Esa mañana de
primavera era especial. El sol entraba por la ventana jugando con las sombras
del dormitorio y haciéndolo aún más acogedor. Se levantó de un salto y fue al
cuarto de baño. Contempló su cabello con mechas rubias perfectas; la incipiente
acumulación de grasa en las caderas que, según Carlos, la hacía más atractiva;
las primeras arrugas que asomaban a sus ojos. Desde que tenía la menopausia se
había vuelto más activa. Hacía gimnasia y practicaba yoga, pero, a pesar de
todo, seguía acumulando kilos.
-Anda, ven a la
cama, ¿ya estás otra vez?
Marion se dirigió
hacia Carlos, para enredarse de nuevo con él, necesitaba sentirlo. Tantos años
de sufrimiento le habían creado una ansiedad de adolescente por el sexo. Fue
apasionado y breve; después, ese abrazo que deseaba durara una eternidad.
-Me tengo que ir.
Hoy tengo reunión.
Su marido se alejaba
de ella, que intentaba retenerlo sin conseguirlo.
-¡Ojalá pudiéramos
seguir así durante mucho tiempo!
Él le sonrió
mientras se ponía los pantalones. Ella se abrazó a la almohada y miró el reloj.
-¡Ay Dios!, tengo
que ir por Celia.
-Ves, no soy el
único..
Y ambos se besaron
de nuevo. Ella lo despidió en la puerta y se dirigió a tomarse el café de la
mañana. El teléfono sonó de improviso, era María que la llamaba desde algún
lugar de la India. Desde que sabía que la adopción de Fátima era un hecho, su
vida había cambiado radicalmente. Tenía su foto en el móvil, en la puerta del
frigorífico, en la del armario, hasta en el cuarto de baño. Su mirada dulce la
perseguía allá donde fuera y la quería con ese cariño profundo que va más allá
de lo razonable, como si un vínculo invisible las uniera.
Le había encargado
la habitación y le había comprado ropa. Incluso pensaba hablar con el colegio,
quería tenerlo todo preparado. Era bastante previsora y en la maternidad sería
igual.
-Hola María, ¡qué
alegría oírte!.
-Hola Marion, ¿está
Carlos en casa?
-No, ya se ha
marchado, ¿porqué?
Sabía que algo no
iba bien, había muchos silencios en aquella conversación.
-Tengo que hablar
con los dos, es sobre la adopción.
Marion comenzaba a
ponerse nerviosa.
-¿Ha pasado
algo?¿está Fátima bien?
-Si, ese no es el
problema. Bueno, verás..-titubeó-, es mejor que te lo diga ya. La adopción va a
tardar un poco más.
-¿A qué te refieres?
-No podrá venir con
nosotros mañana, debe quedarse aquí un mes más, porque…
Pero no la dejó
terminar, sus ojos se llenaron de lágrimas, no sabía si de rabia o de
desilusión.
-Cuéntamelo todo,
por favor, necesito saberlo. No me ocultes nada.
María suspiró al
otro lado del teléfono.
-Lo han retrasado
por falta de papeleo, no se fían de que el médico que firmó la autorización y
la asistente social no estén sobornados.
Marion no podía
creerlo, ¿de qué estaba hablando?.
Por su parte,
María, no sabía como decirle que, en cierto modo, había sido por su culpa. Por
enamorarse de aquel hombre quizás en el momento equivocado. Fue sincera y se lo
soltó todo, esperando una reacción a gritos por parte de su amiga. Le dijo que
ser una periodista medianamente conocida no le había ayudado y que la
implicación afectiva de Vadin tampoco.
Marion permaneció
en silencio tanto tiempo, que María creía que había colgado.
-¿Estás ahí?...lo
siento mucho, de verdad.
Por fin respondió.
Su respuesta fue seca y cortante.
-Si estoy aquí.
-Dentro de un mes
estará todo preparado para que vengáis a recogerla. Mientras tanto, ya hemos
hablado con las cuidadoras para que no le falte de nada. Vadim tiene contactos
y podría haber tardado mucho más, pero no ha sido así. Sólo un mes, Marion. El
tiempo suficiente para que podáis arreglar vuestro viaje.
-Muy bien-respondió
y colgó.
