jueves, 20 de marzo de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


 
PRIMAVERA 2ª PARTE.

-¡No te puedes imaginar el día que llevo!.

Macarena corre por el pasillo de la clínica mientras intenta ponerse la bata y atiende la llamada de Mercedes. Había luna llena y los partos surgían por doquier, como si todas las embarazadas se hubieran puesto de acuerdo.

Hacía varias semanas que habían tenido la reunión en el parque. Desde entonces no se habían visto. Había preferido darle tiempo. Sabía que su comentario había sido inapropiado, pero había visto demasiado anhelo en los ojos de Mercedes y no quería que sufriera. Demasiado tiempo sin saber de María, debían prepararse para lo peor.

Marion había sido muy generosa, como siempre, llamando a una y a otra para que hicieran las paces.

Macarena no conocía a María personalmente, aunque sí la sentía como amiga suya también, porque sus nuevas amigas no paraban de hablar de ella. Ese día, precisamente ese, es el que había elegido Mercedes para verse. Llevaba dos cesáreas y tres partos naturales, y todavía quedaban doce horas más, era día de guardia.

Eran las ocho de la noche y aún no había podido sentarse.

-De verdad, Mercedes. Quiero hablar contigo pero tiene que ser mañana, hoy estoy en el hospital y no he parado siquiera a tomar algo.

-Pues descansa un poco. Voy, tomamos un café rápido y hablamos. Por favor- su voz sonaba suplicante, cosa extraña en ella, por lo que decidió aceptar.

Colgó sin decir nada. No se extrañó, estaba acostumbrada a sus enérgicas respuestas y a su don de mando, debido quizás a tantos años de litigio en los tribunales.

Se miró en el espejo de la sala de descanso. Tenía ojeras y el pelo corto enmarañado. No podía con su alma. Hubiera deseado ir a casa y ducharse bajo el agua tibia, quitarse el olor a desinfectante y sangre. Jugar con su perro Yacky un rato y dormir hasta el día siguiente. Pero no podía, sólo esperaba que los partos cesaran para poder descansar un rato. Vio los restos de comida en la mesa y las dos camas con la ropa toda revuelta. Aquel lugar no estaba muy ordenado.

-Cosas de ser médico-pensó.

Decidió echarse un rato. En día como aquellos era capaz de dormir profundamente en cualquier sitio. Se sentó en el borde de la cama y se quitó los zapatos. Tiró del edredón para intentar envolverse pero éste estaba pesado y parecía sujeto a algo. Tiró más fuerte y oyó un grito que provenía de algún lugar del interior de aquella maraña de sábanas y mantas. Una cabeza de hombre asomó por alguna parte.

-¿No miras nunca si está ocupado?

Macarena se levantó de un salto, tan rápidamente que a su cuerpo le costó mantener el equilibrio.

El hombre, al que no había visto en su vida, echó la colcha hacia atrás e hizo amago de incorporarse.

-No, no te levantes, me tenderé en la otra cama.

Él sonreía. Era rubio y corpulento, de gran sonrisa y pequeños ojos verdes.

-No pensaba hacerlo-pero se incorporó.

-¡Uff!, es que es mucho lo que llevamos ¿verdad?-exclamó, quizás para romper el hielo.

Macarena, aún desconfiada, se sentó en la cama de al lado.

-¿Quién eres?-preguntó, mientras se dejaba caer rendida de tanto sueño y cansancio acumulado.

El hombre apoyó su cabeza sobre su mano derecha para poder verla mejor.

-Lo siento, no me he presentado. Soy Ernesto, anestesista.

Ella colocó sus manos entrelazadas detrás de la nuca, fijando su mirada en el techo, blanco y artificial.

-Yo soy Macarena, ginecóloga. No te había visto antes por aquí.

Él se acostó en la misma postura que ella y fijando también su mirada en algún punto de aquella habitación.

-Trabajo en el Santa Elena, pero esta mañana me habían pedido venir, estáis desbordados y con un anestesista no era suficiente.

