martes, 25 de marzo de 2014

NADIE SABRÁ QUE EXISTES



“ Nos encontramos bombardeados, últimamente, por informaciones acerca de las personas que logran cruzar a España, ya sea saltando la valla o por barco. Lo vemos en las noticias, día sí y día no. A la mayoría no les importa. Incluso los ven como una amenaza a nuestras vidas y a nuestro país. Vemos sus cuerpos destrozados por las cuchillas o con hipotermia, cuando cruzan por el mar. Vemos sus caras y su sonrisa cuando lo consiguen, aun siendo una incógnita la vida que les espera a partir de ahora. Pero están felices, han cruzado al mundo que les dará comida, trabajo y dignidad. Los más reacios a esta situación, piensan en el peligro que corre nuestra estabilidad, que no podemos asumir tanta inmigración. Algunas veces, incluso a mí me ha dado miedo. Cuando nos muestran en los telediarios, las avalanchas que intentan una y otra vez cruzar. Después he visto la alegría desbordada en cuerpos destrozados y me avergüenzo de ser tan egoísta, cuando la mitad del planeta se muere de hambre. ¿Qué me hace tener más derecho que ellos a estar aquí?, algunos dicen que el nacimiento. Miro mi cuerpo y me pregunto, ¿qué pasaría si no hubiera nacido aquí sino en un país de África dónde la esperanza de vida es de 40 años?, ¿qué pasaría si fuera una mujer joven que quisiera luchar y vivir?, ¿qué pasaría si viera a mi familiar morir de hambre?, ¿qué pasaría si las leyes de mi país no me protegieran por el hecho de ser mujer, condenándome a una vida que no deseo?, ¿qué haría?. Sería igual que ellos, huiría hacia la vida que creo que merezco, una vida con dignidad. No podemos levantar un muro a la pobreza, porque ésta lo derribará. La solución la deben buscar los políticos, que para eso les pagamos. Yo, desde aquí, como simple habitante de este país, no puedo más que compadecerme, admirar y avergonzarme. Admiración por la valentía del largo viaje que han realizado, sin esperanza de que puedan llegar a ver cumplido su sueño. Compasión por ver el estado en el que llegan. Vergüenza, por sentirme amenazada y creer que tengo más derecho que ellos a lo que tengo. Nacer es una casualidad y esa casualidad podría haber hecho que naciera en otro lugar, con otra familia y en otro país. Por eso no me considero en mejor posición que ellos ni tampoco los juzgo, porque yo podría haber sido una de esas personas que intenta una y otra vez cruzar al primer mundo, como lo llamamos. Entonces también bailaría y besaría el país que me acoge, como ellos. Viviría la misma ilusión y lucharía por los mismos deseos. Soy una mujer blanca, de mediana edad y sin demasiados problemas. Pero podría ser una mujer negra, pobre, sin recursos, que ha cruzado cientos de kilómetros durante meses, para llegar a una tierra prometida, buscando simplemente, una oportunidad para vivir.”

Este relato me ha salido del alma, como se dice en mi tierra. Por unas horas he viajado a Níger, he llorado y he sufrido con la protagonista. Y, sobretodo, he sentido la paz de llegar al final del recorrido. Se lo dedico a todas las personas buenas que han formado parte de mi vida y han hecho que pueda mirar más allá de las apariencias.


NADIE SABRÁ QUE EXISTES

La niña mujer, como la llamaba su madre, se ha levantado temprano. Hoy le toca hacer el té y el pan. Él se levantará pronto y no quiere enfadarle. Todo tendrá que estar perfecto. Se pasa cuidadosamente aceite por los rizos descontrolados. Hace un mes que su compañera Marjani le había hecho las trenzas y eso la ayudaba a controlarlo.

-Tienes que echarte este aceite todos los días, así te brillará con el sol.

