Verano
2ª PARTE
2ª PARTE
El 10
de Julio llegó en un abrir y cerrar de ojos. Esa noche llovió y una tormenta
arrasó el pueblo. La humedad se pegaba a la piel, a los muebles y a la vida.
-Me
pesa el alma-dijo Marion a su marido-, tengo miedo.
Carlos,
aún con los ojos cerrados, le puso su mano en el vientre y sonrió.
-Todo
saldrá bien, no te preocupes. Hacen cientos de operaciones todos los días.
Ella
siguió sentada en la cama, todavía faltaban tres horas para que tuvieran que
estar en el hospital. Se había despertado sin dolor alguno y eso era extraño.
Él se levantó despacio, Marion lo observó mientras hacía sus ejercicios de
estiramiento en la alfombra, desnudo. Aún conservaba su delgadez , ni un solo
kilo de más. Su musculatura le hacía
parecer un chaval de 23 años y, a veces, le provocaba situaciones confusas con
chicas jóvenes, de las que ella se reía y que a él no le hacían ni pizca de
gracia.
Lo miró
con deseo, pero también con envidia. Su cuerpo sí que se había resentido, tanto
dolor le había provocado dejadez. Ahora tenía celulitis en las piernas y los
brazos habían perdido su elasticidad. Pero él la amaba, eso estaba segura.
Sonrió mientras Carlos le hablaba sin parar, haciendo posturas imposibles para
ella.
-Algún
día las harás tú también- le dijo.
Marion
se desperezó en la cama abrazándose a la almohada.
-¡Lo
dudo!-exclamó- nunca tendré tu elasticidad.
Se
levantó despacio y se dirigió a la cocina. Le hizo café y tostadas. Él la
siguió e intentó impedírselo.
-¿Qué
haces Marion?, ya te he dicho que no comeré nada hasta que tú no lo hagas.
-Tienes
que comer, Carlos, por favor, déjame hacerlo.
Él
sonrió, seguía desnudo, y la dejó terminar el desayuno.
Mientras
él lo comía, ella se vistió. Nada de perfumes ni de cremas, le habían dicho,
ven en ayunas. Eso no sería problema, ya hacía varios meses que no se
arreglaba, su cabello estaba descuidado y su tez pálida y apagada.
Cuando
llegaron a la clínica, los nervios se habían apoderado de ella y las manos le
sudaban sin parar. La condujeron a la habitación 112 y le pidieron que se
cambiara, pronto vendrían por ella.
Aún no
había terminado de hacerlo cuando los camilleros entraron y se la llevaron. Lo
último que vio es a su marido alejarse por el pasillo, con las manos metidas en
los bolsillos de sus vaqueros y una sonrisa en el rostro. Después se percató de
que era ella la que se alejaba. La perspectiva de que te muevan tendida es
extraña-pensó-.
El
quirófano era frio pero la mano del doctor Roberto estaba caliente y era
cálida, pudo sentir su cariño a través de la piel, porque no la soltó hasta que
estuvo dormida.
Cuando
despertó, aún estaba en el quirófano, pero se estaba moviendo, los camilleros
la llevaban de nuevo a la habitación. El doctor le acarició el hombro:
-Todo
ha salido bien-le dijo-, cuando se le haya pasado los efectos de la anestesia,
subiré a hablar con los dos.
Y todo
lo decía sonriendo, como si no pasara nada y fuera de lo más normal. Pero
Marion no estaba capacitada para preguntar ni retener nada, porque la droga la
mantenía en una nube irreal.
Carlos
la esperaba paciente y la besó en la frente en cuanto llegó. Pasó dormida casi
todo el día y cuando se despertó, el doctor Roberto y su marido estaban
hablando. La miraron extrañados.
-Bueno,
ya se ha despertado, ¿cómo se encuentra?
Marion
intentó mover las piernas con dificultad pero el dolor se le hacía
insoportable.
-No se
preocupe, es normal. Le pondremos más analgésicos.