Su voz era suave, quizás demasiado.

Macarena seguía con la vista clavada en el techo, pero los párpados le pesaban tanto que la voz de aquel hombre le llegaba como un murmullo lejano.

-Pues que bien, ahora tengo que descansar-y se volvió hacia la pared, intentando no pensar.

No sabía cuanto tiempo había pasado, quizás fueron horas, pero a ella le parecieron segundos. Una sacudida la despertó en el mejor de sus sueños.

Ernesto la miraba y gritaba mientras se ponía con rapidez los zapatos.

-¿Qué pasa?

Él la miró con seriedad.

-¿No te has enterado?

Ella se incorporó también y comenzó a vestirse.

-No, ¿qué ha pasado?

-Un accidente, en la nacional IV, necesitan a todo el mundo. Un autobús ha volcado y se ha llevado por delante varios coches.

Macarena no podía creerlo, ese sería el remate del día. Pensó en su amiga, con la que había quedado pero a la que no podría atender. Ernesto ya se había ido. Una enfermera asomó la cabeza.

-Macarena, por favor, te necesitamos.

-Ya voy, ya voy- se colocó el estetoscopio y salió tras ella.

Urgencias era un caos de médicos y enfermeras, el jefe de cirugía trataba de poner orden.

-Fátima, busca a las tres enfermeras y iros a la entrada. Macarena, ve con ellas.

La miró como sólo él sabía. Desde que se habían acostado hacía dos semanas, ya no era el mismo. Hombre soltero, ya entrado en años, pero atractivo con sus canas incipientes y un cuerpo bien cuidado. Una noche, de guardia como aquella, pero sin apenas pacientes, sin altibajos, tranquila. Cenaron juntos bocadillos de jamón. Él se insinuó y terminaron en la cama. Duró diez minutos, para ella no fue nada pero para él pareció que sí. Ella no le volvió a hacer caso y desde entonces sufría las consecuencias.

-Yo soy ginecóloga, Vicente, lo sabes, creo que…

Pero no la dejó terminar. Levantó la mano y la hizo callar con tan sólo un gesto. Fue lo bastante contundente para que todos se fijaran en ella. Su mirada la atravesó. No sabía si era mirada de rabia, deseo o resentimiento, pero sintió un vuelco en el pecho que la hizo enmudecer.

-No estarás sola. En el autobús iban tres mujeres en avanzado estado de gestación y no sabemos en qué estado llegarán.

Después la olvidó y se dirigió al resto, dando las mismas órdenes con más suavidad.

-Debemos estar preparados. Por lo que sabemos, hay dos niños, tres mujeres, además de las embarazadas que atenderá Macarena. Los demás son hombres. Estar preparados para lo peor, aunque por las comunicaciones del servicio de urgencias, muchos sólo son traumatismos.

Y todos se disolvieron yendo a sus puestos. Por el camino pensó en su amiga Mercedes, debía estar de camino y tenía que avisarla. Llamó pero saltó el contestador. Le dejó un mensaje esperando que lo oyera. No quería fallarle de nuevo.

Cuando llegaron a la puerta, la noche ya se había echado, como un manto oscuro, sobre el aparcamiento. Un día cálido que había terminado con una suave brisa demasiado fría para una noche de primavera.

Las enfermeras y demás personal del equipo, se prepararon también. Muchos charlaban de otras cosas, cosas banales, como si aquello fuera la sala de espera para entrar en un concierto.

-Muchos terminan viendo al paciente como un cuerpo con errores al que hay que arreglar-pensaba mientras miraba una y otra vez el móvil esperando un mensaje de su amiga.

Pero para ella no, para ella eran seres humanos, íntegros en su alma y cuerpo. Ella los escuchaba, nunca se limitaba a recetar o hacer pruebas. Necesitaba conocerlos, oírlos, darles ánimos, abrazarlos. Necesitaba sentir la humanidad. Empatizaba con ellos. Por eso su consulta era de las más solicitadas por las futuras mamás.

