PRIMAVERA 2ª PARTE.
-¡No te puedes
imaginar el día que llevo!.
Macarena corre por
el pasillo de la clínica mientras intenta ponerse la bata y atiende la llamada
de Mercedes. Había luna llena y los partos surgían por doquier, como si todas
las embarazadas se hubieran puesto de acuerdo.
Hacía varias
semanas que habían tenido la reunión en el parque. Desde entonces no se habían
visto. Había preferido darle tiempo. Sabía que su comentario había sido
inapropiado, pero había visto demasiado anhelo en los ojos de Mercedes y no
quería que sufriera. Demasiado tiempo sin saber de María, debían prepararse
para lo peor.
Marion había sido
muy generosa, como siempre, llamando a una y a otra para que hicieran las
paces.
Macarena no conocía
a María personalmente, aunque sí la sentía como amiga suya también, porque sus
nuevas amigas no paraban de hablar de ella. Ese día, precisamente ese, es el
que había elegido Mercedes para verse. Llevaba dos cesáreas y tres partos naturales,
y todavía quedaban doce horas más, era día de guardia.
Eran las ocho de la
noche y aún no había podido sentarse.
-De verdad,
Mercedes. Quiero hablar contigo pero tiene que ser mañana, hoy estoy en el
hospital y no he parado siquiera a tomar algo.
-Pues descansa un
poco. Voy, tomamos un café rápido y hablamos. Por favor- su voz sonaba
suplicante, cosa extraña en ella, por lo que decidió aceptar.
Colgó sin decir
nada. No se extrañó, estaba acostumbrada a sus enérgicas respuestas y a su don
de mando, debido quizás a tantos años de litigio en los tribunales.
Se miró en el
espejo de la sala de descanso. Tenía ojeras y el pelo corto enmarañado. No
podía con su alma. Hubiera deseado ir a casa y ducharse bajo el agua tibia,
quitarse el olor a desinfectante y sangre. Jugar con su perro Yacky un rato y
dormir hasta el día siguiente. Pero no podía, sólo esperaba que los partos
cesaran para poder descansar un rato. Vio los restos de comida en la mesa y las
dos camas con la ropa toda revuelta. Aquel lugar no estaba muy ordenado.
-Cosas de ser
médico-pensó.
Decidió echarse un
rato. En día como aquellos era capaz de dormir profundamente en cualquier
sitio. Se sentó en el borde de la cama y se quitó los zapatos. Tiró del edredón
para intentar envolverse pero éste estaba pesado y parecía sujeto a algo. Tiró
más fuerte y oyó un grito que provenía de algún lugar del interior de aquella
maraña de sábanas y mantas. Una cabeza de hombre asomó por alguna parte.
-¿No miras nunca si
está ocupado?
Macarena se levantó
de un salto, tan rápidamente que a su cuerpo le costó mantener el equilibrio.
El hombre, al que
no había visto en su vida, echó la colcha hacia atrás e hizo amago de
incorporarse.
-No, no te levantes,
me tenderé en la otra cama.
Él sonreía. Era
rubio y corpulento, de gran sonrisa y pequeños ojos verdes.
-No pensaba
hacerlo-pero se incorporó.
-¡Uff!, es que es
mucho lo que llevamos ¿verdad?-exclamó, quizás para romper el hielo.
Macarena, aún
desconfiada, se sentó en la cama de al lado.
-¿Quién
eres?-preguntó, mientras se dejaba caer rendida de tanto sueño y cansancio
acumulado.
El hombre apoyó su
cabeza sobre su mano derecha para poder verla mejor.
-Lo siento, no me
he presentado. Soy Ernesto, anestesista.
Ella colocó sus
manos entrelazadas detrás de la nuca, fijando su mirada en el techo, blanco y
artificial.
-Yo soy Macarena,
ginecóloga. No te había visto antes por aquí.
Él se acostó en la misma postura que ella y fijando también su mirada en algún
punto de aquella habitación.
-Trabajo en el
Santa Elena, pero esta mañana me habían pedido venir, estáis desbordados y con
un anestesista no era suficiente.