Su
marido le cogió la mano y ella sintió que algo no había ido bien.
-Tenía
más extendida la endometriosis de lo que esperábamos-don Roberto estaba serio-y
le hemos tenido que extirpar los dos ovarios y el útero.
El
dolor le impedía pensar con claridad pero no afectaba a su comprensión.
-¿Cómo?-exclamó-¿no
ha podido salvar nada?
Estaba
enfadada y dolorida, dolorida y enfadada. Deseaba salir corriendo pero su
cuerpo no respondió.
-Tranquila,
Marion-don Roberto la sujetó por los hombros-. Ya se lo he explicado a su
marido, mañana estará mejor y le daré detalles. Era lo mejor que podíamos
hacer. Pero está limpia y ya no sufrirá más.
Se fue
de la habitación, no sin antes inyectarle otra dosis de calmantes. Adiós a los
hijos que pensaban tener, a los embarazos que deseaba con tantas ganas, a la
familia numerosa y a las risas de chiquillos que soñaba correteando por el
jardín de su casa.
Se volvió
a dormir, esta vez voluntariamente y no porque estuviera sedada, no quería
pensar más.
A la
mañana siguiente, los rayos de sol que entraban por la ventana la despertaron.
Ya no tenía dolor intenso y Carlos dormía sentado en una butaca, con la cabeza
apoyada en la cama. Ella le acarició el cabello y se levantó para ir al aseo.
No quería despertarlo, así que cogió el gotero y andó doblada hasta el
servicio, dónde pudo ver la cicatriz, pequeña, ahí sí que había hecho un buen
trabajo. Tenía buen color de piel, pero sus ovarios no estaban. No se sentía
menos mujer por ello, pero siempre había
soñado con una gran familia; desde que su madre la abandonó a los cinco años.
Se crió entre casas de acogida, en las que no consiguió asentarse. Siempre se
había sentido desplazada y ajena a lo que significaba tener a personas que la
necesitaran. Hasta que conoció a Carlos y lo convirtió en su refugio, en su
amor, con el que formaría la familia que nunca tuvo. Pero ahora ese futuro se
había truncado. Se miró al espejo, los lagrimones corriendo por sus mejillas,
la mano agarrada al gotero y después, nada, cayó al suelo o se dejó caer,
abandonando su cuerpo.
Una voz
sonaba lejos, -vuelve Marion-le decía, pero ella flotaba en un mundo de luz del
que no quería salir. La voz seguía-
vuelve Marion, por favor-, y algo se reactivó en su mente; era la voz de su
marido, también la de una niña. Sí, la podía distinguir- vuelve, por favor-.
Cerró los ojos y volvió, de nuevo Carlos y don Roberto, preocupados y aliviados
al mismo tiempo.
-Has
tenido una bajada de tensión-le comentó-pero te hemos recuperado.
Miró a
su marido, tenía los ojos enrojecidos.
-¿Por
qué? ¡creí que te perdía!, me moriría si eso ocurriera. ¡No me dejes nunca más!
Marion
sonrió mientras le acariciaba la mano que no soltaba.
-He
vuelto Carlos, no volverá a pasar.
Así
pasó su convalecencia en el hospital. Su humor cambió de la noche a la mañana.
Se recuperó tan rápido que hasta los médicos se extrañaron, en una semana
estaba en casa.
-Es muy
fuerte- le comentaban las enfermeras.
Su
marido celebraba con cada amigo que venía su recuperación, como si le hubiera
tocado la lotería. Pero ella sabía que había vuelto, no sólo por él, sino por
una niña que no sabia cómo ni cuando, pero que la estaba esperando. Y esa
semilla se implantó en su alma para crecer cada vez más.
Así
pasaron las semanas. Su figura se recuperó, se apuntó de nuevo al gimnasio, le
habían recomendado hacer ejercicio suave. Al mes hacía el amor sin dolor y eso
era maravilloso.
