jueves, 24 de octubre de 2013

EL GIMNASIO




Andar, correr, sentarme, levantarme, moverme; esto es lo que echo de menos desde hace 15 días que me caí. Intentaba ponerme en forma en una de las clases de zumba, que me habían indicado hacía maravillas con la silueta. No duré ni un minuto, porque la rodilla se quebró y terminé como un saco roto en el suelo.
Aún así, me puse de pié y tardé en ir al médico una semana. Esperaba que fuera un simple dolor muscular. Pero no, terminé cojeando y arrastrando la pierna por todo el pueblo.
No me puedo estar quieta y me mortificaba el que me dijeran que tenía lo que posteriormente tuve. Pensaba que era sólo el menisco, pero al parecer tenía la rodilla como si hubieran saltado sobre ella.
¡Qué coraje me invadió! Si es que soy como las burras, sólo sirvo para montarme en la cinta, donde voy en linea recta mientras contemplo los paisajes de la tele. Ya he intentado hacer otras disciplinas y todas las he comenzado con mucha ilusión:
 Aerobic, sólo fui dos días. Todas bailaban y seguían la coreografía a la perfección. Da igual la edad que tuvieran, cogían los pasos en seguida. Si ellas iban a la derecha, yo a la izquierda. Si había que subir la pierna, yo la bajaba. No me sentía integrada, aquello no era para mí.
Mi marido, que practica Yoga, me invitó a ir a una de sus clases. Dice que soy muy nerviosa y que me ayudarían a equilibrarme. Sólo he ido a una. De tanta meditación me ponía más nerviosa todavía y venían a mi mente pensamientos negativos. Decidí no ir más.
Y la historia de la famosa zumba, que puede hacer que tus caderas se moldeen y tu figura se estilice. Sólo duré dos minutos, dos exactamente. No creo que vuelva a ir.
Lo primero que pensé es que no tengo armonía, no sé bailar y no entiendo la música, por eso me equivoco siempre en los pasos. Sólo sirvo para andar en línea recta, donde no tenga que experimentar con giros bruscos y seguir un ritmo. Soy como los burritos, con los ojos tapados que siguen el camino recto que les manda su amo.
Pero me encanta ir al gimnasio, me gusta ver como los demás se ponen en forma y se esfuerzan; me gusta el ambiente deportista que se respira. Por una parte están los que van todos los días y se esfuerzan al máximo, hasta el punto de creer que forman parte de él, como el mobiliario, porque te los encuentras a todas horas. Después están las personas que van cuando pueden, ni gordas ni flacas, pero que se mantienen en forma. Y yo formo parte de las últimas, las que van cuando se acuerdan, sólo utilizan dos máquinas y se cansan enseguida. Que terminan sentadas en el banco a los 15 minutos viendo como los demás hacen sus estiramientos, mientras tú ya no puedes más con tus músculos porque has estado unos minutos, que han parecido horas. Hasta te falta tanto el aliento.
Pero me he hecho una promesa y volveré, para tomármelo en serio esta vez. Compraré ropa adecuada que me haga sentir bien ( no me gustan nada los chandals) y me animaré a mí misma, porque puedo y conseguiré llegar a algo más de minutos. Después de todo, tengo que esculpir un cuerpo que, según mi ginecólogo, perderá su forma con la menopausia.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta, es real y muy divertido. Voy a seguir todo lo que escribas. Ánimo.