OTOÑO
3ª PARTE
-Seguro
que recuerdas todavía lo que hemos pasado en la frontera-le susurra al oído,
mientras echa hacia atrás el cabello que tiene pegado en la frente. Dormía
profundamente y no quería despertarla.
Ya había
llamado a Mercedes. El conectar con su amiga y saber que todo marchaba bien en
su hogar, que nada había cambiado, la hacía sentir segura. Había decidido que
fuera ella la que informara a su madre, no quería preocuparla más de lo
necesario y sabía que si la llamaba personalmente, no podría disimular y
terminaría conociendo toda su odisea.
Valentín
también estaba informado y había insistido en ir a buscarla, pero ella se negó
- Sólo
un poco más de tiempo, necesito arreglar un asunto urgente y después volveré.-
Es lo que le dijo hace una hora.
Bushra
está paseando por la habitación de un lado a otro mientras habla por teléfono
con uno de sus colaboradores, presa de un nerviosismo que aún no ha logrado
entender.
María
le insiste en que baje la voz, no quiere despertar a la niña. Sin embargo, parece
que ni la oyera. Ya se dio cuenta que para ellos sólo era un salvoconducto para
cruzar a la India. ¿Acaso no sentían compasión por la pequeña?, ¿y por ella?.
El viaje había sido muy estresante para las dos; después de todo, había estado
a punto de morir. Los demás estaban en sus habitaciones, posiblemente
descansando. Lo único que obtuvo de ellos, una vez que todo pasó, fue una
sonrisa. Ni siquiera le preguntaron si estaba bien. En cuanto pisaron suelo
indio, volvieron a organizarse y a pensar como volver de nuevo y crear grupos
de presión.
Por fin
Bushra colgó y se sentó con ellas; acarició con ternura la pierna de Fátima,
que asomaba a través de las sábanas. Era la primera vez que María veía
sentimiento en sus ojos, desde que la había conocido. Era una mujer fuerte, no
cabía duda. Y se había dedicado por completo a la lucha por la igualdad, que en
aquel país era muy necesaria. -Quizás eso le había robado el derecho a
sentir-pensó.
-No te
equivoques, María-pareció escuchar sus pensamientos-, esta niña me duele tanto
como a ti. Hay muchas como ella del lugar de donde provengo- se pasó las manos
por el rostro cansado- por eso lucho. No sé hacer otra cosa y llegaré hasta el
final. No me van a detener.
-¿No
has pensado nunca en tener una familia?-María se sorprendió, al instante, de su
propia pregunta. ¿Cómo iba a querer una familia en un país con un sistema de
patriarcado y de castas tan castrante?
Bushra
sonrió, pero era una sonrisa triste, de algún bello recuerdo que ahora está
lejano en su memoria.
-Lo
intenté, pero no pude.
Y se
levantó, dirigiéndose al cuarto de baño. María sintió como abría la ducha y
entre el rumor del agua cayendo y los pequeños gemidos de Fátima, sus ojos se
cerraron para tener el sueño más extraño que había tenido nunca, o que pudiera
recordar.
En él
había un anciano, de edad indefinible, quizás centenario. Tenía un cuerpo tan
delgado que podía ver cada hueso de su esqueleto, cada vena de su piel. Estaba
cubierto de manchas, las mismas que tiene su madre debido a la edad. Se
sostiene con un bastón que más bien parece una rama seca. La piel es aceitunada
y le faltan dientes cuando sonríe.
María
mira alrededor y no ve nada, una oscuridad la rodea y la única luz proviene del
mismo anciano, como si de una antorcha se tratara.
Está
tranquila. El viejo le sonríe con sus dientes mellados y se acerca a ella. La
mira con ternura y ella puede verse reflejada en sus grandes ojos negros.
-¿Quién
eres?-le pregunta.
-Eso no
es importante, ¿quién eres tú?.
-Yo soy
María, esto es un sueño ¿o no?
El
anciano le coge una mano, está caliente y es suave, a pesar de sus arrugas.
