sábado, 28 de junio de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


                                                          
      




                                         OTOÑO. 5ª PARTE.

María se arregló cuidadosamente, se probó la ropa de armario y se sorprendió de que le estuviera bien. Cinco meses de huidas en países extranjeros le habían servido para perder los kilos de más que había cogido en el embarazo. Celia descansaba plácidamente en la cama. Había dormido con ella. Al llegar la extrañó y era normal, después de tanto tiempo sin verla, quizás demasiado. Su madre dormía en la habitación contigua; le había costado la misma vida que se fuera con ella, pero después de saber que estaba superando un cáncer de mama, quería tenerla cerca. ¿Cómo no le había contado nada?, aunque mejor así, se hubiera vuelto loca por no estar con ella. ¡Gracias a Dios ya estaba mejor!. La operación y extirpación había salido muy bien. Ahora se recuperaba sin problemas.

Miró a la pequeña y se acordó de Fátima, ¿estaría bien cuidada?. Eso esperaba, había pagado a una de las trabajadoras para que le diera más cariño, que la tocara, abrazara cada vez que pudiera, es lo que necesitaba. En un mes estaría con sus nuevos padres, si todo salía bien, porque ahora lo dudaba. Había notado a Marion muy extraña cuando le comentó que tendrían que ir por ella y que tardaría un poco más, pero era normal, habían puesto demasiadas esperanzas.

Su cuerpo desnudo… delante del espejo, no lo podía creer, se le notaban las costillas. Hacía años que eso no le pasaba. Su piel estaba tostada a causa del sol, más bien quemada. Aquellos días cruzando el desierto le pasaban ahora factura.

Su cabello, negro, había crecido demasiado. Cogió las tijeras y lo cortó a ras de la nuca. Después se echó crema hidrante por todo su cuerpo, mientras recordaba las manos de Vadin acariciando su piel. Era extraño como lo echaba de menos, pero es que se había enamorado como una adolescente, no lo pudo evitar. Ahora estaba en Inglaterra y le había prometido que pronto viajaría a España. Gracias a él habían conseguido que el tiempo de espera fuera sólo de un mes, en caso contrario hubiera sido de un año. Marion se hubiera desesperado.

No había vuelto a hablar con ella desde entonces, sólo con Mercedes, que la necesitaba más. La enfermedad de su hijo le estaba minando el espíritu y le dolía ver su estado.

Después de mucho pensar, eligió un vestido para volver al periódico, azul , elegante, fresco. Los zapatos planos. Se había acostumbrado a ir cómoda y ahora no había forma de ponerse tacones.

-¡Que guapa estás, hija!

Su madre se encontraba despierta y la observaba con una taza de té en la mano. Estaba más delgada, pero el color había vuelto a sus mejillas. María se acercó y la besó.

-No sabes cuanto te he echado de menos, hija.

-Yo también, mamá. Y a Celia, me ha dolido perderme estos meses.

Su madre bebió tranquilamente y sonrió. Si había una cosa que la enfermedad le había enseñado era a tener paciencia.

-Pero por fin has vuelto, es lo importante.

Y ambas miraron a Celia, que seguía sin despertarse, con los brazos abiertos.

-¡Qué bonita es!

Se iba a acercar para cogerla pero su madre la paró.

-Ni se te ocurra, tú te vas y va a llorar. Déjala que descanse.

-Es verdad, pero es que he estado tanto tiempo sin verla que sólo tengo ganas de achucharla.

Ambas rieron en silencio, para no despertarla. María intentaba ordenar sus documentos, todos revueltos a causa del caos del viaje y todo lo vivido.  Tenía el artículo casi elaborado, sólo le faltaban algunos matices. Hoy se lo presentaría a Valentín.

Le llegó un olor dulce, inconfundible.

-¿Qué es eso?¿no me digas que has hecho magdalenas?

Y corrió para llegar a la cocina, presa de la emoción por comer los dulces de su madre. Su madre la siguió.