Su voz era suave,
quizás demasiado.
Macarena seguía con
la vista clavada en el techo, pero los párpados le pesaban tanto que la voz de
aquel hombre le llegaba como un murmullo lejano.
-Pues que bien,
ahora tengo que descansar-y se volvió hacia la pared, intentando no pensar.
No sabía cuanto
tiempo había pasado, quizás fueron horas, pero a ella le parecieron segundos. Una
sacudida la despertó en el mejor de sus sueños.
Ernesto la miraba y
gritaba mientras se ponía con rapidez los zapatos.
-¿Qué pasa?
Él la miró con
seriedad.
-¿No te has
enterado?
Ella se incorporó
también y comenzó a vestirse.
-No, ¿qué ha
pasado?
-Un accidente, en
la nacional IV, necesitan a todo el mundo. Un autobús ha volcado y se ha
llevado por delante varios coches.
Macarena no podía
creerlo, ese sería el remate del día. Pensó en su amiga, con la que había
quedado pero a la que no podría atender. Ernesto ya se había ido. Una enfermera
asomó la cabeza.
-Macarena, por
favor, te necesitamos.
-Ya voy, ya voy- se
colocó el estetoscopio y salió tras ella.
Urgencias era un
caos de médicos y enfermeras, el jefe de cirugía trataba de poner orden.
-Fátima, busca a
las tres enfermeras y iros a la entrada. Macarena, ve con ellas.
La miró como sólo
él sabía. Desde que se habían acostado hacía dos semanas, ya no era el mismo. Hombre
soltero, ya entrado en años, pero atractivo con sus canas incipientes y un cuerpo
bien cuidado. Una noche, de guardia como aquella, pero sin apenas pacientes, sin
altibajos, tranquila. Cenaron juntos bocadillos de jamón. Él se insinuó y
terminaron en la cama. Duró diez minutos, para ella no fue nada pero para él
pareció que sí. Ella no le volvió a hacer caso y desde entonces sufría las
consecuencias.
-Yo soy ginecóloga,
Vicente, lo sabes, creo que…
Pero no la dejó
terminar. Levantó la mano y la hizo callar con tan sólo un gesto. Fue lo
bastante contundente para que todos se fijaran en ella. Su mirada la atravesó.
No sabía si era mirada de rabia, deseo o resentimiento, pero sintió un vuelco
en el pecho que la hizo enmudecer.
-No estarás sola.
En el autobús iban tres mujeres en avanzado estado de gestación y no sabemos en
qué estado llegarán.
Después la olvidó y
se dirigió al resto, dando las mismas órdenes con más suavidad.
-Debemos estar
preparados. Por lo que sabemos, hay dos niños, tres mujeres, además de las
embarazadas que atenderá Macarena. Los demás son hombres. Estar preparados para
lo peor, aunque por las comunicaciones del servicio de urgencias, muchos sólo
son traumatismos.
Y todos se
disolvieron yendo a sus puestos. Por el camino pensó en su amiga Mercedes,
debía estar de camino y tenía que avisarla. Llamó pero saltó el contestador. Le
dejó un mensaje esperando que lo oyera. No quería fallarle de nuevo.
Cuando llegaron a
la puerta, la noche ya se había echado, como un manto oscuro, sobre el
aparcamiento. Un día cálido que había terminado con una suave brisa demasiado
fría para una noche de primavera.
Las enfermeras y
demás personal del equipo, se prepararon también. Muchos charlaban de otras
cosas, cosas banales, como si aquello fuera la sala de espera para entrar en un
concierto.
-Muchos terminan
viendo al paciente como un cuerpo con errores al que hay que arreglar-pensaba
mientras miraba una y otra vez el móvil esperando un mensaje de su amiga.
Pero para ella no,
para ella eran seres humanos, íntegros en su alma y cuerpo. Ella los escuchaba,
nunca se limitaba a recetar o hacer pruebas. Necesitaba conocerlos, oírlos,
darles ánimos, abrazarlos. Necesitaba sentir la humanidad. Empatizaba con
ellos. Por eso su consulta era de las más solicitadas por las futuras mamás.