Ella le responde con una leve caricia.
-Eres
como el otoño-le dice.
María
parece no entender.
-¿El
otoño?.
-Sí,
porque cuando crees que vas a morir, resurges de tus cenizas.
Después
quedó absorto con la lejanía, como si divisara algo, donde ella sólo veía
negrura.
-Que
sueño más raro. Tengo que despertar.
El anciano
la miró.
-Puede
que despiertes o puede que no. Todo es posible.
María
intentó verse, pero no podía. Sentía que estaba allí, pero no podía ver su
cuerpo, es como si se hubiera vuelto invisible. Pero a él lo veía
perfectamente.
-Tienes
que ayudarla, ¿lo sabes?
-Sí lo
sabes, ella es una luz que guiará la verdad, algún día.
Y
desapareció, dejándola sumida en una neblina gris. Sintió como la gravedad la
atraía, cayendo a un vacío desconocido. Después despertó.
La
pequeña Fátima seguía durmiendo y ya respiraba con más tranquilidad. Parecía
haberse calmado. Bushra estaba todavía en la ducha. ¿Cuánto había pasado?, miró
el reloj, apenas diez minutos.
Se
levantó y aseó en cuanto pudo entrar al cuarto de baño. Se miró al espejo con
detenimiento; su piel y la ropa, estaban cubiertas de un polvo anaranjado.
Apenas podía distinguir sus ojos debajo de aquella máscara. La piel blanca
comenzó a relucir en cuanto dejó caer las primeras gotas de agua. El pelo, aún
cubierto por el velo, estaba tan áspero como el esparto. Cuando hubo terminado,
era de nuevo ella, María, la periodista intrépida y ambiciosa.
Pensó
que se había dejado llevar demasiado tiempo por el movimiento de Bushra. Había
empatizado tanto que se olvidó de sí misma. Pensó en su pequeña Celia y sintió
una ganas profundas de abrazarla. Después en su madre, que habría sufrido al no
saber de ella. Y deseó estar allí de nuevo, en su hogar. Ver a sus amigas y
charlar mientras toman una copa de vino. Cosas banales que había dejado atrás
mientras hacía el reportaje, que ella creía, de su vida.
-Ya
está, volveré. No puedo pasar más tiempo con ellos.
Y
decidió comunicarlo esa misma noche, mientras cenaran.
Saima
se había llevado a Fátima a su habitación y la estaba lavando. Ella respiró
tranquila. Se había ocupado demasiado tiempo de esa niña y no era su
responsabilidad. Ahora estaría en buenas manos.
Tiró el
velo y la túnica a la basura y se puso pantalones caquis y blusa blanca.
Después se recogió el pelo en un moño alto y se pintó un poco los labios.
Una
nota en inglés encima de la cama, le decía que se reunirían en la cafetería, a
las siete. Cogió todo su equipo y lo llevó consigo, no quería perderlo ahora
que ya lo tenía todo, y aquel pequeño hotel no le daba mucha seguridad.
La
cafetería estaba situada en la planta baja. Era una habitación bastante grande,
con una pequeña barra vieja de madera, atendida por un chico tan joven que
pensaba no sería siquiera mayor de edad. Las mesas estaban desperdigadas sin
orden alguno, como si hubiera habido una fiesta y no hubieran recogido. Los
ventiladores del techo emitían un zumbido constante. La luz era tenue pero
podía divisar hermosos dibujos en las paredes pintadas de azul.
No
había nadie, tan sólo ellos. Todos ya limpios y sonrientes. Incluso la pequeña
Fátima sonreía. Ya no llevaba las ropas del viaje, se las habían cambiado por
un vestido floreado y alegre. También le habían recogido el cabello en dos moñitos
adornados con lazos verdes.
Gritó
de alegría en cuanto la vio y le echó los brazos. María sonrió pero no quiso
cogerla. No quería encariñarse demasiado con aquella niña, sobretodo, ahora que
sabía que todo había terminado y que no la volvería a ver más.
