jueves, 27 de marzo de 2014

HISTORIA DE CUATRO MUJERES


 
 



 

OTOÑO 3ª PARTE

 María está tendida en la cama más cómoda que jamás ha conocido. Es un hostal de la India, no sabe el nombre ni le importa, es lo más inmediato que encontraron al cruzar la frontera. A su lado se encuentra la pequeña Fátima, que llora en sueños.

-Seguro que recuerdas todavía lo que hemos pasado en la frontera-le susurra al oído, mientras echa hacia atrás el cabello que tiene pegado en la frente. Dormía profundamente y no quería despertarla.

Ya había llamado a Mercedes. El conectar con su amiga y saber que todo marchaba bien en su hogar, que nada había cambiado, la hacía sentir segura. Había decidido que fuera ella la que informara a su madre, no quería preocuparla más de lo necesario y sabía que si la llamaba personalmente, no podría disimular y terminaría conociendo toda su odisea.

Valentín también estaba informado y había insistido en ir a buscarla, pero ella se negó

- Sólo un poco más de tiempo, necesito arreglar un asunto urgente y después volveré.- Es lo que le dijo hace una hora.

Bushra está paseando por la habitación de un lado a otro mientras habla por teléfono con uno de sus colaboradores, presa de un nerviosismo que aún no ha logrado entender.

María le insiste en que baje la voz, no quiere despertar a la niña. Sin embargo, parece que ni la oyera. Ya se dio cuenta que para ellos sólo era un salvoconducto para cruzar a la India. ¿Acaso no sentían compasión por la pequeña?, ¿y por ella?. El viaje había sido muy estresante para las dos; después de todo, había estado a punto de morir. Los demás estaban en sus habitaciones, posiblemente descansando. Lo único que obtuvo de ellos, una vez que todo pasó, fue una sonrisa. Ni siquiera le preguntaron si estaba bien. En cuanto pisaron suelo indio, volvieron a organizarse y a pensar como volver de nuevo y crear grupos de presión.

Por fin Bushra colgó y se sentó con ellas; acarició con ternura la pierna de Fátima, que asomaba a través de las sábanas. Era la primera vez que María veía sentimiento en sus ojos, desde que la había conocido. Era una mujer fuerte, no cabía duda. Y se había dedicado por completo a la lucha por la igualdad, que en aquel país era muy necesaria. -Quizás eso le había robado el derecho a sentir-pensó.

-No te equivoques, María-pareció escuchar sus pensamientos-, esta niña me duele tanto como a ti. Hay muchas como ella del lugar de donde provengo- se pasó las manos por el rostro cansado- por eso lucho. No sé hacer otra cosa y llegaré hasta el final. No me van a detener.

-¿No has pensado nunca en tener una familia?-María se sorprendió, al instante, de su propia pregunta. ¿Cómo iba a querer una familia en un país con un sistema de patriarcado y de castas tan castrante?

Bushra sonrió, pero era una sonrisa triste, de algún bello recuerdo que ahora está lejano en su memoria.

-Lo intenté, pero no pude.

Y se levantó, dirigiéndose al cuarto de baño. María sintió como abría la ducha y entre el rumor del agua cayendo y los pequeños gemidos de Fátima, sus ojos se cerraron para tener el sueño más extraño que había tenido nunca, o que pudiera recordar.

En él había un anciano, de edad indefinible, quizás centenario. Tenía un cuerpo tan delgado que podía ver cada hueso de su esqueleto, cada vena de su piel. Estaba cubierto de manchas, las mismas que tiene su madre debido a la edad. Se sostiene con un bastón que más bien parece una rama seca. La piel es aceitunada y le faltan dientes cuando sonríe.

María mira alrededor y no ve nada, una oscuridad la rodea y la única luz proviene del mismo anciano, como si de una antorcha se tratara.

Está tranquila. El viejo le sonríe con sus dientes mellados y se acerca a ella. La mira con ternura y ella puede verse reflejada en sus grandes ojos negros.

-¿Quién eres?-le pregunta.

-Eso no es importante, ¿quién eres tú?.

-Yo soy María, esto es un sueño ¿o no?

El anciano le coge una mano, está caliente y es suave, a pesar de sus arrugas. Ella le responde con una leve caricia.

-Eres como el otoño-le dice.

María parece no entender.

-¿El otoño?.

-Sí, porque cuando crees que vas a morir,  resurges de tus cenizas.

Después quedó absorto con la lejanía, como si divisara algo, donde ella sólo veía negrura.

-Que sueño más raro. Tengo que despertar.

El anciano la miró.

-Puede que despiertes o puede que no. Todo es posible.

María intentó verse, pero no podía. Sentía que estaba allí, pero no podía ver su cuerpo, es como si se hubiera vuelto invisible. Pero a él lo veía perfectamente.

-Tienes que ayudarla, ¿lo sabes?

Ella lo observó con extrañeza.

