María
se arregló cuidadosamente, se probó la ropa de armario y se sorprendió de que
le estuviera bien. Cinco meses de huidas en países extranjeros le habían
servido para perder los kilos de más que había cogido en el embarazo. Celia descansaba
plácidamente en la cama. Había dormido con ella. Al llegar la extrañó y era
normal, después de tanto tiempo sin verla, quizás demasiado. Su madre dormía en
la habitación contigua; le había costado la misma vida que se fuera con ella,
pero después de saber que estaba superando un cáncer de mama, quería tenerla
cerca. ¿Cómo no le había contado nada?, aunque mejor así, se hubiera vuelto
loca por no estar con ella. ¡Gracias a Dios ya estaba mejor!. La operación y
extirpación había salido muy bien. Ahora se recuperaba sin problemas.
Miró a
la pequeña y se acordó de Fátima, ¿estaría bien cuidada?. Eso esperaba, había
pagado a una de las trabajadoras para que le diera más cariño, que la tocara,
abrazara cada vez que pudiera, es lo que necesitaba. En un mes estaría con sus
nuevos padres, si todo salía bien, porque ahora lo dudaba. Había notado a
Marion muy extraña cuando le comentó que tendrían que ir por ella y que
tardaría un poco más, pero era normal, habían puesto demasiadas esperanzas.
Su
cuerpo desnudo… delante del espejo, no lo podía creer, se le notaban las
costillas. Hacía años que eso no le pasaba. Su piel estaba tostada a causa del
sol, más bien quemada. Aquellos días cruzando el desierto le pasaban ahora
factura.
Su
cabello, negro, había crecido demasiado. Cogió las tijeras y lo cortó a ras de
la nuca. Después se echó crema hidrante por todo su cuerpo, mientras recordaba
las manos de Vadin acariciando su piel. Era extraño como lo echaba de menos,
pero es que se había enamorado como una adolescente, no lo pudo evitar. Ahora
estaba en Inglaterra y le había prometido que pronto viajaría a España. Gracias
a él habían conseguido que el tiempo de espera fuera sólo de un mes, en caso
contrario hubiera sido de un año. Marion se hubiera desesperado.
No había
vuelto a hablar con ella desde entonces, sólo con Mercedes, que la necesitaba
más. La enfermedad de su hijo le estaba minando el espíritu y le dolía ver su
estado.
Después
de mucho pensar, eligió un vestido para volver al periódico, azul , elegante, fresco.
Los zapatos planos. Se había acostumbrado a ir cómoda y ahora no había forma de
ponerse tacones.
-¡Que
guapa estás, hija!
Su
madre se encontraba despierta y la observaba con una taza de té en la mano.
Estaba más delgada, pero el color había vuelto a sus mejillas. María se acercó
y la besó.
-No
sabes cuanto te he echado de menos, hija.
-Yo
también, mamá. Y a Celia, me ha dolido perderme estos meses.
Su
madre bebió tranquilamente y sonrió. Si había una cosa que la enfermedad le
había enseñado era a tener paciencia.
-Pero
por fin has vuelto, es lo importante.
Y ambas
miraron a Celia, que seguía sin despertarse, con los brazos abiertos.
-¡Qué
bonita es!
Se iba
a acercar para cogerla pero su madre la paró.
-Ni se
te ocurra, tú te vas y va a llorar. Déjala que descanse.
-Es
verdad, pero es que he estado tanto tiempo sin verla que sólo tengo ganas de
achucharla.
Ambas
rieron en silencio, para no despertarla. María intentaba ordenar sus
documentos, todos revueltos a causa del caos del viaje y todo lo vivido. Tenía el artículo casi elaborado, sólo le
faltaban algunos matices. Hoy se lo presentaría a Valentín.
Le llegó
un olor dulce, inconfundible.
Y
corrió para llegar a la cocina, presa de la emoción por comer los dulces de su
madre. Su madre la siguió.
-Pero
hija, que ilusa eres, ¿cómo crees que he podido hacerlas en tan poco tiempo?