-Pero hija, que ilusa eres, ¿cómo crees que he podido hacerlas en tan poco tiempo?

Pero sí, allí estaban enfriándose en la encimera. Dio un grito de alegría y cogió una, para soltarla enseguida, aún quemaban.

-Mira, te la envuelvo y la llevas, te la podrás comer por el camino.

De nuevo en su viejo coche, se sintió bien y extraña al mismo tiempo. Era feliz. En el periódico tardó quince minutos en llegar al despacho de Valentín. Recibía abrazos a cada paso que daba.

“¡Qué bien te veo!” o “¡estábamos deseando verte!”, eran los comentarios más habituales. Otros más mordaces, como “¡qué delgada estás!”o “cuanto tiempo sin ver a tu hija, ¿te ha reconocido?”. Y es que la envidia era así. María la aceptaba con agrado, porque en ella había admiración.

Valentín, en su despacho, le dio el último abrazo que recibiría aquel día en la oficina. Se perdió en sus brazos, grandes y robustos.

-Nos has tenido muy preocupados.

Después observó su cabello mal cortado a ras de la nuca.

-¿Qué te has hecho, muchacha?..parece que te hubiera recorrido la cabeza un tractor.

Ella se tocó el cuello, lo sentía fresco y limpio.

-Es lo que buscaba, me lo corté yo misma.

Valentín se sentó en el sillón y ella hizo lo mismo. Desde donde estaban podían divisar el Palacio Real y los Jardines, repletos de visitantes.

-Bueno, he leído lo que me enviaste, pero supongo que ahora me traes el reportaje completo.

-Sí, aquí tienes-y le sacó un pendrive.

Él lo sostuvo en las manos durante unos segundos, pensativo. María lo observaba en silencio, respetando ese espacio que sabía que su jefe necesitaba.

-Necesito un favor-le dijo.

Él seguía sin mirarla, absorto en sus pensamientos.

-Respecto a Bushra, le prometí que la ayudaría.

Valentín suspiró.

-¿Cómo le prometiste eso?, ¿cómo pretendes ayudarla?

María se levantó y comenzó a caminar, el vestido azul le bailaba entre las piernas demasiadas delgadas, ¿dónde estaban sus curvas?.

-Por eso te lo digo. Sé que la ODESI* trabaja en Pakistán, están muy unidos al Gobernador de Baluchistan. El secretario es amigo de él, o, por lo menos, puede influirle.

-No, no lo creas. No todo es lo que parece.

María se impacientaba.

-¿Cómo que no?. Allí no se habla de otra cosa. Incluso se le ha visto en las fiestas privadas del Gobernador. Sé que es de origen hindú y quizás eso influya, no me importa. Sólo quiero que hables con él.

Valentín hizo una mueca de incredulidad.

-¿Yo?, ¿cómo pretendes que me haga caso?

Ella se sentó en el borde de la mesa y lo miró con severidad. Tantos años, ya no podía ocultarle nada.

-Tú vas a jugar al tenis con él, desde hace años. Lo sé.

-Bueno, ¿y qué?. Sólo lo conozco del club, nunca hablamos de negocios.

-Sí, pero ahora ha llegado el momento. Ahora tienes que conseguir que abran las fronteras para Bushra y su equipo.

Él rió a carcajadas.

-No me lo puedo creer, lo que me estás pidiendo. No me hará caso. Es poco menos que imposible.

Ella se levantó y se acercó a él, poniendo su rostro tan cerca como pudo.

-Lo que parece imposible es que las mujeres mueran cada día como si de una epidemia se tratara, niñas, mayores, casadas, da igual. El hombre las trata como ganado. Y los que no, ni siquiera están bien mirados.

Después atravesó su mirada. La ira acumulada salía en forma de rayos x con los que podía romper cualquier muro.

-Tienes en tus manos el premio al mejor reportaje de investigación, lo sabes. He tenido un fusil apuntando a mi cabeza, he cruzado un desierto con una niña en brazos. Me lo debes.