Vio a Ernesto, apoyado en la pared, como se frotaba las manos con nerviosismo. Sus miradas se encontraron y le sonrió, pero era una sonrisa forzada.

-Éste es como yo-pensó.

Porque el resto sólo esperaban hacer su trabajo y marcharse. Ella sufría por lo que pudiera pasar, por las familias, por lo que tendría que enfrentarse, quizás también la muerte.

La enfermera que estaba a su lado le puso la mano en el brazo. No se había dado cuenta de que no paraba de golpearse la pierna. Era un movimiento repetitivo y absurdo pero la calmaba.

-No se preocupe. Quizás hoy no perdamos a nadie y podamos marcharnos mañana aliviados.

Macarena se fijó en su cuerpo, delgado hasta extremo más absoluto y su cara, infantil y pícara. Apenas era una niña. ¿Cuántas urgencias habría atendido?, ¿cuántas muertes habría sufrido?.

-Eso espero-contestó.

Después pensó en Mercedes, en lo que le dijo el último día que se vieron.

-Tienes que prepararte para lo peor.

Sólo quería que no sufriera. Había sido brusca, lo sabía, pero quería evitar todo abismo de dolor tanto para ella como para Marion.

Había intentado hablar con ella, en muchas ocasiones, pero no le cogía el teléfono. Marion sí que se sinceró, diciéndole lo mucho que le había molestado que insinuara que María estaba muerta. Que no podía ser, que la esperanza nunca se debe perder. La buena Marion, tan comprensiva y paciente.

Pero ella era diferente. Era una mujer enérgica, que había visto y sufrido demasiadas cosas en su vida como para permitirse el lujo de sentarse y esperar lo peor. Situaciones vividas dolorosas que tuvo que superar levantándose y no mirando atrás.

-Algún día tengo que sacarlo, no puedo seguir así-pensó en voz alta.

La enfermera se volvió.

-¿Dices algo?

Ella negó con la cabeza. Intentó callar su mente para tratar de escuchar, pero nada, ninguna sirena. Sólo se oía el sonido del tren de cercanías a lo lejos y el cantar de los grillos.

Se dejó caer en la pared. Quizás era demasiado brusca, quizás fuera una coraza para evitar que la realidad le hiciera daño. Por eso utilizaba a los hombres, tal como la habían utilizado a ella tantas veces. Y la única vez que consiguió enamorarse, fue de un hombre casado.

De repente, sirenas que se acercaban. Su cuerpo se tensó, despejó su mente y sacó las manos de los bolsillos. Estaba preparada.

El caos se instauró en el aparcamiento de urgencias. Por doquier camillas con personas llenas de sangre, algunas inconscientes y otras desorientadas o llorando. Algunas llegaban por su propio pie, con heridas superficiales. Pero las mujeres embarazadas, todas estaban bastante mal. Venían de una clase de preparación al parto. Lo pudo adivinar por sus ropas y las bolsas con logotipo que llevaban. Las auscultó y revisó con rapidez en la entrada. Todos los niños estaban vivos, notaba su movimiento. Dos despertaron en ese momento, era buena señal. Las llevó para revisión y monitorizarlas. La sangre parecía no ser de ellas.

La tercera, sin embargo, tenía el cuero cabelludo enmarañado y pegado en un gran amasijo de pelo sangriento. Tenía una herida bastante fea. Los labios  estaban azulados y la respiración era débil. Tocó los costados, una barra atravesaba el pulmón derecho. Miró al equipo que la había traído.

-No hemos podido hacer nada más-dijo el chico y volvió a ayudar a los compañeros que seguían bajando camillas.

Dio órdenes a las enfermeras respecto a las otras dos mujeres, pero con ésta no debía perder el tiempo. Necesitaba ayuda, buscó con la mirada pero había demasiados heridos para los médicos que estaban aquella noche allí. Ernesto se volvió a cruzar en su camino. Llevaba la bata manchada de sangre y vómito.