-Nos
has sido de mucha ayuda-exclamó Abdul mientras bebía té.
-Yo,
¿por qué?, lo único que he hecho es escucharos y aprender de vuestra causa.
Bushra
la miró.
-¿Nuestra
causa?, no creo que haya causa, hemos perdido. Me han informado que el
Ministro ha ordenado mi captura por delitos contra las leyes tribales. Antes el
Gobierno no me protegía, pero se mantenía al margen. Ahora no soy una mera política,
María, soy una prófuga.
Todos
callaron y el silencio se hizo incómodo.
-No
debes desistir, Bushra. Muchas mujeres te seguirán y podéis cambiar las
leyes-María sólo intentaba dar ánimos.
-Ya
estoy muy cansada, mucho. He cambiado algunos pensamientos pero la ley de los
hombres de mi país es mucho más fuerte.
María
cogió un trozo de empanada, a pesar de la seriedad de la conversación, su
estómago rugía demandando alimento.
-Sólo
tienes que descansar y organizaros de nuevo. Podéis luchar desde aquí y encontrar
aliados en algunas organizaciones. Yo te ayudaré.-En ese momento se arrepintió,
no sabía si tendría los suficientes contactos.
La
pequeña Fátima también comía con avidez, al parecer eran las dos únicas
personas que tenían apetito en aquella mesa.
Ahmed
la miró con asombro.
-¿Lo
harías, de verdad?- enseguida recibió una mirada reprobatoria de Bushra. Ella
era una mujer fuerte y no quería aliados que la pudieran traicionar.
María,
astuta e inteligente, se dio cuenta de la situación. Aquella mujer quería
arreglar su pais ella sola, pero no podía ser, vivían en un mundo global donde
todos los intereses están conectados. Así perdería siempre.
-Yo
debo marcharme ya.
Todos
la miraron asombrados, había pasado tanto tiempo con ellos que la creían una
más de la causa.
-Mi
familia, mi trabajo me esperan. No puedo demorarlo más. Además-tocó la mochila
que había dejado en el suelo-ya tengo suficiente material.
-Bueno-exclamó
Bushra-sabía que algún día tendría que ocurrir. Sólo ha sido una entrevista que
ha durado varias semanas.
Y
levantó su taza.
-Vamos,
brindemos por María, que ha estado a nuestro lado siempre. Deseémosle un buen
viaje.
Ella
también bebió y sonrió, feliz por terminar con aquella aventura. Fátima la
miraba desde su pequeña estatura, había vuelto a chuparse el pulgar.
-¿Qué
sería de ella?-se preguntó. Un vacío se apoderó de su corazón. Era como un
pequeño vuelco. Y se acordó del sueño que había tenido y del mensaje que había
recibido, ella te necesita, le había dicho.
Pero ya
no era su problema, ¿o sí?. Estaba en un mar de dudas. Ni siquiera se atrevía a
preguntar, pero lo hizo.
-Y
Fátima, ¿qué vais a hacer?
Saima
miró a los demás, como si compartieran un secreto que sólo ella desconocía.
Bushra
comía y bebía, con tranquilidad.
-¿Pasa
algo?-exclamó María dejando su plato en la mesa. Ya no tenía apetito.
-He
llamado al tío de la pequeña, me dijo que mandaría dinero una vez que
estuviéramos aquí, para el tratamiento de la niña.
Su
mirada se volvió triste y apagada.
-Pero
no quiere saber nada. Sólo quería desprenderse de ella. No es un mal hombre,
pero no quería cuidar de una mujer más en su familia.
A María
se le revolvió el estómago.
-¿Y
ahora qué?¿ porque la llevaréis a algún lugar?
-Lo
hemos hablado entre nosotros y no podemos hacernos cargo de ella. Pero tu no te
preocupes, estará bien.
-¿Cómo
que bien?
-Sí, ya
hemos contactado con un orfanato de Nueva Delhi, “Nueva Vida”, ellos se
encargarán de ella y le buscarán una buena familia.
