Susurro lejano
viene a mis oídos, llevado por el viento del oeste. Mi instinto dice que pronto
llegarán. Siento el retumbar de los cascos en la tierra, el olor a humedad de
su piel. Veo las nubes negras y rojas que, poco a poco, van cubriendo el firmamento.
Me han preparado para la caza durante años y mi oportunidad ha llegado. El
invierno se acerca. Preparo mis lanzas, es el momento. Estoy escondido en la
maleza, más allá está la estepa, verde y plana, como les gusta a ellos. Siento
el calor abrazándome la espalda. Sudo tanto que creo no podré hacerlo. No sé si
son los nervios de la primera vez o que, realmente, no lo deseo. Pero veo que
mi padre me hace señales desde unos metros más adelante. Está tenso y tiene su
instrumento preparado. Ya se acercan y no podré echarme atrás. Un sonido de
pájaro es la señal, todos salimos en estampida, los mayores a caballo, los
demás corriendo. Yo intento ser más lento, porque quiero evitar hacerlo. Pero
el destino lo tiene preparado. Es mediano y fuerte. Tiene ornamentas aún tiernas y su gran
melena le cuelga del cuello por la parte derecha porque la está mudando.
Resopla y corre, porque está tan asustado como
yo. Ha evitado las lanzas, moviéndose con agilidad de derecha a izquierda, cambiando
de dirección cuando menos se lo esperan. Se ha separado de la manada y viene
hacia mí. Todos me hacen señales con las manos porque es el momento. Será mi
inauguración como cazador. Vengo de una familia de cazadores, padre, abuelo y
bisabuelo. No
esperan menos de mí. Mientras el animal se acerca pienso en su vida, en su
padre, en su abuelo y bisabuelo. También le habrán enseñado muchas cosas; donde
están los mejores prados, como proteger a su familia, como defenderse de los
depredadores. Es por ello que sé que me embestirá si yo no lo mato antes. Los
demás están demasiado lejos para ayudarme. Pero no quiero, no quiero hacerlo.
Me mantengo parado, con la lanza hacia abajo, la mirada al frente, la cabeza
erguida. Las plumas de mi cabeza hace rato que volaron. Estoy desnudo y estoy
solo. No puedo esconderme, no hay recodos que me lo permitan y no quiero ser un
cobarde. Seré una deshonra, lo sé. Me enterraran aparte, porque no seré digno.
Ya no hay tiempo de pensar más, lo tengo a diez metros, cinco, tres, dos…uno.
El bisonte resopla y exhala hedor caliente y concentrado. Me mira con sus ojos
negros como la noche, donde me veo reflejado. Alza su pata delantera varias
veces, después gira y me pasa. Quedo allí, paralizado. Los demás llegan
despavoridos y gritando. Me iré lejos, donde pueda escuchar mis ideas. Mi padre,
que ha llegado con ellos, sudoroso, mayor y cansado, me pone su mano en el
hombro y sonríe-eres especial, no hay duda- me dice satisfecho. Yo sólo le digo
que no soy un chico de acción, que soy un pensador. Que mi pensamiento me dijo
que si ya teníamos carne suficiente, no debíamos matar. Me dijo que si lo
respeto, viviré más. También me habló
mi pensamiento de
cuidar, de amar, de convivir.
-Nosotros también
somos animales-le digo a padre.
-No te irás-me dice
él-.Serás nuestro guía espiritual, debemos aprender de ti.
Y volvimos al
poblado, todos con las manos vacías y yo el corazón alegre. Comimos la carne
seca que teníamos guardada, también raíces y bayas.
Mi madre estaba
feliz por mí y los demás también. Yo los guiaría a partir de ahora, diría cómo
y cuando sería necesario cazar. Porque el “Dueño de las praderas” me había
elegido.
-Y todo esto,
porque no quiero matar-pensé.
Quería huir de
allí, vivir solo en las montañas, meditando, dejando mi historia escrita en
piedra, como algunos hicieron en el pasado. Pero mi destino ya estaba escrito,
por el bisonte y mi tribu.
Ahora miro las
estrellas, mientras los demás bailan alrededor del fuego. Pienso que algún día
lejano, habrá más personas como yo, que vean las cosas de forma diferente. Mientras
tanto, deberé guiarlos, como dice mi padre, para que la avaricia que nos
domina, no acabe con nuestro hermano el bisonte.
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