Se quedó allí
sentada, en la cocina ordenada a la perfección;
aséptica, blanca y brillante. Observó con detenimiento los detalles,
colocados estratégicamente, de los botes alienados en colores a juego con las
cortinas. Después se fijó en su taza de café, de florecitas violetas. Y sintió
un asco profundo por su vida. La tiró al suelo, manchando todo el gres que con
tanto esmero había desinfectado el día anterior.
-No estoy normal,
por eso nada me sale bien.
Y fue al
dormitorio, tirando los cuadros de las paredes, arrancando las sábanas,
rompiendo el espejo en el que tantas veces se había negado a mirar. Después cayó
rendida sobre la alfombra, llorando amargamente. La mujer que sus amigas creían
perfecta y dulce, en realidad, siempre estaba triste y huraña. Fingía porque
sabía que las necesitaba, pero el no poder tener hijos la había obsesionado más
de lo normal. Ni Carlos lo había notado, porque con él fingía también. Todo era
una mentira. Se escondía entre los días de parque con Celia, las cenas con Maca
y Mercedes, y su trabajo anodino y sin futuro. Se imaginaba una vida que creía
nunca conseguiría. Unos hijos que no podía tener y viajes que nunca realizaría.
Fátima había sido como un milagro, un sueño echo realidad, que ahora podía desvanecerse
en cualquier momento.
El timbre sonó con
insistencia y se incorporó, sacudiéndose los restos de plumas que aún volaban
por la habitación.
Cuando salió a
abrir, se encontró con Celia en brazos de Rufina, la chica que ayudaba en la
casa de Esther, la madre de María. Era pequeña y delgada, de no más de veinte
años y con desparpajo de sobra para toda una clase. Si fuera por ella, la
habría despedido, pero a Esther le caía bien. Decía que observarla y hablar con
ella, le daba la vida que a ella se le escapaba.
-¿Qué te pasa?,
llevamos dos horas esperando. La señora tiene que ir a revisión.
Y le soltó a Celia
en los brazos. Pero era astuta; observó las cosas revueltas, el pelo enmarañado
de Marion y, sobretodo, sus ojos tristes y apagados.
-¿Han robado?
-No, no han
robado-besó a la pequeña y se dirigió al salón, donde le había dispuesto un
parque con algunos juguetes. Rufina la siguió, se sentó en el sillón apartando
los restos de un jarrón que antes adornaba la repisa. Encendió un cigarrillo.
Marion se sentó a
su lado, con los ojos desorbitados.
-Tía, me estás
dando miedo, ¿vas a decir que te pasa?
-¿Me das uno?.
Y encendió otro.
Había dejado de fumar hacía muchos años, pero no había mejor momento para
volver que aquel.
-No, no ha entrado
nadie. He sido yo.
-¿Tú?, ¿te has
vuelto loca o qué?
Cruzó las piernas.
Marion la observó, hacía tiempo que los muslos le rozaban y el sudor le había
provocado una erupción. Esa chica no tendría problemas.
-Una mala noticia,
sólo eso.
Rufina se echó
hacia atrás, con total confianza, aunque nunca se la había dado.
-¿Sabes?, por mí tu
no estarías trabajando para Esther. No me gusta nada que estés cerca de Celia.
Y dio una calada al
cigarro mientras observaba el humo que se formaba alrededor de ambas. Una
neblina donde le hubiera gustado perderse. Pero ésta se deshacía de inmediato
para dar paso a la realidad que la rodeaba.
-Tú tampoco me caes
bien. Eres pedante y siempre sonríes. Me das escalofríos.
Se miraron y
rieron.
-¿No tienes que
irte?
-No pasa nada, la
enfermera está con ella. No voy a dejar a Celia contigo en este estado.
Marion se levantó, ella
la siguió. La pequeña jugaba mordisqueando unas llaves de colores.
-¿Quieres una copa?
-¿A esta hora?
En ese momento se
arrepintió, ella no era así. En realidad no sabía como era.
-Una copa no, pero
si me ofreces un café, mucho mejor.
Se lo sirvió del
que había hecho hacía unas horas, estaba frio pero Rufina no se quejó.
Se volvieron a
sentar, mientras, observaban como la niña reía mirando los gorriones que se
posaban en la ventana.