Y le dio un pequeño frasco de cristal que aún conserva guardado debajo del colchón. La niña mujer sonríe con su recuerdo porque hace más de dos meses que no ve a su amiga. Ha sido muy especial para ella desde que llegó. Le enseñó todo lo que sabe. Hasta entonces, sólo se había dedicado a trabajar con su madre vendiendo y comprando víveres en el mercado, intercambiando camellos por provisiones. Allí todo el trabajo lo hacían las mujeres, aquí también.

Su padre la vendió por 400 euros a un comerciante de Zínder. Era un hombre corpulento y regordete, de sonrisa perenne y dedos poblados de anillos de oro. Ostentoso hasta la saciedad, su cuello apenas se veía entre tantos abalorios.

Su madre no se opuso, la quería pero lo permitió. Pensaba que sería mejor para su hija estar con un solo hombre que permanecer con ella cruzando el desierto de Teneré todos los años. Siempre había algún fallecimiento, porque muchas chicas no lo aguantaban.
 Pero ellas son resistentes. Saben guiarse por las estrellas y siempre llegan a su destino. Después vuelven a casa, haciendo el mismo trayecto, llenas de víveres, con los pies duros y callosos y la piel quemada y arrugada. Los hombres las esperan siempre con ansiedad y ellas se alegran al darle los cigarrillos y ver los víveres que han conseguido.

En su familia eran cinco niñas y ella era la mayor. Obstinada y bella, no podían tenerla más o no encontraría marido. Por eso la opción del señor Abid le pareció lo mejor.

Ella lo asumió pero estuvo llorando toda la noche antes de preparar su salida. Su madre le contó historias maravillosas de la vida que viviría, en una ciudad, lejos del desierto.

Y así llegó a aquella casa, donde las mujeres vivían hacinadas en habitaciones. A ella le tocó compartir con la mayor, Marjani, que se convirtió en su protectora.

-Tienes que ser sumisa y complaciente. No te niegues a lo que te pida el señor, pero tampoco te ofrezcas rápidamente. Debes esperar y saber cual es tu oportunidad. Si sabes manejarlo, se dormirá pronto y no te dolerá tanto.

Y volvía su vista a la túnica que estaba cosiendo. La niña mujer no sabía coser, sólo sabía comprar y vender, como encontrar agua en el desierto y como cuidar de un rebaño. Por eso al señor le gustó, era como un animalillo salvaje al que había que domar.

Cada noche se acostaba rezando a Mahoma para que no viniera por ella. Llevaba tres meses allí y la solicitaba tanto, que sus partes le escocían continuamente y no tenía tiempo de curarse.

Mientras ella sentía su cuerpo pesado jadeando sobre el suyo, cerraba los ojos y soñaba con el color dorado de la arena en el desierto, con las palmeras de su oasis, en el que acampaban a mitad de camino. Era el Oasis de la Mujer, porque siempre había mujeres de diferentes caravanas que se encontraban en sus rutas. Allí charlaban y reían, festejaban y bailaban, libres, sin hombres a los que atender o que las pudieran censurar.

Desde que Marjani se fue ya no es lo mismo. El señor está irritable y nervioso, no quiere que ninguna más pueda escapar. Por eso las ata con cadenas por la noche. Por el día, sus hombres se ocupan de ellas.

Pero la niña mujer tiene un plan, elaborado en las noches que pasaba hablando con su amiga. Un plan que le permitirá vivir en libertad. Lo conseguirá porque Marjani también lo consiguió. Ella lo sabe. El último día que la vio, la besó en la boca. Fue un beso inocente, de cariño verdadero, de amistad, de hermandad.

-Esta noche es el momento. Mi prima me espera en la esquina de la plaza, su marido tiene un coche y podremos cruzar a Argelia. Ya sabes lo que tienes que hacer, te esperaré no más de tres meses, tenlo presente.

Y le dio un papel con una dirección. Ella no sabía leer pero le explicó que podía pedir ayuda a cualquier mujer que se encontrara en el mercado el día que se decidiera. Esa noche Marjani echó un sedante en el té, elaborado con las hiedras que crecían salvajes en el jardín. El señor nunca se enteró. Sólo sabe que durmió como nunca y que cuando se despertó, una de sus mujeres se había ido.

