PRIMAVERA.
1ª PARTE.
Macarena no
puede más con el sentimiento que le atormenta. Hacía tres meses que lo habían
dejado, pero la presión del pecho no desaparecía. Lo había intentado todo,
remedios naturales y farmacéuticos. Se había acostado con compañeros de
trabajo, hombres atractivos que habían esperado su oportunidad. Habían corrido
rumores sobre su promiscuidad en la Clínica, pero a ella le daba igual.
Bastantes prejuicios había vivido en su niñez, fruto de la rigidez de una
familia militar. Ahora era libre y podía hacer lo que le viniera en gana. Sin
embargo, los meses que duró su última relación verdadera, no se sintió bien ni
completa en ningún momento. Sí, adoraba sus abrazos, los susurros en el oído,
que la colmara de flores todas las semanas. También odiaba que fuera la
segunda, que saliera corriendo cada vez que sonara el teléfono o que se
excusara cuando no podía cuando más lo necesitaba. Pero, sobretodo, le
repugnaba su propia imagen en el espejo cada vez que veía a su amiga. Desde que
se separó, Mercedes había sido el hombro sobre el que lloraba. Esa mujer,
pequeña y fuerte, con sus tres niños que siempre sacaba tiempo para ella. El
día que acudió con el pequeño a una revisión, rompió en lágrimas mientras le auscultaba
el corazón.
-¿Qué te
pasa, te encuentras bien?
Macarena
dejó el estetoscopio y se sonó la nariz. Explicó entre sollozos que no, que
estaba hundida, que había dejado al hombre con el que había estado durante
meses.
Mercedes
fue muy comprensiva, la escuchó atentamente y no la juzgó. Terminaron tomando
un café después de dejar al niño en el cole.
Desde
entonces, se habían hecho grandes amigas. Se reunían una vez en semana, para
tomar una copa, en el pub que había al lado del Hospital. Allí reían y charlaban,
siempre acompañadas de María, que también se había hecho inseparable.
Mujeres
dispares, diferentes pero iguales, convirtiendo un marullo de sentimientos en
un camino común que habían tomado juntas.
Hoy había
decidido decirle la verdad, se verían a las nueve, cuando la hermana de Mercedes
recogiera a sus niños y Marion saliera de su terapia. Irían a cenar y al pub,
pero se lo diría cuanto antes, incluso mientras cenaran, porque no quería
esperar más.
Eran
todavía las cinco de la tarde, así que tenía tiempo de sobra para sacar a Yacky
y correr un poco por el parque. Se había puesto el chándal rojo ajustado y la
riñonera donde llevaba el agua y las chuches de obediencia, como ella las
llamaba.
Cuando
cogió la correa, él ya la estaba esperando, moviendo el pequeño rabo y
saltando. Tropezó con su peluche, seco por las babas. Lo lanzó al sofá y salió
al parque.
Estaban en
Mayo, el sol calentaba pero no quemaba, así que se subió la cremallera.
-Estás bastante delgada-le decía constantemente
su amiga-¿para qué necesitas correr?
Pero ella
no lo hacía para estar en forma, lo hacía por necesidad. Mientras corría, la
neblina negra que pululaba por su mente, ensombreciéndolo todo, desaparecía.
Es, durante una de estas carreras, que vio con claridad lo que necesitaba para
que desapareciera, para que volviera a ser la Macarena de antes, libre, alegre
y espontánea.
Y aquel día
lo necesitaba más que nunca. Además, ya había acostumbrado a su pequeño
bodeguero andaluz, a matar los nervios de la misma manera. Desde que corría con
ella, no mordía los muebles cuando lo dejaba para ir a trabajar. Dos veces
estuvo a punto de devolverlo a la protectora, pero los lametones de
arrepentimiento y los saltos de alegría en cuanto llegaba a casa, pudieron más.