Pero
sí, allí estaban enfriándose en la encimera. Dio un grito de alegría y cogió
una, para soltarla enseguida, aún quemaban.
-Mira,
te la envuelvo y la llevas, te la podrás comer por el camino.
De nuevo
en su viejo coche, se sintió bien y extraña al mismo tiempo. Era feliz. En el
periódico tardó quince minutos en llegar al despacho de Valentín. Recibía
abrazos a cada paso que daba.
“¡Qué
bien te veo!” o “¡estábamos deseando verte!”, eran los comentarios más
habituales. Otros más mordaces, como “¡qué delgada estás!”o “cuanto tiempo sin
ver a tu hija, ¿te ha reconocido?”. Y es que la envidia era así. María la
aceptaba con agrado, porque en ella había admiración.
Valentín,
en su despacho, le dio el último abrazo que recibiría aquel día en la oficina.
Se perdió en sus brazos, grandes y robustos.
-Nos
has tenido muy preocupados.
Después
observó su cabello mal cortado a ras de la nuca.
-¿Qué
te has hecho, muchacha?..parece que te hubiera recorrido la cabeza un tractor.
Ella se
tocó el cuello, lo sentía fresco y limpio.
-Es lo
que buscaba, me lo corté yo misma.
Valentín
se sentó en el sillón y ella hizo lo mismo. Desde donde estaban podían divisar
el Palacio Real y los Jardines, repletos de visitantes.
-Bueno,
he leído lo que me enviaste, pero supongo que ahora me traes el reportaje
completo.
-Sí,
aquí tienes-y le sacó un pendrive.
Él lo
sostuvo en las manos durante unos segundos, pensativo. María lo observaba en
silencio, respetando ese espacio que sabía que su jefe necesitaba.
-Necesito
un favor-le dijo.
Él
seguía sin mirarla, absorto en sus pensamientos.
-Respecto
a Bushra, le prometí que la ayudaría.
Valentín
suspiró.
-¿Cómo
le prometiste eso?, ¿cómo pretendes ayudarla?
María
se levantó y comenzó a caminar, el vestido azul le bailaba entre las piernas
demasiadas delgadas, ¿dónde estaban sus curvas?.
-Por
eso te lo digo. Sé que la ODESI* trabaja en Pakistán, están muy unidos al Gobernador
de Baluchistan. El secretario es amigo de él, o, por lo menos, puede influirle.
-No, no
lo creas. No todo es lo que parece.
María
se impacientaba.
-¿Cómo
que no?. Allí no se habla de otra cosa. Incluso se le ha visto en las fiestas
privadas del Gobernador. Sé que es de origen hindú y quizás eso influya, no me
importa. Sólo quiero que hables con él.
Valentín
hizo una mueca de incredulidad.
-¿Yo?,
¿cómo pretendes que me haga caso?
Ella se
sentó en el borde de la mesa y lo miró con severidad. Tantos años, ya no podía
ocultarle nada.
-Tú vas
a jugar al tenis con él, desde hace años. Lo sé.
-Bueno,
¿y qué?. Sólo lo conozco del club, nunca hablamos de negocios.
-Sí,
pero ahora ha llegado el momento. Ahora tienes que conseguir que abran las
fronteras para Bushra y su equipo.
Él rió
a carcajadas.
-No me
lo puedo creer, lo que me estás pidiendo. No me hará caso. Es poco menos que
imposible.
Ella se
levantó y se acercó a él, poniendo su rostro tan cerca como pudo.
-Lo que
parece imposible es que las mujeres mueran cada día como si de una epidemia se
tratara, niñas, mayores, casadas, da igual. El hombre las trata como ganado. Y
los que no, ni siquiera están bien mirados.
Después
atravesó su mirada. La ira acumulada salía en forma de rayos x con los que
podía romper cualquier muro.
-Tienes
en tus manos el premio al mejor reportaje de investigación, lo sabes. He tenido
un fusil apuntando a mi cabeza, he cruzado un desierto con una niña en brazos.
Me lo debes.