En
Septiembre, le tocaba la segunda revisión desde que se operó. Todo marchaba
bien, en las ecografías no había nada, ni bueno ni malo. Era un canal cerrado y
sellado. Ahora están tan claras- pensó-. Antes, las imágenes estaban tan llenas
de manchas oscuras que no podía identificar por más que se lo explicaran- que
si esto es el ovario o un quiste, o una masa tumoral.
Ahora
todo era claro, porque distinguía un pasillo y nada más. Era más fácil.
En
cuanto salió de la consulta, pensó en la mujer que había conocido en la sala de
espera, María, de la que tanto había leído. Le gustaban sus artículos y la
frescura con la que los desarrollaba. La seguía incluso, cuando acudía a alguna
tertulia en la televisión. ¡Qué sorpresa haberla encontrado allí!.
Pensó
en la niña que la trajo desde el otro mundo y buscó la tarjeta que le había
dado. Sería el destino, pensó, y marcó.
Tres,
cuatro, cinco tonos y nada. Cuando ya iba a colgar, su voz sonó al otro lado,
rodeada de sonidos que no pudo identificar.
-¿Diga?
Marion
quedó callada unos segundos, pensando en lo que decir. Después de todo, no la
conocía y no sabía hasta que punto podía ayudarla.
-¿Hola?
-Hola
María, soy Marion, ¿te acuerdas? , de la consulta del ginecólogo.
Un
silencio y después:
-Sí, es
verdad, me acuerdo, de la cerveza que prometimos tomar juntas algún día.
Sintió
como reía a través del altavoz, ella estaba conduciendo.
-¿Te
encuentras bien?, ¿necesitas algo?
-Si,
por eso te llamaba. Perdona que sea tan precipitado, me tomarás por una
desesperada, pero dijiste que me podrías ayudar con la adopción.
María
aparcó en doble fila, en una calle poco transitada. Aunque el médico le había
prohibido coger el coche, algunas tardes lo utilizaba en trayectos cortos, para
hacer las compras.
-Espera,
aparco y te atiendo mejor, no quiero tener un accidente con mi estado-bromeó.
Resopló
en el asiento y tomó un poco de agua, echándose el resto de la botella por el
escote. Estaba empapada en sudor-será el embarazo-pensó-después de todo somos
dos personas tirando del mismo cuerpo.
Y ahora
aquella mujer, ya no se acordaba siquiera que le había dado la tarjeta. Era su
impulsividad de la que muchas veces se arrepentía.
-Sí, si
Marion. Es verdad, me acuerdo. ¿Quieres que te ponga en contacto?
-Me
harías un gran favor, no sé como empezar todo esto.
María
sacó su agenda, todavía utilizaba una de esas de papel y forrada en piel, que
llenaba de todo tipo de anotaciones y fotos de su numerosa familia.
-Voy a
hablar con ella y te llamo en una semana. Quedaríamos para tomar café y te
informaría en persona, ¿que te parece?
Sintió
un pequeño alarido al otro lado del teléfono, que interpretó como un grito de
alegría.
-Si,
sí, estupendo. Espero tu llamada, estoy muy ilusionada.
Se
despidieron con un beso, como si se conocieran de toda la vida. Marion volvió a
su casa, a meditar y tomar una copa de buen vino. Sabía que debía celebrarlo,
pero lo pensó mejor y se metió en la ducha, quería hacerlo con su marido. Lo
invitaría a cenar, tenían mucho de lo que hablar.
María
volvió a resoplar y se puso en marcha. Tenía mucho que concretar para su
entrevista y sabía que esa noche no dormiría bien, Celia no paraba de darle
patadas y moverse. Le habían asegurado que era niña.
-Otra-le
había dicho su madre, apenas sin emocionarse. Eran todo mujeres, sus hermanas y
ella, desde que su padre murió. Ningún hombre más había cuajado en sus vidas
desde entonces. Todas permanecían solteras y muy, muy unidas.
Pensó
en Marion y en su deseo de tener hijos. En cuanto llegó a casa, apuntó en la
agenda del día siguiente: hablar con Mercedes.
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