Vio a Ernesto,
apoyado en la pared, como se frotaba las manos con nerviosismo. Sus miradas se
encontraron y le sonrió, pero era una sonrisa forzada.
-Éste es como
yo-pensó.
Porque el resto
sólo esperaban hacer su trabajo y marcharse. Ella sufría por lo que pudiera
pasar, por las familias, por lo que tendría que enfrentarse, quizás también la
muerte.
La enfermera que
estaba a su lado le puso la mano en el brazo. No se había dado cuenta de que no
paraba de golpearse la pierna. Era un movimiento repetitivo y absurdo pero la
calmaba.
-No se preocupe.
Quizás hoy no perdamos a nadie y podamos marcharnos mañana aliviados.
Macarena se fijó en
su cuerpo, delgado hasta extremo más absoluto y su cara, infantil y pícara.
Apenas era una niña. ¿Cuántas urgencias habría atendido?, ¿cuántas muertes
habría sufrido?.
-Eso
espero-contestó.
Después pensó en
Mercedes, en lo que le dijo el último día que se vieron.
-Tienes que
prepararte para lo peor.
Sólo quería que no
sufriera. Había sido brusca, lo sabía, pero quería evitar todo abismo de dolor
tanto para ella como para Marion.
Había intentado
hablar con ella, en muchas ocasiones, pero no le cogía el teléfono. Marion sí
que se sinceró, diciéndole lo mucho que le había molestado que insinuara que
María estaba muerta. Que no podía ser, que la esperanza nunca se debe perder.
La buena Marion, tan comprensiva y paciente.
Pero ella era
diferente. Era una mujer enérgica, que había visto y sufrido demasiadas cosas en
su vida como para permitirse el lujo de sentarse y esperar lo peor. Situaciones
vividas dolorosas que tuvo que superar levantándose y no mirando atrás.
-Algún día tengo
que sacarlo, no puedo seguir así-pensó en voz alta.
La enfermera se
volvió.
Ella negó con la
cabeza. Intentó callar su mente para tratar de escuchar, pero nada, ninguna
sirena. Sólo se oía el sonido del tren de cercanías a lo lejos y el cantar de
los grillos.
Se dejó caer en la
pared. Quizás era demasiado brusca, quizás fuera una coraza para evitar que la
realidad le hiciera daño. Por eso utilizaba a los hombres, tal como la habían
utilizado a ella tantas veces. Y la única vez que consiguió enamorarse, fue de
un hombre casado.
De repente, sirenas
que se acercaban. Su cuerpo se tensó, despejó su mente y sacó las manos de los
bolsillos. Estaba preparada.
El caos se instauró
en el aparcamiento de urgencias. Por doquier camillas con personas llenas de
sangre, algunas inconscientes y otras desorientadas o llorando. Algunas
llegaban por su propio pie, con heridas superficiales. Pero las mujeres
embarazadas, todas estaban bastante mal. Venían de una clase de preparación al
parto. Lo pudo adivinar por sus ropas y las bolsas con logotipo que llevaban.
Las auscultó y revisó con rapidez en la entrada. Todos los niños estaban vivos,
notaba su movimiento. Dos despertaron en ese momento, era buena señal. Las
llevó para revisión y monitorizarlas. La sangre parecía no ser de ellas.
La tercera, sin
embargo, tenía el cuero cabelludo enmarañado y pegado en un gran amasijo de
pelo sangriento. Tenía una herida bastante fea. Los labios estaban azulados y la respiración era débil.
Tocó los costados, una barra atravesaba el pulmón derecho. Miró al equipo que
la había traído.
-No hemos podido
hacer nada más-dijo el chico y volvió a ayudar a los compañeros que seguían
bajando camillas.
Dio órdenes a las
enfermeras respecto a las otras dos mujeres, pero con ésta no debía perder el
tiempo. Necesitaba ayuda, buscó con la mirada pero había demasiados heridos
para los médicos que estaban aquella noche allí. Ernesto se volvió a cruzar en
su camino. Llevaba la bata manchada de sangre y vómito.