Corrió tres
kilómetros, trotando. Llegó sudorosa a casa, echó agua en el escudillo de Yacky
y se dirigió a la ducha. Cuando salió, éste ya dormía enrollado en la colcha,
aun arrugada, de la cama. Decidió dejarlo, estaba adorable, con su cabecita
oscura tapada por las patas, mientras su vientre sonrosado bajaba y subía
lentamente.
Se vistió
en menos de diez minutos. Se enfundó en el vestido de raso negro que llevaba
meses guardado, se atusó el pelo cortado como un chico, oscuro como el
azabache, y se puso los pendientes grandes y dorados que tanto le gustaban.
Nada de tacones, unas bailarinas serían suficientes, quería ir guapa pero cómoda.
Sólo necesitó pintarse los labios de rojo pasión, como lo llamaba. Echó un
último vistazo al espejo de la entradita antes de salir.
-Lo vas a
hacer, lo vas a hacer- se repitió varias veces como si fuera un mantra
tibetano.
Mientras se
dirigía en coche hacía el restaurante, iba ensayando su discurso, su disculpa.
Estudiaba todas las reacciones posibles por parte de sus amigas y quería saber
como actuar en cada paso.
Pero no se
pueden controlar todas las emociones. Cuando llegó y se sentó en la mesa, ellas
ya habían pedido vino y sonreían por algún chiste inocuo. Las dos estaba
felices y pletóricas con sus vidas. La única que sí parecía haber encontrado el
equilibrio con un hombre era Marion, aunque siempre tenía un atisbo de tristeza
en sus ojos.
Mercedes,
desde que se divorció, era otra persona. Había reducido su jornada para poder
estar más tiempo con sus hijos, incluso había adoptado un gato llamado
Mortadelo que se escapaba cada vez que le entraba el celo.
-Ya te he
dicho miles de veces que tienes que castrarlo-le decía Marion.
-Ya, ya..a
ver si saco tiempo. El muy cabrón-lo dijo mirando fijamente a Macarena-estará
dejando preñadas a todas las gatas de barrio.
Después
siguió tomando vino.
-Sólo
espero que no venga ninguna a reclamar la paternidad.
Y todas
rieron. Hablaron durante la cena, también durante el café. Hablaron de Marion y
su deseo de tener hijos, de sus constantes luchas con la administración.
Hablaron de la aventurera María, allí en Pakistán, donde había alargado unos
meses más su trabajo. También de su pequeña Celia, a la que sacaban a pasear,
sobretodo Marion, desde que la madre no podía cuidarla debido a su
enfermedad. Sus hermanas vivían en Canadá y Marion se había ofrecido a ser su
niñera. Así que todos los días la bañaba, le susurraba nanas y le daba de
comer. La sacaba al parque y la llevaba de tiendas, aunque no pudiera entender.
Incluso, había llegado a dormir en su casa, donde había habilitado un
dormitorio para ella.
Hablaron de
hombres, de política, de vestidos en oferta, de vicios desconocidos. Hablaron
de todo, excepto de lo que Macarena necesitaba.
Era ella la
que tenía que tomar la iniciativa, así que lo fue alargando hasta que llegaron
al pub. Decidió que ya estaban lo suficientemente relajadas y que, tras unas
copas de más, lo verían de otra manera.
Estaban
sentadas en los sillones, acabando el segundo Martini, cuando se decidió.
-Mercedes,
debo contarte una cosa.
Ésta la
miró con el rabillo del ojo, dejándose caer en el respaldar.
-Sí, dime
lo que quieras.
Macarena se
tomó el resto de la copa de golpe y tosió, las demás rieron. Dios, dame
fuerzas-pensó.
-No puedo
soportar más este dolor que me está comiendo.
Marion se
acercó a ella y Mercedes se incorporó.
-¿Qué te
pasa, estás mal?¿Estás enferma?
-No, no, no
es nada de eso.
La música
de Madonna comenzó a sonar, la había pedido expresamente alguien que quería sorprender
a su novia con alguna noticia importante. Ellas sólo intentaban concentrarse en
la conversación.
