sábado, 1 de febrero de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES



OTOÑO
1ª PARTE

-Qué rápido pasa el tiempo-exclamó María, mientras pasaba su mano por el abultado vientre. Se sentía satisfecha consigo misma. Era hermosa y decidida. Tenía un buen trabajo y, en principio, no necesitaba a nadie más para ser feliz.

El embarazo le había cogido desprevenida. No era su intención tener hijos, pero ahí estaba. No tomó la decisión en las primeras semanas y ahora crecía fuerte en su interior.

-Eres un pequeño torito- pensó.

Su novio, un hombre demasiado ocupado para pensar en nadie que no fuera él mismo, ni siquiera se emocionó. María sabía que si lo tenía, sería sólo para ella. No le importaba, ahora eran uno solo y no necesitarían a nadie más.

Eran las ocho de la mañana y se encontraba en la cocina, bebiendo un té y tomando galletas. Miraba extasiada revistas de bebés. En cuestión de semanas había pasado de revistas de moda a las de maternidad. Había sido una transición natural. Y eso no significaba que dejara de importarle lo que ocurriera en el mundo. Era periodista, sabía muy bien el mundo que le esperaba y lo que habría de luchar. Sabía que su empleo no era fijo, pero ella se encargaría de darle estabilidad. ¿Sus viajes a sitios conflictivos?, los dejaría atrás durante un tiempo. No podía meterse en el campo de batalla de Afganistán con una barriga de diez kilos. Si tuvieran que huir, sería blanco seguro.

 Nunca había tenido los pies tan hinchados y andaba con las piernas abiertas porque los muslos le habían engordado demasiado.

Sonó el teléfono en el mismo instante que intentaba agacharse para recoger la ropa desperdigada por la habitación. Tengo que ser más ordenada a partir de ahora-pensó.

-¿Si?

Sonó una voz ruda al otro lado del teléfono.

-¿María? llevamos esperando veinte minutos, ¿no recuerdas la reunión?

Ella se llevó las manos a la cabeza, ¡Dios, la había olvidado!. Era Valentín, el jefe de redacción, un hombre basto, de manos anchas y corazón de oro.

-¿María, estás ahí?

-Sí, si. Ya voy, no tardo ni diez minutos-la comodidad de vivir a sólo dos calles del periódico.

-Pues ya te puedes ir dando prisa o me presentaré en tu casa. Y sabes que soy capaz. Les diré que estás en el médico o yo que sé. Pero date prisa.

María colgó, tiró la ropa en la cama y se puso el peto vaquero con una camiseta a rallas. Desde que había llegado al quinto mes de embarazo, sólo usaba eso, porque era lo único que le permitía estar cómoda.  Pero sí intercambiaba las camisetas. Las tenía de todos los colores.

Se cepilló el largo pelo, le llegaba a la cintura, y se puso una felpa. Se embadurnó de agua de colonia y cogió su portátil.

Era septiembre, pero aún hacía calor. Comenzó a sudar en cuanto salió del portal. Sólo serían dos calles. Eso era Madrid, nueve meses de invierno y tres de infierno. Es lo que dice el refrán. Pero estaban en otoño y aún no corría brisa fresca, ni siquiera por las noches.

Cuando llegó a la redacción, los pies le sudaban dentro de las zapatillas de lona y tuvo que ir a orinar. De paso sacó de nuevo la colonia y se refrescó las piernas y las axilas.

Avanzó por el pasillo saludando a las compañeras.

-Qué guapa, María.

-Uff como se te nota.

Le decían unos y otros.

Ella sonreía- envidia- pensaba. Porque Valentín la mantenía en su puesto a pesar de todo. Y era el más codiciado de todos. Le permitía viajar y tenía todas las concesiones.  Y , aunque hacía un mes que ya no viajaba y podía trabajar desde casa, le había mantenido el sueldo.

En la reunión se repartieron las tareas y se informó del nuevo procedimiento para la entrega de artículos. A ella le asignaron una entrevista con el embajador de Arabia Saudí. No protestó, sabía que no podía hacer nada más.

Cuando hubieron terminado, Valentín la hizo esperar.

-Tenemos que hablar-le dijo mientras cerraba la puerta.

María estaba sentada con los pies apoyados en un taburete. Él se acercó despacio y le masajeó los hombros:

-¿Te encuentras bien, María?