La niña mujer pensaba como podía escapar. Tenía las hojas sedantes, pero ahora hacía probar antes las comidas y bebidas a las mujeres de la casa, porque temía ser envenenado.

Por el día, tanto la salida principal como la del jardín trasero, estaban custodiadas por hombres armados que las miraban con desconfianza.

Se acababa el tiempo, no quería pasar el resto de su vida allí, entre aquellos muros, violada por un hombre que le repugnaba. Quería el sueño de Marjani y quería su propio sueño.

Quería aprender a leer libros y escribir en papel. Deseaba vivir en algún lugar donde no tuviera que tener miedo.

Mientras terminaba el pan del horno, tuvo la idea de preparar té para todos los hombres que rodeaban la casa. Todavía faltaba media hora para que su dueño se levantara, así que tenía tiempo. Echó todas las hojas de hiedra en la tetera y llenó cinco vasos, aromatizándolos con canela en rama y limón. Salió tratando de no hacer ruido, para que las demás no despertaran y avisaran.

Cuando se acercó a los dos hombres de la entrada, no se extrañaron de su servidumbre, había sido educada para ser así, aunque nunca les había preparado nada.

-¿Y eso por qué?-le dijo uno de ellos mientras daba un sorbo.

Ella agachó la cabeza y sonrió.

-No es por nada. Siempre os veo aquí y pensé que os gustaría.

Ellos la ignoraron y siguieron bebiendo, pronto estarían dormidos. Fue a la parte de atrás y repitió el mismo ritual. También aceptaron la bebida con agrado.

Después ella corrió a su dormitorio, con sigilo, pues ahora lo compartía con dos mujeres más que la envidiaban por la preferencia que tenía su dueño con ella. La niña mujer, sin embargo, las envidiaba a ellas, por no tener que sufrir abusos todas las noches.

Cogió el hatillo que ya tenía preparado debajo de la cama y el papel con la dirección. Después se puso su velo azul cielo, con ribetes rojos y se envolvió el rostro. Salió por la cocina, faltaba sólo diez minutos para que despertara y estaba aterrada. Cogió uno de los cuchillos que había en la encimera, un trozo de carne, pan y naranjas, no quería pasar hambre.

Decidió salir por atrás, era la puerta que estaba más cerca de la calle central y habría más gente, por lo que podría pasar desapercibida. Antes miró a los hombres armados, que estaban sentados en el bordillo con las cabezas dobladas.

-Están dormidos-pensó la niña.

Después cerró la puerta a sus espaldas y corrió, como nunca lo había hecho, hasta que llegó a una plaza grande y cuadrada, llena de personas que iban y venían, poniendo tenderetes y gritándose entre ellos por los espacios disponibles.

Divisó a una viejecita que vendía canastas, le enseñó el papel, pero tampoco sabía leer. Después vio a una joven que colocaba biblias del Corán en un puesto. Ella le señaló que debía de andar dos calles más, después torcer a la derecha y allí buscar una casa de adobe con dos limoneros en la entrada.

Siguió las indicaciones de la chica, siempre pensando en que su señor ya habría despertado y sabría que ella no estaba allí. Estaría furioso y seguramente lo pagaría con las demás, ahora las tendría atadas también de día. Ella tuvo una oportunidad,  porque cuando le tocaba cocinar, podía permanecer sin cadenas.

Comenzó a sudar debajo de la túnica. Sus partes le dolían tanto que el simple roce al andar le provocaba arcadas.

Llegó a la casa con los dos limoneros, fácil de distinguir porque ninguna más en la calle tenía árboles. Entró en el patio, sin llamar, allí había una mujer que cerró la puerta a sus espaldas mientras la sentaba en uno de los taburetes.

-¿Eres Eshe?-le preguntó.

Ella asintió, estaba jadeando y no se atrevía a hablar.

-No tengas miedo, te estábamos esperando. Marjani me ha hablado mucho de ti.

Se acercó al fuego y le echó un tazón de leche caliente.

-Tómate esto y relájate.