Él apartó la mirada, quizás avergonzado. Se rascó la nariz y se incorporó, haciendo que ella se apartara.

-Está bien. Lo intentaré, pero no prometo nada.

Ella no dio saltos de alegría. En otra época, antes de este viaje, lo hubiera hecho. Ahora no, había envejecido espiritualmente. Era su obligación, si había algo que pudiera hacer, debía hacerlo y punto.

-Gracias.-Se limitó a decir.

-No eres la misma-le dijo Valentín antes de que ella se marchara.

Y sí, no era la misma, ¿cómo serlo?. Hay vivencias que olvidas, otras las recuerdas para siempre aunque no supongan nada en tu vida, y otras te cambian por completo.

-Ahora tengo que ir al hospital, tengo que ver a Mercedes-pensó.

Cogió de nuevo el coche, puso música de Birdy para animarse o para inspirarse, quien sabe. Era media hora de camino y no quería pensar. Tenía un wasap de su madre diciendo que Celia estaba bien y otro de Macarena, a la que sólo conocía de oídas, pero que le decía que debía ir al Hospital Doce de Octubre, que era urgente.

¿Cómo tenía su número?, ¿qué habría pasado?. Llamó a Mercedes pero ésta no contestaba, también a Marion, saltó el contestador.

Giró en el primer cambio de sentido que vio y se dirigió al Doce de Octubre. La música le impidió pensar y, mejor así, porque la imaginación se le desbordaba en momentos de estrés. Nada tan malo para un periodista como no saber la verdad, dejarla con la incógnita. No podía ser nada bueno, sino esa mujer no la hubiera llamado… pero ¿que sería?

Mientras aparcaba en las afueras el teléfono sonó.

-¿Si?

-¿María?

-Sí, soy yo.

-Soy Macarena, no sé si tus amigas te habrán hablado de mí-su voz sonaba contenida, se oían sirenas y gritos.

María ya estaba bajando del coche. Habían comenzado a sudarle las manos.

-Estoy en el Hospital, ¿qué ha pasado?

De nuevo esa voz que parecía estar reprimiendo emociones dolorosas.

-Ven a la entrada, salgo a buscarte.

Y colgó. Ella corrió hacia el gran salón de la entrada, se paró en seco en mitad de él, no sabía a quien buscaba. Alguien la tocó en el hombro y se sobresaltó. Allí estaba Macarena, joven, guapa, morena, con los ojos llenos de lágrimas y la pintura corrida formándole profundas ojeras.

-Lo siento, María. Es Marion, la han encontrado esta mañana.

No la dejó terminar.

-¿Qué quieres decir?

-Se ha cortado las venas.

Creyó que iba a desmayarse, pero no lo hizo. Creyó que lloraría, pero no lo hizo. Sólo corrió hacía urgencias, pasó de largo a Mercedes y Carlos, el marido de Marion, que se abrazaban mutuamente. Corrió hasta abrir la puerta y encontrar el cuerpo de su amiga tendido sobre una camilla, rodeado de luces azules que le hacían parecer más pálido aún. Le estaban haciendo transfusiones y tenía respiración asistida. Miró al médico, que no hizo nada por retenerla. Le preguntó sin emitir sonido alguno. Había aprendido a hablar con sus ojos, en el desierto, cuando abrir la boca en situaciones difíciles era algo sólo de hombres, las mujeres aprendieron a comunicarse con la mirada.

-Ha perdido mucha sangre, el cerebro ha estado sin oxígeno diez minutos. Ahora está estable pero no sabemos que daños cerebrales puede tener hasta que no despierte…si despierta. Puede quedarse, toda la compañía y estimulación que le den le vendrá bien.

Después le tocó el brazo en señal de condolencia y salió, dejándolas solas.

Entonces se echó sobre el cuerpo de su amiga y lloró. Lloró por ella y también por todo lo vivido. Lloró todo lo que no había hecho en su largo viaje. Lloró por las personas que había dejado en el camino y sobre las que había influido.

