por
qué no lo dijisteis antes?...si estabais tan mal, no sé, os podríamos haber
ayudado.
Carlos
resoplaba.
-Lo sé.
En parte ha sido culpa mía. Es que no me daba cuenta de la situación y hemos
ido demasiado lejos. Era su sueño más que el mío y me dejé llevar. Y su ilusión
crecía y la economía nos destrozaba. Los negocios no salieron bien y bueno,
tampoco quise verlo y seguíamos viviendo como si nada pasara.
La voz
se le estaba quebrando.
-Me
siento tan culpable-añadió.
-Por
favor, Carlos. ¿No puedes ir a ver lo que pasa?..me dejó muy preocupada cuando
hablamos.
-Dentro
de una hora descanso. Me acercaré a casa. Pero ya te digo que lo mismo no
quiere ni abrirme la puerta. Te llamaré en cuanto sepa que está bien.
-De
acuerdo.
Macarena
siguió ordenando y repasando toda la casa. Se quedó más objetos personales que
ahora no quería tirar. Incluidos algunos trajecitos de cuando era pequeña, que
su padre había guardado en una caja en el ático. Pero su mente no dejaba de
pensar en Marion. No se trataba sólo del dinero, Marion estaba muy mal. Su
mente era frágil, ya había visto en la clínica más casos como el de ella.
Personas que se construyen un mundo perfecto sobre una mentira y cuando ésta se
descubre, algo se quiebra en su cerebro. Algo que rompe el equilibrio…Ya no pudo
seguir pensando, el teléfono sonó, era Carlos.
-Hola
Carlos, ¿has podido hablar con ella?
Sólo
sentía jadeos, ruido de coches y sirenas.
-Carlos,
por favor, contesta, me estás poniendo nerviosa.
-¡Dios,
como no me di cuenta, lo siento tanto!.-Comenzó a llorar desconsolado.
-¿Qué
ha pasado?, ¡dímelo ya!-no podía esperar a que él se desahogara.
-La he
encontrado-seguía llorando-tirada en el baño…hay sangre por todas partes..no
respiraba y no sabía que hacer.
El
teléfono se le calló al suelo rompiéndose en pedazos. No podía esperar al día
siguiente para marcharse de allí, ahora era Marion quien la necesitaba. No
podía dejarla así. Sintió una pena profunda, un dolor insostenible. Ya le había
fallado a su padre, no podía fallarle a su amiga.
-
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