sábado, 1 de febrero de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES.



 Verano

2ª PARTE   

El 10 de Julio llegó en un abrir y cerrar de ojos. Esa noche llovió y una tormenta arrasó el pueblo. La humedad se pegaba a la piel, a los muebles y a la vida.

-Me pesa el alma-dijo Marion a su marido-, tengo miedo.

Carlos, aún con los ojos cerrados, le puso su mano en el vientre y sonrió.

-Todo saldrá bien, no te preocupes. Hacen cientos de operaciones todos los días.

Ella siguió sentada en la cama, todavía faltaban tres horas para que tuvieran que estar en el hospital. Se había despertado sin dolor alguno y eso era extraño. Él se levantó despacio, Marion lo observó mientras hacía sus ejercicios de estiramiento en la alfombra, desnudo. Aún conservaba su delgadez , ni un solo kilo de más.  Su musculatura le hacía parecer un chaval de 23 años y, a veces, le provocaba situaciones confusas con chicas jóvenes, de las que ella se reía y que a él no le hacían ni pizca de gracia.

Lo miró con deseo, pero también con envidia. Su cuerpo sí que se había resentido, tanto dolor le había provocado dejadez. Ahora tenía celulitis en las piernas y los brazos habían perdido su elasticidad. Pero él la amaba, eso estaba segura. Sonrió mientras Carlos le hablaba sin parar, haciendo posturas imposibles para ella.

-Algún día las harás tú también- le dijo.

Marion se desperezó en la cama abrazándose a la almohada.

-¡Lo dudo!-exclamó- nunca tendré tu elasticidad.

Se levantó despacio y se dirigió a la cocina. Le hizo café y tostadas. Él la siguió e intentó impedírselo.

-¿Qué haces Marion?, ya te he dicho que no comeré nada hasta que tú no lo hagas.

-Tienes que comer, Carlos, por favor, déjame hacerlo.

Él sonrió, seguía desnudo, y la dejó terminar el desayuno.

Mientras él lo comía, ella se vistió. Nada de perfumes ni de cremas, le habían dicho, ven en ayunas. Eso no sería problema, ya hacía varios meses que no se arreglaba, su cabello estaba descuidado y su tez pálida y apagada.

Cuando llegaron a la clínica, los nervios se habían apoderado de ella y las manos le sudaban sin parar. La condujeron a la habitación 112 y le pidieron que se cambiara, pronto vendrían por ella.

Aún no había terminado de hacerlo cuando los camilleros entraron y se la llevaron. Lo último que vio es a su marido alejarse por el pasillo, con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y una sonrisa en el rostro. Después se percató de que era ella la que se alejaba. La perspectiva de que te muevan tendida es extraña-pensó-.

El quirófano era frio pero la mano del doctor Roberto estaba caliente y era cálida, pudo sentir su cariño a través de la piel, porque no la soltó hasta que estuvo dormida.

Cuando despertó, aún estaba en el quirófano, pero se estaba moviendo, los camilleros la llevaban de nuevo a la habitación. El doctor le acarició el hombro:

-Todo ha salido bien-le dijo-, cuando se le haya pasado los efectos de la anestesia, subiré a hablar con los dos.

Y todo lo decía sonriendo, como si no pasara nada y fuera de lo más normal. Pero Marion no estaba capacitada para preguntar ni retener nada, porque la droga la mantenía en una nube irreal.

Carlos la esperaba paciente y la besó en la frente en cuanto llegó. Pasó dormida casi todo el día y cuando se despertó, el doctor Roberto y su marido estaban hablando. La miraron extrañados.

-Bueno, ya se ha despertado, ¿cómo se encuentra?

Marion intentó mover las piernas con dificultad pero el dolor se le hacía insoportable.

-No se preocupe, es normal. Le pondremos más analgésicos.

Su marido le cogió la mano y ella sintió que algo no había ido bien.

-Tenía más extendida la endometriosis de lo que esperábamos-don Roberto estaba serio-y le hemos tenido que extirpar los dos ovarios y el útero.

El dolor le impedía pensar con claridad pero no afectaba a su comprensión.

-¿Cómo?-exclamó-¿no ha podido salvar nada?

Estaba enfadada y dolorida, dolorida y enfadada. Deseaba salir corriendo pero su cuerpo no respondió.

-Tranquila, Marion-don Roberto la sujetó por los hombros-. Ya se lo he explicado a su marido, mañana estará mejor y le daré detalles. Era lo mejor que podíamos hacer. Pero está limpia y ya no sufrirá más.

Se fue de la habitación, no sin antes inyectarle otra dosis de calmantes. Adiós a los hijos que pensaban tener, a los embarazos que deseaba con tantas ganas, a la familia numerosa y a las risas de chiquillos que soñaba correteando por el jardín de su casa.

Se volvió a dormir, esta vez voluntariamente y no porque estuviera sedada, no quería pensar más.

A la mañana siguiente, los rayos de sol que entraban por la ventana la despertaron. Ya no tenía dolor intenso y Carlos dormía sentado en una butaca, con la cabeza apoyada en la cama. Ella le acarició el cabello y se levantó para ir al aseo. No quería despertarlo, así que cogió el gotero y andó doblada hasta el servicio, dónde pudo ver la cicatriz, pequeña, ahí sí que había hecho un buen trabajo. Tenía buen color de piel, pero sus ovarios no estaban. No se sentía menos mujer por ello,  pero siempre había soñado con una gran familia; desde que su madre la abandonó a los cinco años. Se crió entre casas de acogida, en las que no consiguió asentarse. Siempre se había sentido desplazada y ajena a lo que significaba tener a personas que la necesitaran. Hasta que conoció a Carlos y lo convirtió en su refugio, en su amor, con el que formaría la familia que nunca tuvo. Pero ahora ese futuro se había truncado. Se miró al espejo, los lagrimones corriendo por sus mejillas, la mano agarrada al gotero y después, nada, cayó al suelo o se dejó caer, abandonando su cuerpo.