Ésta se limitó a resoplar.

-Bueno, ya sabes como es. Te lo digo porque Marga ha tenido cuatro, pronto pasará.

María lo miró con ternura. Él se había sentado en la silla de enfrente y se rascaba la barba, las canas habían anidado en ella en cuestión de meses.

-Ya lo sé papá-  Y no porque fuera su padre, pero lo sentía como tal. Había cuidado de ella desde que llegó el primer día, hace 10 años, con una beca y muchas ilusiones.

-Sólo te digo que tengas paciencia. Te conozco y ahora estás feliz, pero comenzarás a impacientarte. La vida de un periodista de guerra es muy agitada y ahora debes estar tranquila.

Tomo un sorbo del café ya frío y le señaló el vientre.

-¿Cuándo tienes que ir al médico?

Ella sonrió, tenía manchados los dientes del té de la mañana, pero aún así, estaba preciosa. Ya no se cuidaba tanto como antes, pero tenía una belleza natural que no necesitaba más.

-¿El ginecólogo?, esta tarde, a las cinco.

-Pues esta vez no faltarás a la cita.

María asintió, faltó la última vez. Debía entregar un trabajo y no tenía tiempo. Después, como se encontraba bien, no volvió a ir. Después de todo, las mujeres siempre han tenido niños sin ir tanto al médico y la mayoría de las veces no ha ocurrido nada. Eso es lo que le decía su madre, que no confiaba en los médicos por una absurda adversión. De pequeña le diagnosticaron mal una alergia y estuvo muy enferma durante un tiempo.  Eran otros tiempos, le decía María insistente, ahora hay muchos más adelantos. Pero su madre se había quedado atrás, lo sabía. Y el día que pisara un hospital sería el de su parto y porque no tendría más remedio.

-Bueno, Valentín. Sé que me quieres mucho, pero sé cuidarme sola- Se levantó despacio.

-¿Tienes con quien ir? ¿te puedo acompañar?

Ella negó con la cabeza mientras abría la puerta. Ella sola se bastaba, no necesitaba a nadie más.

Pero en una cosa sí tenía razón Valentín, echaba de menos la adrenalina de su trabajo en los campos de batalla. El olor a pólvora, a miedo y la necesidad de hablar por los demás, por lo que no tienen voz en ciertas esferas a la que ella sí podía llegar.

Volvió a su casa andando, tranquila, ya no tenía prisa. Eran las 12:30 y tenía hambre. Las calles y terrazas estaban llenas de gente que pululaba de aquí para allá. –Si es que parece que no estamos en crisis- pensó. Todos parecían felices y tranquilos. Un grupo de músicos callejeros tocaba el violín y atraían la atención por su perfección y armonía. Ella tampoco se pudo resistir.

Una súbita alegría la invadió. No tenía ganas de ir a casa. Daría una vuelta por el centro y haría tiempo hasta la hora del ginecólogo.

Cogió un taxi y fue hasta la Puerta de Sol. Estaba llena, como siempre. Las estatuas vivientes la saludaron esperando alguna moneda, pero ella ya las había visto demasiada veces. Eran verdaderos artistas, pero ahora sólo impresionaban a los extranjeros.

Llegó hasta la cafetería La Mallorquina y accedió a empujones hasta la planta superior, desde dónde se podía divisar la calle Mayor. El olor a dulces y café lo invadía todo. El obrador está situado en el mismo edificio y pudo ver, al subir, como sacaban ensaimadas y terminaban de preparar las bambas de nata, sus preferidas.

Se sentó en la mesa con mejores vistas, con su mantelito azul y blanco. Se pidió la bamba y un descafeinado.

Esbozó algunas notas sobre su futura entrevista e hizo algunas llamadas. Cuando miró el reloj, ya era tarde. Si no se daba prisa, tendría que esperar a ser atendida la última y la consulta estaba fuera de Madrid.

Volvió a coger un taxi.

-A la Clínica Valle, por favor.

La mujer de Valentín se había empeñado en que fuera a esta clínica, porque  el médico era el que la había llevado en sus cuatro partos.

Tras media hora de carrera, llegaron. Todavía no eran las cinco, menos mal-resopló María-.