Ella bebió para tranquilizarse y lo consiguió. El líquido entró en su garganta, aplacó su estómago y también sus nervios.

Escuchó voces que venían de la casa. Se contrajo del susto, porque podía distinguir un hombre.

Marjani entró en el patio acompañada de un chico joven, no tendría más de quince años. Cuando la vio corrió hacia ella y la abrazó con tanta fuerza que el tazón le calló de las manos.

-¡No sabes cuanto te he echado de menos!, sabía que lo conseguirías.

Eshe le rodeó el cuello y lloró sobre su hombro, eran lágrimas de alegría y también de pena, por las demás mujeres que había dejado en su situación.

-No te preocupes- le dijo Marjani.-Mira-y señaló a la señora que la atendió al llegar-esta es Sunbul, mi prima.

Después señaló al chico.

-Y éste Aalif-es mi sobrino.

Los dos sonrieron y le tendieron la mano.

-¡Pero que caliente estás!-exclamó Sunbul. A continuación le tocó la frente y se miraron.

-Tienes fiebre-le dijo-debemos bajarla.

La llevaron a un cuarto donde la desnudaron y metieron en una palangana con agua fría. Ella intentaba taparse los pechos pero se dejaba hacer.

-La lavaremos también, puede que la infección esté abajo-hablaban entre ellas y señalaban sus partes.

La obligaron a abrirse de piernas.

-No te preocupes-le dijo Sunbul-sé mucho de esto. Es más habitual de lo que piensas.

Después de unos minutos que a ella le parecieron horas, le preguntaron si estaba embarazada. Ella dijo que no sabía, pero ellas asintieron.

Después la metieron en una cama limpia, tan sólo tapada con unas sábanas. Le dieron a beber un té que eliminaría la infección. Ella obedeció sin rechistar, se sentía relajada después del baño y el tazón de leche caliente.

Durmió durante todo un día. Por la noche despertó sobresaltada. Había soñado que el señor venía a por ella y la volvía a llevar a la casa, donde permanecía encadenada eternamente. Sintió voces en la entrada, pero esta vez distinguió alguna más de las que había oído hasta entonces. Eran voces de varios hombres.

Marjani entró en la habitación, llorando y sudorosa.

-Corre, vístete, te vas con Aalif. Tienes que irte, los hombres de Abid te han encontrado. Yo no les importo pero tú sí.

Eshe se vistió aprisa pero suplicaba por quedarse.

-No, no los podemos engañar más. A mí no me quieren porque ya soy vieja, pero tú eres su capricho. No parará, debes huir.

Cogió de nuevo su pequeño hatillo y salió tras su amiga. Los hombres discutían en la entrada con Sunbul. Ella saldría por la puerta de atrás, marcharían en coche hasta Argelia. Debían salir de aquel país si quería ser libre.

En la puerta del patio trasero, Eshe se volvió y abrazó a su compañera. Esta la besó de nuevo. Fue un beso de despedida, doloroso, ya no la volvería a ver más y ella lo sabía.

-Y cuida de tu pequeño-le dijo cuando se montaba en el coche.

Mientras se alejaba de aquel lugar pudo ver por la ventanilla como uno de los hombres cogía con fuerza a Marjani y la arrastraba a la casa. El otro corrió tras el coche, pero éste ya estaba demasiado lejos.

-Estoy embarazada-pensó en voz alta.

Y sintió asco por saber de dónde venía aquel bebé. Después soñó durante el viaje, con un bebé que reía feliz en un sitio verde y colorido, jugando entre la hierba. Cuando despertó supo que era una niña y que sería sólo suya.

La conversación con Aalif por el camino fue amena. Tenía catorce años, como ella. Él sí había podido ir al colegio. Sabía leer y escribir, también se le daban bien las matemáticas. Había prometido a su madre y a Marjani que la llevaría a la frontera con Argelia, allí debía continuar sola. Pero ahora no quería volver, él también había pensado en marchar muchas veces. No quería ver como su madre trabajaba tanto para nada. Quería buscar un nuevo futuro, el que había visto por la televisión algunas veces. En lugares donde las personas sonríen eternamente y no deben preocuparse por morir a los cuarenta.