Macarena
echó a llorar, como aquel día en la consulta y que fue el inicio de su
relación. Todas sacaron pañuelos, ella los utilizó todos.
-Pero dinos
que te pasa, nos tienes en ascuas, ¿es otro hombre?....si ya lo sabía yo-
exclamó Marion.
Ella negaba
con la cabeza, ahora que quería, que había dado el paso y necesitaba hablar, no
podía. Las palabras habían estado tanto tiempo retenidas en su corazón, que se habían quedado presas allí y ahora no
podían salir. Sólo consiguió emitir sollozos y angustia, pero ninguna frase
comprensible.
Fueron a
pedirle otra copa, tenía que relajarse. Se la bebió de un solo trago, esta vez
no tosió.
-Era él,
Mercedes, era él de quien te hablé todo este tiempo-por fin lo consiguió.
-¿A qué te
refieres?-le preguntó.
- Era él,
mi amante, el hombre que tanto me había dado, del que me enamoré como una loca,
el que me hacía llorar. Era tu marido, Mercedes; yo era la persona con la que
te engañó-ahora no podía parar, debía expulsar todo su dolor-. No podía
aguantar más sin decírtelo. No podía mirarte a la cara cada vez que te veía con
los niños en la consulta. Me enamoré, como una tonta, pero el remordimiento me
pudo y no lo soporté. Después nos hicimos amigas y tú te has convertido en lo
más importante para mí.
Apretaba
los pañuelos arrugados contra su pecho, sollozando pero tranquila. Sus amigas
la miraban sin pestañear, escuchando atentamente. Macarena no podía adivinar lo
que pensaban porque sus rostros estaban impasibles. Si esa noche era la última
que pasarían juntas, no le importaría. Las quería pero aún se quería a ella misma
más. Tenía un sentido el contar todo
aquello, aunque ese hombre ya no formara parte de sus vidas. Le movía la
honestidad.
-Sólo duró
unos meses- se lo juró dando besos al aire-, pero no podía seguir. He querido
decírtelo muchas veces, pero nunca me decidía. Por favor, perdóname-le suplicó.
Terminó de
nuevo llorando y con otra copa que le trajo Marion.
Se hizo
silencio, por unos segundos, después Mercedes exclamó.
-Llevo
meses esperando a que me lo cuentes.
Las demás
la miraron asombradas.
-Sí, si, no
me miréis así. Yo supe que tu eras la amante. Pude ver los mensajes que te
enviaba y cuando un día lo seguí, te vi con él.
Tomo un
trago de la copa de su amiga.
-¿Por qué
no me dijiste nunca nada?
-Lo iba a
hacer, entonces te derrumbaste en la consulta, ¿te acuerdas?. Cuando quedamos
esa noche, te iba a bofetear, a insultar, iba a descargar mi ira contigo.
Macarena se
retiró unos centímetros de su lado, estaba asustada. Mercedes le guiñó un ojo.
-Pero
después te conocí y me pareciste una víctima. No eres la primera y supongo que
no serás la última. Mi exmarido tuvo muchas amantes, Macarena, ¿o creíste que
eras la única?
El silencio
prosiguió, después todas terminaron en una sonora carcajada.
Se despidieron hablando del próximo viaje que harían juntas. Cuando llegaron al
parking, estaba amaneciendo. Mientras se abrazaban, Mercedes le susurró al
oído.
-Tú eres lo
mejor que me ha dejado mi marido. Si no te hubieras acostado con él, no te
habría conocido.
Marion
observaba desde cierta distancia. Ella era más prudente en estas cuestiones.
Sólo había conocido un marido y amante, y nunca se le ocurriría ponerle los
cuernos.
Cuando Macarena
llegó a casa, Yacky la recibió con grandes saltos, llevaba el escudillo en la
boca. Había olvidado dejarle comida. Se había hecho pis en la cocina y había
roto un cojín, pero no le importó, era feliz.
1 comentario:
Estoy enganchado , cuándo sigue la historia? . Espero que muy pronto , me encanta!
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