-¡Ernesto!-gritó.
Éste se volvió
sobresaltado.
-Me tienes que
ayudar, voy a sacar al bebé.
-Pero, yo..es mejor
Roberto. Recuerda que soy anestesista.
Ella miró a la
mujer, que aún respiraba y a la que no le quedaba mucho tiempo. Si no sacaba al
bebé, éste moriría también.
Él intuyó sus
pensamientos. ¿Madre o hijo?
-No debes tomar tú
la decisión, tenemos que preguntar y ver las opciones.
Eso ya lo había
hecho ella. No habían localizado a ningún familiar porque no llevaba la
documentación, o la habría perdido en el accidente. En el momento que sacaran
la barra, se desangraría en pocos segundos y el bebé se iría con ella. Alguien
tenía que vivir.
-Si no me ayudas lo
haré sola.
Él la miró,
tratando de ver sus intenciones en la mirada y entendió sus razones, porque
aceptó ayudarla. Juntos corrieron para el quirófano ocho, dio orden de tener toda
la unidad neonatal preparada.
Ya en la mesa, miró
a la joven madre, no debía de tener más de 25 años. Ya apenas respiraba y no
sólo estaban azules sus labios, este color se había extendido a todo su cuerpo.
Quedaba poco tiempo.
-Lo siento-fue lo
único que pudo decirle.
Después hizo la
cesárea y sacó al bebé. Estaba sano. Dos kilos y medio. Un niño sonrosado de
pies grandes, que lloró por primera vez en sus manos.
Se alejaron con él
mientras ella intentaba deshacer lo que había hecho. Los demás la dejaban, aún
sabiendo que la mujer había fallecido hacía dos minutos. Sabían que Macarena
era intensa e impulsiva y no se le podía imponer la realidad, debía verla por
ella misma.
La cosió y trató
como si aún respirara. Después certificó su muerte.
Ernesto la observó
como hacía, retenido por una enfermera.
-Déjela-le
decía-ella necesita intentarlo y puede que lo consiga.
Pero no lo
consiguió. Aquella desconocida murió a las diez menos cuarto. Todo quedó
anotado.
Macarena se dirigió
a lavarse las manos, su mirada ya no estaba allí, sino mucho más lejos. Quizás
cuando tenía diecisiete años y vio a su madre morir de un aborto, delante de
ella, en manos de un médico sin escrúpulos. Habían ido a escondidas de su
padre, el cual no lo hubiera permitido. Hombre recto y férreo donde los haya,
había tratado a su madre como si fuera un subordinado militar. Por eso ella lo
odiaba, con toda su alma. Su madre hubiera querido dejarlo, pero no pudo.
Durante mucho tiempo le habló a su joven hija de los deseos de libertad, de que
todavía estaba a tiempo de rectificar. Que no sería fácil pero que lo merecía.
Macarena ya sabía, por entonces, que su padre frecuentaba algunos burdeles de
la capital. También sabía que nunca tuvo una palabra cariñosa para ella ni su
madre. Todo eran órdenes, cuando se iba de casa y cuando llegaba. Nunca un
beso, o una caricia. A veces, había visto un atisbo de cierta ternura, pero
pronto se ennegrecía volviendo a ser el hombre huraño y desgraciado que les hacía
la vida imposible.
Por eso su madre
decidió abortar. Como la ley no lo permitía, decidió ir a un médico conocido,
amigo de otro conocido, que le habían dicho lo hacía por poco dinero. Todo
terminó de la peor manera.
Ni que decir tiene
que se escapó de casa cuando terminó el entierro. Siempre escribió a su padre y
sus tíos, para que supieran donde estaba. Nunca hicieron nada por buscarla ni
ella lo deseaba.
-¿En qué piensas?
Ernesto se
encontraba a su lado y la observaba con descaro.
-Parecías estar en otro
mundo.
Ella terminó de
secarse las manos.
-Y lo estoy.
Después se alejaron
por el pasillo. El caos parecía haberse disipado. Todo estaba controlado.
