VERANO.
1ª PARTE.
Aquel
día Marion se levantó temprano, no serían ni las ocho, pero el médico no esperaría
si llegaba tarde, después de todo, le había hecho un favor. Si no acudía hoy
antes de las nueve, no podrían atenderla hasta dentro de dos semanas y era el único
ginecólogo competente que había en 100 km.
Se
levantó despacio, sin movimientos bruscos que pudieran despertar a las bestia,
como ella la llamaba. Era ese dolor insoportable que se clavaba en sus entrañas
hasta hacerle perder el conocimiento. Agujas finas que se movían como pequeños
insectos que la roían por dentro.
Había
momentos de paz, pero últimamente, bastaba un giro de cintura o estar de pie demasiado
tiempo, para despertarla.
No se
miró siquiera al espejo, a tientas buscó los pantalones que había dejado en los
pies de la cama y la camiseta que había cogido prestada a su marido. Y no por
que fuera bonita, sino porque era lo suficientemente holgada para poder ir a
gusto.
Se
atusó el cabello, aún estaba limpio aunque hacía tres días que no se lo lavaba.
Se pasó los dedos intentado recogerlo en un pequeño moño. Se refrescó con agua
el rostro y, por unos segundos, se pudo observar. Tenía profundas ojeras, más
acentuadas por sus ojos grises, y la piel estaba pálida. Su cabello rubio
natural estaba opaco. Hacía meses que no se preocupaba de su aspecto porque se
encontraba mal la mayor parte del tiempo y, cuando se reponía, aunque sea por
unos días, pedía el alta para poder aparecer por el trabajo y asegurarse de que
no la despidieran.
Bebió
una infusión de manzanilla que su marido le había dejado preparada y cogió las
llaves del coche.
-Qué
bueno es- pensó Marión. Hacía meses que no tenían relaciones, pero lo soportaba
estoicamente- estaré contigo siempre-le había dicho una y otra vez. Ella sabía
que así sería, pero sufría por no poder llevar una vida sexual normal.
Se puso
en marcha, no sin antes tomarse dos analgésicos, de los más fuertes que había
encontrado, por si acaso.
El sol
le martilleó el cerebro- demasiado tiempo sin salir-pensó. Puso el aire
acondicionado al máximo. En días como aquellos, incluso pensaba en morir, pero
pronto se recomponía de sus propias cenizas, de su propio dolor, para querer
vivir de nuevo. A veces, ya sea fruto de las pastillas o de la propia
enfermedad, veía la realidad con una luz especial, tan bella y hermosa que la
hacía llorar. Sonreía, sonreía siempre, porque había leído que liberaba
endorfinas y estas servían para combatir el dolor. Sin embargo, tanta sonrisa
le había servido también para liberar su mente. Había pasado del cabreo a un
estado de alucinación permanente.
Cuando
llegó al consultorio, aún no había llegado don Roberto, así que sentó y esperó,
con la mano puesta en el vientre y rezando para que el dolor siguiera dormido.
Se acariciaba como si estuviera embarazada. La enfermera la miraba y sonreía.
Que equivocada estaba-pensó Marión- mientras sentía que la bestia comenzaba de nuevo a despertar.
Cuando
la llamaron por le altavoz, las lágrimas ya asomaban por sus mejillas. El
doctor se limitó a mirarla con preocupación y ella a contarle lo mismo de todos
los meses. Los dolores y calambres no cesaban, y ahora, además le duraban más
días, a veces, incluso todo el mes.
Le hizo
una ecografía en la que sólo podía ver masas informes-tienes varios tumores- le
dijo, tenemos que operarte de inmediato.
-¿Tumores?
¿Y ahora lo ve?, llevo meses con esto.
-Lo
siento-se limitó a decir don Roberto- en las imágenes no se veía con claridad.Era un hombre joven, moreno como el azabache y le hablaba con dulzura, pero eso no le servía.
-No se preocupe, seguramente será benigno o endometriosis, pero mientras antes la operemos mejor.
-¿Endometriosis?-era la primera vez que Marion oía esa palabra.
Don Roberto se limitó a no darle importancia, indicándole que
sería la mejor opción si la tuviera, porque podrían quitársela y tratarla.
-Es endometrio que crece fuera del útero. No es mortal pero sí muy doloroso.
En diez
segundos le rellenó los partes del preoperatorio y la dirigió a la enfermera.
Esta ya no la miraba con una sonrisa, sino compasivamente. En diez días tendría
todas las pruebas, la operación se concretó para el 10 de Julio.
Volvió
a casa anonadada y desesperada por no haber preguntado más-¿para qué existe
internet?- pensó.Lo que obtuvo de la red no le gustó, hablaban de infertilidad y daños en el intestino o la vejiga.
Siempre había querido ser madre, pero nunca lo había conseguido. Había tenido dos abortos y nunca habían puesto medios, pero ahora sería aún peor. Tenía 40 años y estaba al límite. Si no conseguían sus ovarios superar la operación, ya no podría.
Se hizo
un café y volvió a tomarse un tercer analgésico. Combinaba varios para que
efecto fuera aún mayor. Hizo una comida frugal, un sándwich de queso y atún. Se
recostó en el sofá viendo la ruleta de la fortuna y esperó a que su marido
llegara.
Éste la
despertó con un beso, como siempre. Ella se abrazó a él desesperada y se lo
contó todo, su operación, su miedo a no poder superarla y la posibilidad de no
tener hijos.
-Yo no
necesito hijos, contigo me basta y me sobra.
Y, como
si nada, se dirigió a la cocina a recalentarse el plato del día anterior.Marión siguió viendo la tele, triste y confusa. Triste porque un deseo tan largamente perseguido no se haría realidad, confusa porque esperaba otra reacción por parte de su marido, más indignación. Sin embargo, estaba feliz y dichoso, como si le hubiera tocado la lotería.
-No te
preocupes, Marion, todo saldrá bien-le dijo mientras se llenaba la boca de puré
de lentejas-. Lo de los niños no es importante, lo principal eres tú, que te
puedas recuperar y llevar una vida normal.
Ella
sonrió y agradeció a Dios que hubiera puesto en su camino a persona tan buena,
tan generosa y tan llena de amor.
Vieron juntos el Telediario y después
descansaron un rato. Estaban a 40º y Carlos no tendría que volver a la oficina
hasta las seis.
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