Él
apartó la mirada, quizás avergonzado. Se rascó la nariz y se incorporó,
haciendo que ella se apartara.
-Está
bien. Lo intentaré, pero no prometo nada.
Ella no
dio saltos de alegría. En otra época, antes de este viaje, lo hubiera hecho.
Ahora no, había envejecido espiritualmente. Era su obligación, si había algo
que pudiera hacer, debía hacerlo y punto.
-Gracias.-Se
limitó a decir.
-No
eres la misma-le dijo Valentín antes de que ella se marchara.
Y sí,
no era la misma, ¿cómo serlo?. Hay vivencias que olvidas, otras las recuerdas
para siempre aunque no supongan nada en tu vida, y otras te cambian por
completo.
-Ahora
tengo que ir al hospital, tengo que ver a Mercedes-pensó.
Cogió
de nuevo el coche, puso música de Birdy para animarse o para inspirarse, quien
sabe. Era media hora de camino y no quería pensar. Tenía un wasap de su madre
diciendo que Celia estaba bien y otro de Macarena, a la que sólo conocía de
oídas, pero que le decía que debía ir al Hospital Doce de Octubre, que era
urgente.
¿Cómo
tenía su número?, ¿qué habría pasado?. Llamó a Mercedes pero ésta no
contestaba, también a Marion, saltó el contestador.
Giró en
el primer cambio de sentido que vio y se dirigió al Doce de Octubre. La música
le impidió pensar y, mejor así, porque la imaginación se le desbordaba en
momentos de estrés. Nada tan malo para un periodista como no saber la verdad, dejarla
con la incógnita. No podía ser nada bueno, sino esa mujer no la hubiera
llamado… pero ¿que sería?
Mientras
aparcaba en las afueras el teléfono sonó.
-¿Si?
-¿María?
-Sí,
soy yo.
-Soy
Macarena, no sé si tus amigas te habrán hablado de mí-su voz sonaba contenida, se
oían sirenas y gritos.
María
ya estaba bajando del coche. Habían comenzado a sudarle las manos.
-Estoy
en el Hospital, ¿qué ha pasado?
De
nuevo esa voz que parecía estar reprimiendo emociones dolorosas.
-Ven a
la entrada, salgo a buscarte.
Y
colgó. Ella corrió hacia el gran salón de la entrada, se paró en seco en mitad
de él, no sabía a quien buscaba. Alguien la tocó en el hombro y se sobresaltó.
Allí estaba Macarena, joven, guapa, morena, con los ojos llenos de lágrimas y
la pintura corrida formándole profundas ojeras.
-Lo
siento, María. Es Marion, la han encontrado esta mañana.
No la
dejó terminar.
-¿Qué
quieres decir?
-Se ha
cortado las venas.
Creyó
que iba a desmayarse, pero no lo hizo. Creyó que lloraría, pero no lo hizo.
Sólo corrió hacía urgencias, pasó de largo a Mercedes y Carlos, el marido de
Marion, que se abrazaban mutuamente. Corrió hasta abrir la puerta y encontrar
el cuerpo de su amiga tendido sobre una camilla, rodeado de luces azules que le
hacían parecer más pálido aún. Le estaban haciendo transfusiones y tenía
respiración asistida. Miró al médico, que no hizo nada por retenerla. Le
preguntó sin emitir sonido alguno. Había aprendido a hablar con sus ojos, en el
desierto, cuando abrir la boca en situaciones difíciles era algo sólo de hombres,
las mujeres aprendieron a comunicarse con la mirada.
-Ha
perdido mucha sangre, el cerebro ha estado sin oxígeno diez minutos. Ahora está
estable pero no sabemos que daños cerebrales puede tener hasta que no
despierte…si despierta. Puede quedarse, toda la compañía y estimulación que le
den le vendrá bien.
Después
le tocó el brazo en señal de condolencia y salió, dejándolas solas.
Entonces
se echó sobre el cuerpo de su amiga y lloró. Lloró por ella y también por todo
lo vivido. Lloró todo lo que no había hecho en su largo viaje. Lloró por las
personas que había dejado en el camino y sobre las que había influido.