En la recepción una sonriente enfermera la hizo esperar, así que se volvió a sentar. Últimamente pasaba más tiempo sentada que de pie y eso no podría ser bueno. Cogió una revista de cotilleos y comenzó a ojearla sin percatarse de que otra mujer la miraba desde la otra punta de la habitación.

Pero el embarazo da ciertos poderes, porque lo intuyó, levantó la cabeza y sus miradas se encontraron. La mujer se acercó y se sentó a su lado.

-Perdone que la moleste. ¿Es usted María Salcedo?

-Sí, ¿por qué?

La mujer sonrió, era rubia y delgada, con ojos verdes y un nerviosismo contagioso.

-Disculpe, pero he leído todos sus artículos. Vi su foto en una revista y no podía creer que fuera usted cuando la he visto entrar.
 

María sonrió.

-Pues sí, ya ve. Soy de carne y hueso- Y se acarició suavemente el vientre.

-¿De cuanto está?

-De cinco meses-respondió María.

La mujer volvió a sonreír, esta vez tristemente y se recostó en el sillón mirando el techo.

-¿Está bien?

-Sí, si. No se preocupe. Es que hace meses yo también hubiera deseado tener niños.

María soltó la revista y la miró fijamente. El pasar demasiado tiempo entrevistando le había otorgado la paciencia de escuchar. Y aquella mujer lo necesitaba.

-¿Por qué no los tuvo?

La mujer la miró también a ella y sus ojos se enrojecieron.

-Me tuvieron que operar y ahora no tengo ovarios, ni útero.

Sus manos se revolvían nerviosas y María sintió la necesidad de cogérselas.

La mujer la miró agradecida, aún con lágrimas en los ojos.

-Tenía una endometriosis que no me pudieron detectar a tiempo. Eso mató toda la esperanza de poder tener hijos. Ahora tengo una menopausia prematura y, bueno, vengo a la segunda revisión desde que me operaron.

María asintió.

-¿Hace mucho que la operaron?

-En Julio, el diez.

Intentaba pensar en algo que la consolara. Para ella no era importante la maternidad, aunque ahora fuera a ser madre. No es que fuera un error, pero podía vivir sin ello perfectamente.

El día diez, fue el que discutió con su novio. Por la noche lo echó de casa. Ya no aguantaba más sus desplantes y sus desprecios. Que si ahora engordarás, que si no te cuidas igual que antes, que cómo iban a criar a un hijo;  él desde luego, no renunciaría a la vida que llevaba. Le había dejado bastante claro que el problema era de ella y él no quería saber nada.

-Si le hace mucha ilusión, siempre queda la adopción.

La mujer había dejado de llorar, pero seguían con las manos cogidas.

-Sí, eso habíamos pensado, pero el proceso es largo. No sé, espero animarme y comenzar a moverme un poco. Ni siquiera sé lo que debo hacer.

María se acordó de la agencia de adopción a la que entrevistó el mes pasado, parecían legales y tenía confianza con la directora.

-Mire, le voy a dar mi tarjeta. Llámeme en dos días, creo que la puedo ayudar. Tengo una amiga en una agencia de adopciones.

La mujer se llevó las manos al rostro, emocionada.

-¡Cuánto te lo agradezco!. Ni me había atrevido a dar el paso.

Después volvió a recostarse en el sofá, echando su cabeza hacia atrás.

-¡No sabe cuanto daría por una cerveza!

María sonrió.

-Y yo.

-Es verdad. Lo siento. Había olvidado tu estado.

Y rieron juntas, con picardía y de corazón. Como dos grandes amigas que no necesitan palabras para entender, tan sólo una mirada.

En ese momento la enfermera se acercó a María.

-El doctor Roberto la espera, acompáñeme.

Se despidió de la mujer mientras se alejaba, pero se volvió a medio camino.

-Disculpa, pero ¿cómo te llamas?, tanto hablar y se me había olvidado preguntártelo.

-Marion, me llamo Marion.

-No se me olvidará, tienes mi número. Llámame.

Cuando ya iba a entrar en la consulta, Marion asomó su rubia cabellera por el pasillo.

-Algún día tomaremos esa cerveza juntas.

María sonrió. Sí, algún día-pensó.

 

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan todas tus historias. Estoy deseando que pongas algo porque me alegras el día. Saludos