Algunos familiares lloraban en la sala de descanso y estaban siendo atendidos
por psicólogos.- La muerte no perdona a nadie-pensó.
Miró el reloj, aún
le quedaba noche y debía estar despierta.
-¿Quieres tomar un
café?-le dijo sin dejar de mirar el móvil. Se había acordado de su amiga
Mercedes.
-Yo te invito-y se
alejó corriendo sin darle tiempo a decirle como le gustaba.
Mientras lo
esperaba, sentada en la silla del pasillo central, se acordó que su amiga venía
en coche, ¿qué ruta habría tomado?,¿sería una de las accidentadas?.
Y el corazón le dio
un vuelco. Fue un leve escalofrío que recorrió sus piernas y llegó a su
estómago.
El teléfono se
deslizó por sus manos sudorosas y cayó al suelo. Ernesto, que ya venía con los
cafés, la vio marcharse como un rayo.
-Dios, puede que
sea una de ellos.
Él parecía no
entender.
-Pero ¿qué
dices?¿una de qué?-le gritó, pero ella ya no le oía.
Corrió por las
salas de urgencias, por los salas de operaciones. Corrió preguntado a todos,
pero Mercedes no aparecía por ningún lado. Volvió al pasillo donde había dejado
a Ernesto, que la esperaba con el teléfono en una mano y un café en la otra.
-Es mi amiga-le
dijo mientras se sentaba a su lado.
-Pues no te
preocupes, porque si no está, es buena señal.
Ella cogió la
bebida caliente y se guardó el teléfono.
-No sé, no sé.
Algo le decía que
Mercedes no estaba bien. No era normal que aún no hubiera llegado.
Después recordó a
los fallecidos que trajeron, debían de estar en la sala forense. Allí no había
mirado porque su mente se negaba a la posibilidad de que pudiera estar muerta.
Mientras caminaba,
con su nuevo amigo a su lado, recordó las últimas palabras que le dijo a su
amiga sobre María. Recordó lo doloroso que era pensar en la muerte de un ser
querido. Recordó el daño que le había hecho.
La sala estaba
fria, lo que era propio. Y llena de cadáveres, que no lo era tanto, sobretodo
para un hospital que debe salvar vidas. Dio la descripción al ayudante de turno
y al forense. Ambos asintieron y le dijeron que una mujer con sus
características había entrado hacía dos horas, ya muerta, por un traumatismo
severo.
-¿Quieres verla?-le
dijeron.
Macarena quedó
allí, paralizada, dolorida, partida en dos. Sintió el mismo dolor que cuando su
madre murió en sus brazos en aquella clínica abortiva ilegal, y se dio cuenta
que tanta coraza y coraje no le habían servido de nada, porque el dolor intenso
y cortante, la ansiedad despiadada, estaban ahí dentro, en algún lugar de su
cuerpo.
Ernesto la sujetó
por los brazos. Las lágrimas corrían por sus mejillas y sus pies no respondían.
-No tienes que
hacerlo, si no quieres. Lo hará su familia.
Ella miró alrededor.
Todo parecía moverse, como si los objetos tuvieran vida propia.
-Estoy perdiendo el
control-pensó.
En ese instante, en
el que su cuerpo comenzó a caminar, lentamente, como si retrasando los metros
que la separaban del cuerpo, evitara la muerte de su amiga, el teléfono sonó.
Miró con temblor la
pantalla, era el móvil de Mercedes. Lo cogió pero no pudo hablar, sólo oyó una
respiración sorda al otro lado de la línea.
-Macarena-era
Mercedes que la hablaba desde el más allá.
-¿Sí?-respondió.
-Macarena, ¿qué te
pasa?-he visto ahora tu mensaje-perdóname por no contestarte, pero otra vez mi
niño, con la alergia, he tenido que volverme y bueno, sólo esperaba que
estuvieras bien amiga.
-Sí, sí.
Y ya no pudo decir
nada más porque su cuerpo cayó al suelo como un saco roto.
1 comentario:
Emocionante , muy emocionante , espero ansioso el siguiente capítulo !
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