Carlos entró en la habitación y se sentó con ella, al otro lado de la cama. Tenía la mirada más triste que jamás había visto, era una mirada de derrota, lejana.

-Tenía tanta ilusión con esa niña-dijo.

-No lo entiendo-María lo miró-¿por qué lo ha hecho?

Él agachó la cabeza.

-Quizás ha sido mi culpa. Nos quedamos sin dinero, lo perdí todo excepto la casa. No tenemos ahorros siquiera para el viaje a la India. Tu llamada la desesperó.

María no podía creerlo, era ella, si no la hubiera conocido, si el destino no las hubiera unido, quizás ahora estaría viva.

-Tienes que despertar, ¿me oyes?. No te quedarás así-la zarandeó por los brazos, Macarena y Mercedes habían entrado en la habitación y trataban de sujetarla. Su marido, en cambio, la dejaba hacer.

-¿Qué haces?, tranquilízate, por favor.

Pero ella no podía tranquilizarse, no podría tener paz hasta que despertara. Así que siguió sujetándola con firmeza. Macarena retiró a Mercedes y le dijo que la dejara, que era un vínculo entre María y Marion, que no debían entrometerse.

-Tienes que despertarte, ¿me oyes?. No me puedes hacer esto, no puedes hacerlo. Fátima te necesita, Fátima te necesita. Por favor…..

Y aflojó sus brazos agotados de tanta tensión, derrumbándose de nuevo sobre la cama. Lloraba en silencio mientras sujetaba la mano, ahora con suavidad, de su amiga. Mercedes y Macarena observaban también abrazadas, tan patética escena. Lo que no sabían era que Marion estaba allí, como siempre que la habían necesitado y, que esa palabra precisamente, “necesitar”, la había hecho reaccionar. Ya no quería estar en el limbo donde se encontraba. Sabía que sentiría dolor al volver, sabía que debía ir a su lado, que Fátima la necesitaba.

-Vuelve, por favor-le decía con su vocecita de niña.

Abrió los ojos y gritó, porque el incorporarse de nuevo a la vida era traumático. Las máquinas pitaron de forma horrible y la habitación se llenó de personas con batas blancas que actuaban sobre su cuerpo. Marion aún estaba ajena a lo que había sucedido.

Las tres amigas se abrazaron, llorando y riendo al mismo tiempo.

-Sólo puede quedarse su marido.

Carlos las miró como excusándose. Sabía que ellas merecían estar ahí más que él.

Salieron al pasillo y se sentaron en los bancos de la sala de espera.

-No me puedo creer lo que ha hecho.

Macarena sí que podía creerlo.

-A mí me lo contó todo-dijo-ayer. Me dijo lo del dinero y que lo de la adopción no saldría bien.

Mercedes estaba ausente, ahora debía marcharse con su niño.

-Yo me tengo que ir, Fernando me espera.

María se levantó y le dio un beso.

-Ánimo, Mercedes, mañana voy a verlo. Se pondrá mejor, ya lo verás.

Ella se alejó con un poco más de esperanza, porque si había milagros para los demás, también tenían que haberlos para su hijo.

María y Macarena se quedaron allí, compartiendo un café y contando anécdotas de la buena de Marion, de cómo se conocieron, de la infidelidad que llevo a Maca hasta Mercedes, de cómo habían reído y bebido en nombre de María, mientras estaba fuera.

Y la noche se echó sin que se dieran cuenta, en un cielo azul casi transparente, dónde se podían ver tantas estrellas que parecían farolillos. Carlos dormía al lado de una Marion que se había perdonado y María reía con las ocurrencias de una nueva amiga.

-Ahora somos cuatro.

-Sí, respondió Maca. Cuatro amigas  con menudas historias..-e hizo un ademán con la mano que la hizo sonreír.

-Historias de cuatro mujeres-añadió María.

Y se quedaron allí durante una hora más, viendo como las estrellas fugaces caían sobre la ciudad. Después de todo, era la noche de San Juan.

 
*(Organización de Empresarios de la Siderurgia)
 

 



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