Carlos
entró en la habitación y se sentó con ella, al otro lado de la cama. Tenía la
mirada más triste que jamás había visto, era una mirada de derrota, lejana.
-Tenía
tanta ilusión con esa niña-dijo.
-No lo
entiendo-María lo miró-¿por qué lo ha hecho?
Él
agachó la cabeza.
-Quizás
ha sido mi culpa. Nos quedamos sin dinero, lo perdí todo excepto la casa. No
tenemos ahorros siquiera para el viaje a la India. Tu llamada la desesperó.
María
no podía creerlo, era ella, si no la hubiera conocido, si el destino no las
hubiera unido, quizás ahora estaría viva.
-Tienes
que despertar, ¿me oyes?. No te quedarás así-la zarandeó por los brazos,
Macarena y Mercedes habían entrado en la habitación y trataban de sujetarla. Su
marido, en cambio, la dejaba hacer.
-¿Qué
haces?, tranquilízate, por favor.
Pero
ella no podía tranquilizarse, no podría tener paz hasta que despertara. Así que
siguió sujetándola con firmeza. Macarena retiró a Mercedes y le dijo que la
dejara, que era un vínculo entre María y Marion, que no debían entrometerse.
-Tienes
que despertarte, ¿me oyes?. No me puedes hacer esto, no puedes hacerlo. Fátima
te necesita, Fátima te necesita. Por favor…..
Y
aflojó sus brazos agotados de tanta tensión, derrumbándose de nuevo sobre la
cama. Lloraba en silencio mientras sujetaba la mano, ahora con suavidad, de su
amiga. Mercedes y Macarena observaban también abrazadas, tan patética escena.
Lo que no sabían era que Marion estaba allí, como siempre que la habían
necesitado y, que esa palabra precisamente, “necesitar”, la había hecho reaccionar.
Ya no quería estar en el limbo donde se encontraba. Sabía que sentiría dolor al
volver, sabía que debía ir a su lado, que Fátima la necesitaba.
-Vuelve,
por favor-le decía con su vocecita de niña.
Abrió
los ojos y gritó, porque el incorporarse de nuevo a la vida era traumático. Las
máquinas pitaron de forma horrible y la habitación se llenó de personas con
batas blancas que actuaban sobre su cuerpo. Marion aún estaba ajena a lo que
había sucedido.
Las
tres amigas se abrazaron, llorando y riendo al mismo tiempo.
-Sólo
puede quedarse su marido.
Salieron
al pasillo y se sentaron en los bancos de la sala de espera.
-No me
puedo creer lo que ha hecho.
Macarena
sí que podía creerlo.
-A mí
me lo contó todo-dijo-ayer. Me dijo lo del dinero y que lo de la adopción no
saldría bien.
Mercedes
estaba ausente, ahora debía marcharse con su niño.
-Yo me
tengo que ir, Fernando me espera.
María
se levantó y le dio un beso.
-Ánimo,
Mercedes, mañana voy a verlo. Se pondrá mejor, ya lo verás.
Ella se
alejó con un poco más de esperanza, porque si había milagros para los demás,
también tenían que haberlos para su hijo.
María y
Macarena se quedaron allí, compartiendo un café y contando anécdotas de la
buena de Marion, de cómo se conocieron, de la infidelidad que llevo a Maca
hasta Mercedes, de cómo habían reído y bebido en nombre de María, mientras
estaba fuera.
Y la
noche se echó sin que se dieran cuenta, en un cielo azul casi transparente,
dónde se podían ver tantas estrellas que parecían farolillos. Carlos dormía al
lado de una Marion que se había perdonado y María reía con las ocurrencias de
una nueva amiga.
-Ahora
somos cuatro.
-Sí, respondió
Maca. Cuatro amigas con menudas
historias..-e hizo un ademán con la mano que la hizo sonreír.
-Historias
de cuatro mujeres-añadió María.
Y se
quedaron allí durante una hora más, viendo como las estrellas fugaces caían
sobre la ciudad. Después de todo, era la noche de San Juan.