-¡Ernesto!-gritó.

Éste se volvió sobresaltado.

-Me tienes que ayudar, voy a sacar al bebé.

-Pero, yo..es mejor Roberto. Recuerda que soy anestesista.

Ella miró a la mujer, que aún respiraba y a la que no le quedaba mucho tiempo. Si no sacaba al bebé, éste moriría también.

Él intuyó sus pensamientos. ¿Madre o hijo?

-No debes tomar tú la decisión, tenemos que preguntar y ver las opciones.

Eso ya lo había hecho ella. No habían localizado a ningún familiar porque no llevaba la documentación, o la habría perdido en el accidente. En el momento que sacaran la barra, se desangraría en pocos segundos y el bebé se iría con ella. Alguien tenía que vivir.

-Si no me ayudas lo haré sola.

Él la miró, tratando de ver sus intenciones en la mirada y entendió sus razones, porque aceptó ayudarla. Juntos corrieron para el quirófano ocho, dio orden de tener toda la unidad neonatal preparada.

Ya en la mesa, miró a la joven madre, no debía de tener más de 25 años. Ya apenas respiraba y no sólo estaban azules sus labios, este color se había extendido a todo su cuerpo. Quedaba poco tiempo.

-Lo siento-fue lo único que pudo decirle.

Después hizo la cesárea y sacó al bebé. Estaba sano. Dos kilos y medio. Un niño sonrosado de pies grandes, que lloró por primera vez en sus manos.

Se alejaron con él mientras ella intentaba deshacer lo que había hecho. Los demás la dejaban, aún sabiendo que la mujer había fallecido hacía dos minutos. Sabían que Macarena era intensa e impulsiva y no se le podía imponer la realidad, debía verla por ella misma.

La cosió y trató como si aún respirara. Después certificó su muerte.

Ernesto la observó como hacía, retenido por una enfermera.

-Déjela-le decía-ella necesita intentarlo y puede que lo consiga.

Pero no lo consiguió. Aquella desconocida murió a las diez menos cuarto. Todo quedó anotado.

Macarena se dirigió a lavarse las manos, su mirada ya no estaba allí, sino mucho más lejos. Quizás cuando tenía diecisiete años y vio a su madre morir de un aborto, delante de ella, en manos de un médico sin escrúpulos. Habían ido a escondidas de su padre, el cual no lo hubiera permitido. Hombre recto y férreo donde los haya, había tratado a su madre como si fuera un subordinado militar. Por eso ella lo odiaba, con toda su alma. Su madre hubiera querido dejarlo, pero no pudo. Durante mucho tiempo le habló a su joven hija de los deseos de libertad, de que todavía estaba a tiempo de rectificar. Que no sería fácil pero que lo merecía. Macarena ya sabía, por entonces, que su padre frecuentaba algunos burdeles de la capital. También sabía que nunca tuvo una palabra cariñosa para ella ni su madre. Todo eran órdenes, cuando se iba de casa y cuando llegaba. Nunca un beso, o una caricia. A veces, había visto un atisbo de cierta ternura, pero pronto se ennegrecía volviendo a ser el hombre huraño y desgraciado que les hacía la vida imposible.

Por eso su madre decidió abortar. Como la ley no lo permitía, decidió ir a un médico conocido, amigo de otro conocido, que le habían dicho lo hacía por poco dinero. Todo terminó de la peor manera.

Ni que decir tiene que se escapó de casa cuando terminó el entierro. Siempre escribió a su padre y sus tíos, para que supieran donde estaba. Nunca hicieron nada por buscarla ni ella lo deseaba.

-¿En qué piensas?

Ernesto se encontraba a su lado y la observaba con descaro.

-Parecías estar en otro mundo.

Ella terminó de secarse las manos.

-Y lo estoy.