La joven se recogió
el pelo negro y largo en un moño imposible. Erguió su escuálido esqueleto y
miró a Marion de frente.
-¿Me vas a contar
lo que te pasa?, porque no me iré hasta que lo hagas.
Dudó en si decirle
todo lo que sentía en ese momento. En descubrirse ante una desconocida que,
además, no le inspiraba confianza. Pero, por otra parte, por eso mismo era
ideal. No le importaba lo más mínimo lo que pensara de ella.
-No creo que pueda
adoptar, finalmente todo se ha ido al garete.
-¿A qué te
refieres?
-Fátima, lo sabrás
ya por la señora. Era la niña India. María la traería de allí.
Las lágrimas
comenzaron de nuevo a agolparse en sus ojos. Encendió otro cigarro y fumó con
desesperación.
-Habrá que esperar
un mes e ir a por ella. Tendremos que ir.
Rufina sonrió.
-¿Y qué problema
hay?
-¿Problema?, todos…
-¿A qué te refieres?
Celia emitió un
gritito y Marion le acercó el biberón de agua. La pequeña pataleo de alegría,
pero ni aún así consiguió arrancarle una sonrisa.
-No tengo dinero,
Rufina.
No la miraba a la
cara, sus ojos estaban centrados en la carita redonda y sonrosada de la
pequeña.
-Bueno, pero
alguien te lo podrá dejar. ¿Y esta casa?, debe valer mucho.
-La tengo casi
embargada. Llevo dos pagos retrasados y las deudas me comen.
La joven no
entendía nada.
-¿Cómo adoptas si
estás en esta situación?, ¿cómo ibais a vivir?
Marion se levantó
despacio y apagó el cigarrillo en la taza llena de café frio que la chica no
había tocado.
-Era una esperanza,
¿sabes?. Era la oportunidad de que todo fuera a mejor. Las situaciones van
cambiando durante nuestra vida y era un sueño que nos dieran una niña. Aquí en
España nos habían denegado la adopción.
Rufina se levantó y
la sujetó por los brazos, obligándola a mirarla.
-Pero te la han
dado. La adopción la tienes, sólo que va a tardar un poco más.
Las lágrimas ya no
cabían en sus ojos, se desbordaron regando su rostro.
-No será posible,
no tengo ni para el viaje.
-¿Y como pensabais
vivir?, porque no entiendo nada.
-Con estrechez,
pero saliendo adelante, como hacen muchas familias. Además, quiero buscar un
trabajo mejor y ganar un poco más. Con eso sería suficiente. Antes no era así,
¿sabes?. Carlos tenía un negocio y todo nos iba tan bien-suspiró-, después lo
tuvo que dejar, perdía clientes y dinero. Mis bajas antes y después de la
operación. Ahora sólo tenemos deudas. ¿Cómo le explico a mis amigas que no
puedo ir a la India?, ¿cómo les digo que mi vida es una mentira?
-Joder, tía, no sé.
Es que siempre pareces tan segura-la miró de arriba abajo-y tan pija. ¿Y tu
familia?
Marion soltó una
carcajada irónica.
-Sólo tengo una
madre, la de mi última casa de acogida. Me llevo muy bien con ella, pero no me
puede ayudar.
Miró por la
ventana, a lo lejos divisaba la montaña donde tantos inviernos había ido a
esquiar. El cielo era de un azul limpio y puro, ni una nube, nada que se
interpusiera entre ella y él.
Sintió la mano de
la joven en su hombro, estaba caliente y la reconfortó. Se la acarició.
-No sé, tía. Pues
lo mejor es que digas la verdad, ¿no?. Mientras antes lo hagas mejor. A veces
las cosas cambian de un día para otro. Es lo que me decía mi madre.
Marion sonrió.
-¿Sí, el qué?
-Que si tienes un
día malo, no pienses que todos los días serán así, porque mañana será otro diferente
y la suerte puede cambiar-se alejó-. Ahora sí que me voy.
Y abrió la puerta
de la entrada. Ella seguía mirando por la ventana.
-Y deberías recoger
esto. Tu marido va a pensar que estás loca.
