Muchas veces
me lo he preguntado, ¿existe el amor? ¿qué es en realidad?, y he pasado por
muchas etapas y diversas respuestas.
Cuando somos
niños, más que amar, necesitamos. Necesitamos a nuestros padres, a nuestros
abuelos, a las personas mayores que nos dan seguridad y estabilidad. Aquí no
somos conscientes de lo que significar amar, pero sí necesitar, ni siquiera nos
planteamos esta cuestión.
Cuando
llegamos a la adolescencia, nos desbordamos en pasión, por cualquier cosa, pero
sobretodo, por los chicos. Es una época desbordada, porque todo nos lo tomamos
“a pecho”: los estudios, los amigos, los primeros amores, las aficciones, los
vicios también. Tanta intensidad nos nubla y nos confunde, nos incita a
probarlo todo, por eso cometemos tantas equivocaciones. De hecho, cuantas de
vosotras se habrá unido a alguien, movida por esa pasión tan confusa, y
después, con la edad, todo se ha enfriado, dando lugar a separaciones y
relaciones incomprensibles.
Por fin, la
época adulta, la mejor de todas, donde la mente se tranquiliza y los
sentimientos se aclaran. Donde te planteas todas las cuestiones, dudas de todo y
analizas los sentimientos. Cuando comienzas a dejar atrás los prejuicios e
introduces más valores.
Esto es lo
ideal, o lo sería para la mayoría de nosotros. Pero el mundo está loco y lleno
de incongruencias. Porque tenemos adolescentes de 45 años y viejas de 14.
Porque, a veces, nos entran los celos cuando la madurez ya los debería haber
olvidado y los olvidamos, cuando aun no hemos empezado.
Y la etapa más
importante, la que viene a partir de los 50. Esa etapa en la que sí olvidas de
verdad para desnudar el alma. Cuando eres sincera porque ya estás de vuelta de
todo y sabes que enmascarar no sirve de nada. Cuando aceptas los errores y los
defectos, pero amas a pesar de todo. Cuando tomas las decisiones más acertadas,
aunque para algunos no sean comprensibles.
¿Cuantas
separaciones hay a partir de esa edad que realmente comprendamos? . Yo sí,
porque seguramente, esa mujer habrá mirado con calma su vida y habrá roto los
barrotes que la aprisionaban. Posiblemente, una cárcel que ella misma habrá
creado. Porque somos capaces de ver con claridad el pasado y el presente, y,
quizás, también el hipotético futuro si no aceptamos o cambiamos.
Y es aquí,
cuando el amor reluce en toda su intensidad, porque ya no hay rencores, sino
paz. Ya no hay definiciones, ni sueños vagos que sabemos no se cumplirán.
Porque aceptamos a las personas tal como son, ya no tenemos tiempo para
prejuicios ni adornos. El tiempo pasa y hay que disfrutarlo.
Y para ello,
que mejor que amar, sin más, sin limitaciones, sin celos, con paz.
Aquí es donde
más valoramos el amor de madre, de padre, de hermanos, de amante, de marido, de
hijos. Y es aquí cuando nos emocionamos porque ese calor que lanzamos en una
dirección, ya no esperamos con ansiedad que nos lo devuelvan.
Hemos
aprendido. El placer estar en dar, es lo que reconforta. Eso es amar, lo demás
no importa.
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