Después se alejaron por el pasillo. El caos parecía haberse disipado. Todo estaba controlado. Algunos familiares lloraban en la sala de descanso y estaban siendo atendidos por psicólogos.- La muerte no perdona a nadie-pensó.

Miró el reloj, aún le quedaba noche y debía estar despierta.

-¿Quieres tomar un café?-le dijo sin dejar de mirar el móvil. Se había acordado de su amiga Mercedes.

-Yo te invito-y se alejó corriendo sin darle tiempo a decirle como le gustaba.

Mientras lo esperaba, sentada en la silla del pasillo central, se acordó que su amiga venía en coche, ¿qué ruta habría tomado?,¿sería una de las accidentadas?.

Y el corazón le dio un vuelco. Fue un leve escalofrío que recorrió sus piernas y llegó a su estómago.

El teléfono se deslizó por sus manos sudorosas y cayó al suelo. Ernesto, que ya venía con los cafés, la vio marcharse como un rayo.

-Dios, puede que sea una de ellos.

Él parecía no entender.

-Pero ¿qué dices?¿una de qué?-le gritó, pero ella ya no le oía.

Corrió por las salas de urgencias, por los salas de operaciones. Corrió preguntado a todos, pero Mercedes no aparecía por ningún lado. Volvió al pasillo donde había dejado a Ernesto, que la esperaba con el teléfono en una mano y un café en la otra.

-Es mi amiga-le dijo mientras se sentaba a su lado.

-Pues no te preocupes, porque si no está, es buena señal.

Ella cogió la bebida caliente y se guardó el teléfono.

-No sé, no sé.

Algo le decía que Mercedes no estaba bien. No era normal que aún no hubiera llegado.

Después recordó a los fallecidos que trajeron, debían de estar en la sala forense. Allí no había mirado porque su mente se negaba a la posibilidad de que pudiera estar muerta.

Mientras caminaba, con su nuevo amigo a su lado, recordó las últimas palabras que le dijo a su amiga sobre María. Recordó lo doloroso que era pensar en la muerte de un ser querido. Recordó el daño que le había hecho.

La sala estaba fria, lo que era propio. Y llena de cadáveres, que no lo era tanto, sobretodo para un hospital que debe salvar vidas. Dio la descripción al ayudante de turno y al forense. Ambos asintieron y le dijeron que una mujer con sus características había entrado hacía dos horas, ya muerta, por un traumatismo severo.

-¿Quieres verla?-le dijeron.

Macarena quedó allí, paralizada, dolorida, partida en dos. Sintió el mismo dolor que cuando su madre murió en sus brazos en aquella clínica abortiva ilegal, y se dio cuenta que tanta coraza y coraje no le habían servido de nada, porque el dolor intenso y cortante, la ansiedad despiadada, estaban ahí dentro, en algún lugar de su cuerpo.

Ernesto la sujetó por los brazos. Las lágrimas corrían por sus mejillas y sus pies no respondían.

-No tienes que hacerlo, si no quieres. Lo hará su familia.

Ella miró alrededor. Todo parecía moverse, como si los objetos tuvieran vida propia.

-Estoy perdiendo el control-pensó.

En ese instante, en el que su cuerpo comenzó a caminar, lentamente, como si retrasando los metros que la separaban del cuerpo, evitara la muerte de su amiga, el teléfono sonó.

Miró con temblor la pantalla, era el móvil de Mercedes. Lo cogió pero no pudo hablar, sólo oyó una respiración sorda al otro lado de la línea.

-Macarena-era Mercedes que la hablaba desde el más allá.

-¿Sí?-respondió.

-Macarena, ¿qué te pasa?-he visto ahora tu mensaje-perdóname por no contestarte, pero otra vez mi niño, con la alergia, he tenido que volverme y bueno, sólo esperaba que estuvieras bien amiga.

-Sí, sí.

Y ya no pudo decir nada más porque su cuerpo cayó al suelo como un saco roto.

 

 
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Emocionante , muy emocionante , espero ansioso el siguiente capítulo !