-Seré tu compañero de viaje, si me aceptas.

Eshe sonrió. Se convirtieron en amigos a la fuerza. Entendió, con su amistad, que no todos los hombres son iguales y que, aun siendo diferentes, como lo era su padre o el señor Abid, podían cambiar. Aquel chico era reflejo de ello.

Siete horas de viaje, donde sólo pararon una vez, para comer la carne que ella aún llevaba guardada y un trozo de pan ya seco.

No utilizaron la frontera, no tenían papeles. Decidieron hacerlo por un camino a través de un pequeño desierto.

-Si lo hacemos por la noche-le dijo Eshe-yo te guiaré.

Y utilizaron la noche para cruzar, guiados por las estrellas que tantas veces había visto en sus viajes a camello, con su madre y sus hermanas.


Pensó que ya no las volvería a ver, pero no podía volver; allí era una mujer y no tenía derechos. Si su padre no la volvía a vender, la castigaría o seguro que Abid la encontraría. Se acarició el vientre y pensó en su hija. Ella no debía tener esa vida, tenía que huir por ella.


Una vez cruzada la frontera, encontraron una caravana de hombres que buscaban lo mismo que ellos. Iban repartidos en dos camionetas y habían pagado una fortuna por el viaje.

Aalif pensó que sería mejor acompañarles, porque sabían la ruta. Antes debieron pagar al conductor, era el que los guiaba y debía ser así. Por fortuna, antes de huir, él había cogido el dinero que había ahorrado para su sueño.

El jefe la miró con sus dientes mellados. Tenía surcos y manchas en la piel. Ella ya había visto eso antes. Era la misma enfermedad que tuvo su abuelo, debido al sol del desierto.

-Ella es mía-dijo Aalif-la tenéis que respetar. Además-y le tocó el vientre-está esperando un hijo.

Suerte tuvieron de no tener que compartir la camioneta porque habían oído historias de mujeres que, buscando esa misma libertad, habían soportado abusos y violaciones. Algunas, incluso, llegaban a sufrir embarazos y abortos.

El viaje por Argelia fue muy largo, tanto que Eshe pensaba no saldrían nunca de allí. Pasaron por pueblos donde pudieron comprar algo de comida y botellas de agua. El dinero se acabaría si no llegaban pronto.

En una de las paradas, estaban apoyados en el capó tomando pan con miel; ella se quitó el velo, tenía demasiado calor. Habían pasado semanas pero aún conservaba el peinado que le hizo su amiga. Tenía razón, el aceite que con tanta premura se había echado durante días, todavía le hacía efecto, porque su pelo brilló como oro negro. Eshe echó su cabeza hacia atrás y dejó que el aire caliente acariciara su rostro.

-Eres muy hermosa ¿lo sabes?

Ella asintió y se volvió a tapar. No veía a Aalif como un hombre, ni como un niño. Era más bien un hermano.

-Aquí es mejor que te cubras, no debes mostrarte tanto-le dijo.

Ella ya lo sabía, pero no soportaba más el calor que llevaban días sufriendo. Se lavaban por la noche, con la poca agua que tenían y como podían. Ella la utilizaba sobretodo para sus partes. Por ahí saldría su hija y no quería que estuvieran sucias. En el resto del cuerpo, se estaban formando costras con el polvo amarillento que se depositaba en su piel.


El día que cruzaron a Marruecos, llovía. Todos los camiones pararon para intentar recoger la mayor cantidad de agua que pudieran. Algunas personas bailaban y reían, mientras abrían sus bocas al cielo. Con el tiempo, se habían sumado más caravanas, también con mujeres, de diferentes países. Mujeres que ella sentía llorar por las noches mientras eran utilizadas. Algunas, simplemente, se vendían por comida o para pagar su viaje.

Por el día, mientras viajaban, permanecían en silencio, sentadas entre los hombres o abrazadas entre ellas.