Miró a
la pequeña y le sonrió, ésta le devolvió la sonrisa, con sus dientes mellados.
Era una sonrisa triste, por el devenir que le esperaría. Seguro que
encontrarían una buena familia, una que la supiera entender y cuidar.
Más
tarde, en su cuarto, dando vueltas en una cama que ahora se le antojaba
extrañamente incómoda, pensaba en la realidad. ¿Quién querría a una niña
trastornada?, las parejas sólo quieren niños sanos sin enfermedad alguna.
Quieren muñecos perfectos que no les den complicaciones. Fátima tenía tres
años, pronto sería demasiado mayor para que alguien la quisiera.
Después
vio a su hija Celia, su pequeña vida, feliz y sana, rodeada de gente que la
amaba con locura. Y tuvo una idea. Mañana intentaría arreglarlo todo.
–Si-pensó- mañana sería otro día.
Esa
noche el anciano volvió a visitarla, sólo le sonrió y asintió, pero no habló.
Después, la misma sensación de caída hasta que despertó con la certeza de lo
que debía hacer.
Hizo
algunas llamadas, aún con el pijama puesto, a Mercedes y a Marion. Después
tendría que hablar con el tío de la niña y con la oficina para asuntos
infantiles. Ella sabía que si el tío expedía un permiso, podría arreglar los
papeles para una adopción. No se trataba de una huérfana, pues tenía familia
aunque no la quería. Además, como estaban en la India, el acuerdo bilateral lo
haría más fácil. Una niña enferma y una familia que la quiere, no habría
problemas. Ninguno de los dos países querría quedarse con ella, es niña y está
enferma.
¿Quizás
si fuera un niño?-se preguntó. Pero por suerte no era así.
Se
vistió a toda prisa. Marion, al otro lado del teléfono, todavía gritaba de
alegría. Carlos estaba a su lado y le hacía un sinfín de preguntas. Ella no
tenía respuesta para todas, pero ya no podía pararlos.
-No os entusiasméis
tanto, todavía tengo que hacer llamadas y arreglar algún papeleo. Ya tengo el
consentimiento del tío, pero tengo que ir al Ministerio.
Marion
lloraba, tanto tiempo esperando algo así, le parecía un sueño. No le importaba
el estado en el que estuviera, ella la sacaría adelante.
María
prometió tenerlos informados y sabía que Mercedes ya se estaría moviendo, tenía
que expedir los certificados y hablar con asuntos sociales. Necesitaba el
certificado de idoneidad ya y sabía como conseguirlo.
Cuando
llamó a la puerta de Saima y Bushra para contarles su decisión, respiraron
aliviadas. Fátima era una carga moral que habrían llevado el resto de sus
vidas.
Ella
besó a la pequeña.
-Ya
tienes nuevos papás. Verás como todo sale bien.
La niña
le respondió con un gemido y una sonrisa.
Ya
había recibido, por el fax de la pensión, todos los documentos que necesitaba.
Había puesto en pie a todo el periódico, a sus amigas y a todos los que
pudieran ayudarle.
Cuando
se dirigía a la Oficina para Asuntos Infantiles, llevaba una gruesa carpeta. Los
había llamado temprano y la esperaban. Todo estaba en regla y sólo necesitaban
que un médico fuera a ver a la pequeña, para certificar su minusvalía.
Quedaron
a las cinco de la tarde, en la habitación del hotel. Los papeles estarían al
día siguiente y ya podrían marcharse.
Llamó a
Marion y Carlos y explicó todo el procedimiento. Después a Mercedes, para darle
las gracias y a todos los compañeros del periódico.
Fue por
Fátima en cuanto llegó y la tuvo consigo todo el día. No quería separarse de
ella nunca más. Le dio de comer y jugaron. Le enseñó algunas palabras que
repetía sin cesar mientras hacía pucheritos.
Cuando
llegó el doctor, un hombre joven y alto, la revisó haciendo algunas pruebas,
como auscultarle el corazón y mover sus bracitos y piernas. También le hizo
preguntas concretas a ella, sobre la relación que habían tenido durante el viaje. Su mirada era limpia y supo que era un buen hombre y
que no habría problemas.