Sintió el golpe del
cerrojo. Fue a la cocina por la aspiradora y productos de limpieza, en una hora
todo volvía a su lugar, reluciente como antes estaba. Celia se había quedado
dormida, la tapó con una manta.
Fue al cuarto de
baño, se arregló y se lavó el cabello. Se pintó como siempre lo hacía, aunque
sólo fuera a comprar el pan. Después llamó al trabajo y pidió unos días más de
vacaciones. Se había pedido una semana, pero necesitaba más. Debía pensar en
todo lo que le estaba pasando. Ya no podía seguir fingiendo.
Para cuando Carlos
regresó del trabajo, ella estaba preparada para hablar. Celia ya había comido y
dormía profundamente una siesta. Sabía que no se despertaría hasta las cinco.
-Hola cariño-la
besó con tranquilidad mientras se quitaba la chaqueta-No huelo nada, ¿no has
hecho de comer?
Ella se irritó,
otra de las cosas que debía cambiar.
-No, no he hecho
nada. Tenemos que hablar.
Él se ofuscó.
-¿Ahora?, debo
volver al trabajo en dos horas. ¿No puedes esperar a otro momento?
Ella se levantó y
se alisó la falda.
-No, lo necesitamos
ahora. La adopción de Fátima se ha retrasado, María me ha dicho que tendremos
que ir a la India a recogerla. Cuestión de papeleo.
Carlos se sentó en
una silla y se pasó las manos por el cabello. Estaba sudando, había sido un día
duro.
-Te lo dije,
cuantas veces te lo he dicho. No es el momento, no lo era. Algo saldría mal.
Ya no podía más,
Marion estaba llena de ira acumulada.
-Siempre igual,
¿cuándo iba a ser?. Siempre pones problemas a todo.
Él enarcó las cejas
en una expresión de incredulidad.
-¿Yo? no empieces.
-Sí tú-ya no podía
parar-. Si no te hubieras empeñado en montar ese negocio de mierda que nos ha
comido. Pero claro, tenías que hacerlo, vivir por encima de tus posibilidades.
Carlos intentó
calmarla sujetándola por las muñecas.
-No sigas, por
favor. Con lo que he hecho por ti.
Ella se soltó con
habilidad, no quería caricias.
-¿Qué?..si el
señorito me ha arrastrado por trabajos de mierda porque quería cumplir sus
sueños.
Él volvió a
sentarse, se sentía derrotado.
-Eso no te lo
niego, pero tenía que intentarlo.
Ella se dirigió a
la cocina y abrió una cerveza.
-Si, pues mi sueño
era ser madre y ya lo he perdido.
Celia seguía
durmiendo a pesar de los gritos. Marion se miró en el espejo de la entrada,
todo seguía en su sitio. Se pasó el dorso de la mano por los labios para
quintarse la pintura.
Carlos se sentía
cada vez más frustrado. Su mujer lo estaba sacando de quicio.
-No puedo contigo.
Me iré y comeré algo en el trabajo.
-Eso, sí, vete.
Tenemos que hablar de esto, debemos decirlo, por lo menos a Mercedes, ella…
Él abrió la puerta
y se marchó, dejándola con la palabra en la boca.
Marion no lloró, no
se perturbó. Estaba harta de aparentar felicidad en todo momento, estaba
cansada de que él la viera siempre tan solícita y dispuesta a apoyarlo en todo.
No era un hombre de negocios aunque lo intentara. Se tendría que resignar a
cambiar su rumbo si querían que las cosas fueran mejor.
El móvil le sonó en
ese momento, era Esther que la llamaba desde la clínica. Al ver su número tuvo
miedo de que Rufina le hubiera contado algo.
-Sí, hija, sí. Sólo
te llamaba para saber como estaba Celia y, bueno, como me encuentro un poco
mejor, si querías que fuéramos a dar una vuelta al parque. Me vendrá bien
pasear.
Marion se alegró de
poder salir y distraerse. Cogió a la pequeña y la tendió en el cochecito. Fue a
su habitación, se echó perfume y se adornó con una sonrisa, la de “no pasa
nada” o “mírame, que feliz soy”. Después de tantos años fingiendo, le iba a
costar dejar la costumbre de ponerse una coraza para enfrentarse a la vida.
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