El jefe les explicó que tenían dos opciones para entrar en Melilla, o por la valla o por mar hasta Algeciras. Por la valla era peligroso, porque los españoles habían edificado doble muro con cuchillas tan afiladas que, si conseguían pasarlo, sería heridos o muertos.

-Además son dos las que debemos saltar, de seis metros, con alambres de púas.

Todos sopesaban la forma de hacerlo, si utilizar cinturones, si coger hojas de las palmeras para usarlas como guantes, porque la mayoría tenían las ropas demasiado ajadas para hacer nada con ellas.

-Después está la opción de barco. El viaje es por mar, pero llegaremos a Algeciras, allí no hay muros, sólo la playa. Y después que cada uno se averigüe.

Algunos hombres se reunían en grupo y debatían. Los demás, sentados y exhaustos, lloraban y maldecían. Tanto viaje para nada. Pero ya estaban allí. La mayoría tenía familia y no podían fallarles.

Eshe y Aalif, siempre apartados, debatieron lo que debían hacer. Ninguno de los dos sabía  nadar. Ella estaba embarazada y con un vientre ya bastante prominente, la pequeña le daba patadas sin cesar.

-No creo que pueda saltar la valla, estoy asustada.

Algunas mujeres, aun sin entender el idioma y también hombres que hicieron el viaje desde el principio, se unieron a ellos para decidir utilizar el bote.

El jefe pidió más dinero por adelantado. La mayoría ya lo había dado todo, pero Aalif todavía conservaba algo y se lo dio. Pagó su viaje y el de alguno más que no tenía suficiente. Recordaba siempre los consejos de su madre:

-Sé bueno, hijo, aunque los demás no lo sean contigo. Algún día recibirás tu recompensa.

Estaban tan agradecidos que se inclinaban ante él como si fuera un dios aunque sólo era un chico con bondad.

Quedó previsto que saldrían al día siguiente por la noche, llegarían en unas horas porque el bote tenía motor.

Todos se agolparon en la playa a la hora y en el lugar señalado. Eshe se sujetaba el vientre con ambas manos. Había comenzado a dolerle bastante y no sabía porqué. Otra de las mujeres también estaba embarazada, aunque no tenía una barriga tan abultada como ella. Ambas se sentaros juntas en el bote. Éste se llenó con treinta personas, apenas si cabía un alfiler entre cada uno de ellas.

Soplaba viento del sur y eso era bueno, les dijo el patrón. Era un hombre moreno de piel, posiblemente marroquí, aunque Eshe no distinguía mucho las nacionalidades, para su espíritu nómada todo pertenecía a la naturaleza y ellos sólo eran meros moradores sin derecho alguno.

El mar era una gran masa oscura y fría que los envolvió desde el momento que se alejaron de la tierra. El barco subía y bajaba entre el silbar de las olas.

Eshe olvidó el dolor que sentía, podía con ella mucho más, el estrés de verse en aquel bote, rodeada sólo de la negrura de una noche donde ni siquiera había luna llena. Las nubes predecían tormenta, pero la mirada tranquilizadora de Aalif desde la otra punta del barco, la hizo relajarse y sonreír.  Habían colocado a las mujeres separadas de los hombres. Su compañera, embarazada como ella, se aferraba a su brazo mientras cantaba canciones que no entendía.

Durante el camino, dejó de sentir los pies y comenzó a tiritar, no sabía lo que era aquello, pero necesitaba calor.

-Sólo es frio-creyó oír a Marjani.

Miró a su alrededor, pero sólo pudo ver agua negra y nubes que viajaban por el cielo, provocando luces y sombras.

-Sólo es frio-pensaba ella una y otra vez-no me puede matar el frio, ahora no, que voy a llegar, lo voy a conseguir.

Y pensaba en las caravanas a través del Teneré. En los bailes alrededor de la fuego en el oasis, con sus madres y hermanas, cuando habían hecho buenos negocios. En el color dorado de la arena, en el azul de sus túnicas batiéndose como banderas con la brisa ardiente del desierto.