Hacía demasiado calor en la habitación, a pesar de las ventanas abiertas y el ventilador rugiendo en el techo, y se quitó la chaqueta.
Hacía demasiado calor en la habitación, a pesar de las ventanas abiertas y el ventilador rugiendo en el techo, y se quitó la chaqueta.
-Es
época de lluvias y la humedad es sofocante-le dijo mientras firmaba algunos
documentos.
-¿Quiere
un poco de agua?
Y se
levantó sin esperar respuesta. Volvió con una botella bien fría que había
comprado por la tarde en el bar.
Bebió
con ansiedad. Después se secó las manos y la frente con un pañuelo de tela y
volvió a escribir.
María
se fijó en su porte elegante y su perfecto inglés. Seguramente sería de casta
elevada, pero con principios.
-¿Cómo
se llama, no he oído bien su nombre?
Él
bebió de nuevo y le tendió la mano.
- Me
llamo Vadin, el doctor Vadin Rowling- y siguió escribiendo.
-¿Es
inglés?
-Mi
padre es inglés, mi madre india. Paró y guardó todos los documentos. La miró fijamente,
ya relajado.
-Ya
está todo correcto y solucionado. Creo que ha sido una suerte que estuviera
aquí, en la India. Todo ha sido más rápido.
María
cogió a la pequeña y la abrazó con fuerza.
-Normalmente
las adopciones suelen tardar años, pero en su caso-y miró a Fátima-le ha
ayudado mucho su enfermedad.
-¿Qué
enfermedad, doctor?
Y ambos
rieron. Aquel hombre le inspiraba confianza y sabía tan bien como ella, que
aquella niña sólo necesitaba cariño.
-Permítame
invitarla a cenar, esta noche, para celebrarlo.
Ella
dudó, no sabía qué hacer con la pequeña.
-La
puede traer, si quiere.
Se
dieron la mano. Ella sintió un calor profundo en cuanto la tocó, pero no
demostró nada. Aquel hombre al que conocía de apenas unas horas le atraía
profundamente. Quizás era sólo debido a la aventura que había vivido, pero
quizás no.
Negó
con la cabeza-debía estar volviéndose loca-, después llamó a su amiga.
-Marion,
ya está todo solucionado-se tendió en la cama y abrió el pasaporte-. Ya tenéis
a vuestra niña. Sé que tendréis que pasar algunas pruebas en unos meses, pero
para vosotros no será un problema. Sois estupendos.
-Tú si
que lo eres- ya no lloraba-. Tengo su foto junto a mi pecho, no veo el momento
de abrazarla.-María se la había enviado por el móvil.
-Pues
pronto la tendréis con vosotros. Es una niña maravillosa.
Carlos,
emocionado, no tenía palabras.
-Tenemos
tantas cosas que organizar. Mi madre está como loca buscando dormitorios
infantiles y Carlos, bueno, ya ves, es que de la emoción no puede hablar.
Un
silencio y después añadió.
-Te
quiero, amiga.
María
se incorporó.
-Yo
también.
Y
colgó. Miró a la pequeña, que se distraía jugando con su zapato.
-Y tú,
no sabes la vida que te espera. Papá y mamá, pequeña-y la niña repitió mamá con
grititos-. Ahora eres Fátima Valverde Hernández.
Después
recordó que Bushra y su grupo ya se habían ido. Hubiera querido despedirse de
ellos, pero no pudo. Cuando llegó al hotel, ya se habían marchado. Sí tenía sus
direcciones de mail y los teléfonos. Había prometido ayudarlos y eso haría en
cuanto llegara a Madrid.
Miró el
reloj, era hora de un baño, se tenían que poner guapas. Tenían una cita y era
la primera en mucho tiempo.
1 comentario:
Me encanta, estaba esperando desde hace tiempo como sigue esta maravillosa historia. Un abrazo
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