Una voz sonaba lejos, -vuelve Marion-le decía, pero ella flotaba en un mundo de luz del que no quería salir.  La voz seguía- vuelve Marion, por favor-, y algo se reactivó en su mente; era la voz de su marido, también la de una niña. Sí, la podía distinguir- vuelve, por favor-. Cerró los ojos y volvió, de nuevo Carlos y don Roberto, preocupados y aliviados al mismo tiempo.

-Has tenido una bajada de tensión-le comentó-pero te hemos recuperado.

Miró a su marido, tenía los ojos enrojecidos.

-¿Por qué? ¡creí que te perdía!, me moriría si eso ocurriera. ¡No me dejes nunca más!

Marion sonrió mientras le acariciaba la mano que no soltaba.

-He vuelto Carlos, no volverá a pasar.

Así pasó su convalecencia en el hospital. Su humor cambió de la noche a la mañana. Se recuperó tan rápido que hasta los médicos se extrañaron, en una semana estaba en casa.

-Es muy fuerte- le comentaban las enfermeras.

Su marido celebraba con cada amigo que venía su recuperación, como si le hubiera tocado la lotería. Pero ella sabía que había vuelto, no sólo por él, sino por una niña que no sabia cómo ni cuando, pero que la estaba esperando. Y esa semilla se implantó en su alma para crecer cada vez más.

Así pasaron las semanas. Su figura se recuperó, se apuntó de nuevo al gimnasio, le habían recomendado hacer ejercicio suave. Al mes hacía el amor sin dolor y eso era maravilloso.

En Septiembre, le tocaba la segunda revisión desde que se operó. Todo marchaba bien, en las ecografías no había nada, ni bueno ni malo. Era un canal cerrado y sellado. Ahora están tan claras- pensó-. Antes, las imágenes estaban tan llenas de manchas oscuras que no podía identificar por más que se lo explicaran- que si esto es el ovario o un quiste, o una masa tumoral.

Ahora todo era claro, porque distinguía un pasillo y nada más. Era más fácil.

En cuanto salió de la consulta, pensó en la mujer que había conocido en la sala de espera, María, de la que tanto había leído. Le gustaban sus artículos y la frescura con la que los desarrollaba. La seguía incluso, cuando acudía a alguna tertulia en la televisión. ¡Qué sorpresa haberla encontrado allí!.

Pensó en la niña que la trajo desde el otro mundo y buscó la tarjeta que le había dado. Sería el destino, pensó, y marcó.

Tres, cuatro, cinco tonos y nada. Cuando ya iba a colgar, su voz sonó al otro lado, rodeada de sonidos que no pudo identificar.

-¿Diga?

Marion quedó callada unos segundos, pensando en lo que decir. Después de todo, no la conocía y no sabía hasta que punto podía ayudarla.

-¿Hola?

-Hola María, soy Marion, ¿te acuerdas? , de la consulta del ginecólogo.

Un silencio y después:

-Sí, es verdad, me acuerdo, de la cerveza que prometimos tomar juntas algún día.

Sintió como reía a través del altavoz, ella estaba conduciendo.

-¿Te encuentras bien?, ¿necesitas algo?

-Si, por eso te llamaba. Perdona que sea tan precipitado, me tomarás por una desesperada, pero dijiste que me podrías ayudar con la adopción.

María aparcó en doble fila, en una calle poco transitada. Aunque el médico le había prohibido coger el coche, algunas tardes lo utilizaba en trayectos cortos, para hacer las compras.

-Espera, aparco y te atiendo mejor, no quiero tener un accidente con mi estado-bromeó.

Resopló en el asiento y tomó un poco de agua, echándose el resto de la botella por el escote. Estaba empapada en sudor-será el embarazo-pensó-después de todo somos dos personas tirando del mismo cuerpo.

Y ahora aquella mujer, ya no se acordaba siquiera que le había dado la tarjeta. Era su impulsividad de la que muchas veces se arrepentía.

-Sí, si Marion. Es verdad, me acuerdo. ¿Quieres que te ponga en contacto?

-Me harías un gran favor, no sé como empezar todo esto.

María sacó su agenda, todavía utilizaba una de esas de papel y forrada en piel, que llenaba de todo tipo de anotaciones y fotos de su numerosa familia.

-Voy a hablar con ella y te llamo en una semana. Quedaríamos para tomar café y te informaría en persona, ¿que te parece?

Sintió un pequeño alarido al otro lado del teléfono, que interpretó como un grito de alegría.

-Si, sí, estupendo. Espero tu llamada, estoy muy ilusionada.

Se despidieron con un beso, como si se conocieran de toda la vida. Marion volvió a su casa, a meditar y tomar una copa de buen vino. Sabía que debía celebrarlo, pero lo pensó mejor y se metió en la ducha, quería hacerlo con su marido. Lo invitaría a cenar, tenían mucho de lo que hablar.

María volvió a resoplar y se puso en marcha. Tenía mucho que concretar para su entrevista y sabía que esa noche no dormiría bien, Celia no paraba de darle patadas y moverse. Le habían asegurado que era niña.

-Otra-le había dicho su madre, apenas sin emocionarse. Eran todo mujeres, sus hermanas y ella, desde que su padre murió. Ningún hombre más había cuajado en sus vidas desde entonces. Todas permanecían solteras y muy, muy unidas.

Pensó en Marion y en su deseo de tener hijos. En cuanto llegó a casa, apuntó en la agenda del día siguiente: hablar con Mercedes.


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