Sintió que algo caliente bajaba por sus piernas, era agua, agua que salía de ella. Se tocó el bajo vientre y lo sintió duro. Su compañera la miró asustada y le dijo algo en su idioma.

-Ya está aquí-pensó.

Aalif la observaba desde lejos, preocupado. Sabía lo que estaba pasando y no podía hacer nada.

El patrón gritó algo. Todos miraron hacía donde señalaba, podían ver luces.

-Es el final-pensó Eshe.

A diez metros de la playa, la barca paró.

-Ahora debéis nadar hasta la orilla- y comenzó a echarlos.

Aalif le gritó que ella no sabía nadar, que ese no era el trato, que estaba de parto y que moriría antes de llegar.

El hombre arrojó un flotador oscuro al agua.

-Esto es lo máximo que te puedo ayudar.

Eshe lloraba y gritaba de dolor, ante un parto inminente que no podía retrasar.

-Aguanta-le dijo Aalif-, te agarrarás al flotador y yo te llevaré.

Pero ella gritaba cada vez más, no podía soportar aquel dolor.

-Si sigue así, tendré que hacerla callar, nos van a encontrar si sigue armando tanto jaleo.

El patrón estaba tan enfadado que la empujó al agua con brusquedad. Dejó de gritar aturdida por la sacudida y comenzó a tragar agua.

-Me ahogo-pensaba-no quiero ahogarme..por favor…ayudadme.

Vio a Aalif como intentaba asirla por los brazos, agarrado a aquel flotador que también se hundía con ellos.

Eshe pasó de la angustia a una paz tan relajante que la hizo olvidarse del dolor que sentía. Vio peces nadar a su alrededor, algunos incluso le sonreían.

-Que animales más bellos-pensó.

Abrió la boca para respirar y el agua salada inundó sus pulmones. Cerró los ojos y vio a su madre en el mercado, riendo y charlando con sus amigas, contenta por estar durante unas semanas separada de su marido. Vio a Marjani, tendida en una cama, callada y silenciosa, mientras los demás lloraban a su alrededor. Vio al señor Abid, de espaldas, sobre una mujer de la que no podía distinguir el rostro. Vio a Aalif sonriendo en su coche, mientras contaba chistes a una chica sin velo. Después se vio a ella misma, flotando en agua azul, serena, tranquila…y al final, una luz que lo invadió todo. Después nada.

-Nadie sabrá que existo-piensa-.No llevo papeles, si muero, nadie sabrá que he existido.

Entonces siente un ruido de motor en su cabeza y más manos que la suben. Son hombres blancos, vestidos de uniforme. La llevan a la playa, después a un hospital. Eshe cree que todo es un sueño, porque en ningún momento reacciona. La llevan por pasillos de metal; hombres y mujeres están sobre ella, hablan y discuten. Después le ponen una mascarilla y duerme.

Cuando despierta está en una cama, sobre las sábanas más limpias que ha visto nunca. Toca su vientre, ya no está abultado pero le duele, su niña ya no está.

Entra una enfermera, le sonríe amablemente, trae en su mano un bebé lloroso de pelo rizado, envuelto en una mantita suave. Ella lo coge emocionada,  mientras llora abre el pañal con cuidado.

-¡Es una niña!-exclama.

En los días posteriores habla con personas que la ayudarán a quedarse- su niña es española-le dicen, y eso da derechos. Además ella también es niña. En España es una niña madre-piensa-, en su país es una mujer.

Tiene que aprender un nuevo idioma y vivir una nueva vida. No sabe que fue de Aalif ni se atrevió a preguntar, pero sabe que está bien y vivo. Desea que esté viviendo su sueño.

Algunas tardes, cuando sale de la escuela en la que aprende español, va con su hija al parque. Ya no tiene miedo. Piensa en la vida que dejó atrás y siente añoranza de las personas buenas que conoció.

-¿Qué significa Eshe?-le pregunta un día una compañera de clase.

-Significa “vivir”-le responde.


FIN
 



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionate muy emocionante y humano, felicidades

Elisa escritora dijo...

Muchas gracias.