-Sí lo sabes, ella es una luz que guiará la verdad, algún día.

Y desapareció, dejándola sumida en una neblina gris. Sintió como la gravedad la atraía, cayendo a un vacío desconocido. Después despertó.

La pequeña Fátima seguía durmiendo y ya respiraba con más tranquilidad. Parecía haberse calmado. Bushra estaba todavía en la ducha. ¿Cuánto había pasado?, miró el reloj, apenas diez minutos.

Se levantó y aseó en cuanto pudo entrar al cuarto de baño. Se miró al espejo con detenimiento; su piel y la ropa, estaban cubiertas de un polvo anaranjado. Apenas podía distinguir sus ojos debajo de aquella máscara. La piel blanca comenzó a relucir en cuanto dejó caer las primeras gotas de agua. El pelo, aún cubierto por el velo, estaba tan áspero como el esparto. Cuando hubo terminado, era de nuevo ella, María, la periodista intrépida y ambiciosa.

Pensó que se había dejado llevar demasiado tiempo por el movimiento de Bushra. Había empatizado tanto que se olvidó de sí misma. Pensó en su pequeña Celia y sintió una ganas profundas de abrazarla. Después en su madre, que habría sufrido al no saber de ella. Y deseó estar allí de nuevo, en su hogar. Ver a sus amigas y charlar mientras toman una copa de vino. Cosas banales que había dejado atrás mientras hacía el reportaje, que ella creía, de su vida.

-Ya está, volveré. No puedo pasar más tiempo con ellos.

Y decidió comunicarlo esa misma noche, mientras cenaran.

Saima se había llevado a Fátima a su habitación y la estaba lavando. Ella respiró tranquila. Se había ocupado demasiado tiempo de esa niña y no era su responsabilidad. Ahora estaría en buenas manos.

Tiró el velo y la túnica a la basura y se puso pantalones caquis y blusa blanca. Después se recogió el pelo en un moño alto y se pintó un poco los labios.

Una nota en inglés encima de la cama, le decía que se reunirían en la cafetería, a las siete. Cogió todo su equipo y lo llevó consigo, no quería perderlo ahora que ya lo tenía todo, y aquel pequeño hotel no le daba mucha seguridad.

La cafetería estaba situada en la planta baja. Era una habitación bastante grande, con una pequeña barra vieja de madera, atendida por un chico tan joven que pensaba no sería siquiera mayor de edad. Las mesas estaban desperdigadas sin orden alguno, como si hubiera habido una fiesta y no hubieran recogido. Los ventiladores del techo emitían un zumbido constante. La luz era tenue pero podía divisar hermosos dibujos en las paredes pintadas de azul.

No había nadie, tan sólo ellos. Todos ya limpios y sonrientes. Incluso la pequeña Fátima sonreía. Ya no llevaba las ropas del viaje, se las habían cambiado por un vestido floreado y alegre. También le habían recogido el cabello en dos moñitos adornados con lazos verdes.

Gritó de alegría en cuanto la vio y le echó los brazos. María sonrió pero no quiso cogerla. No quería encariñarse demasiado con aquella niña, sobretodo, ahora que sabía que todo había terminado y que no la volvería a ver más.

-Nos has sido de mucha ayuda-exclamó Abdul mientras bebía té.

-Yo, ¿por qué?, lo único que he hecho es escucharos y aprender de vuestra causa.

Bushra la miró.

-¿Nuestra causa?, no creo que haya causa, hemos perdido. Me han informado que el Ministro ha ordenado mi captura por delitos contra las leyes tribales. Antes el Gobierno no me protegía, pero se mantenía al margen. Ahora no soy una mera política, María, soy una prófuga.

Todos callaron y el silencio se hizo incómodo.

-No debes desistir, Bushra. Muchas mujeres te seguirán y podéis cambiar las leyes-María sólo intentaba dar ánimos.

-Ya estoy muy cansada, mucho. He cambiado algunos pensamientos pero la ley de los hombres de mi país es mucho más fuerte.

María cogió un trozo de empanada, a pesar de la seriedad de la conversación, su estómago rugía demandando alimento.

-Sólo tienes que descansar y organizaros de nuevo. Podéis luchar desde aquí y encontrar aliados en algunas organizaciones. Yo te ayudaré.-En ese momento se arrepintió, no sabía si tendría los suficientes contactos.

La pequeña Fátima también comía con avidez, al parecer eran las dos únicas personas que tenían apetito en aquella mesa.

Ahmed la miró con asombro.

-¿Lo harías, de verdad?- enseguida recibió una mirada reprobatoria de Bushra. Ella era una mujer fuerte y no quería aliados que la pudieran traicionar.

María, astuta e inteligente, se dio cuenta de la situación. Aquella mujer quería arreglar su pais ella sola, pero no podía ser, vivían en un mundo global donde todos los intereses están conectados. Así perdería siempre.

-Yo debo marcharme ya.

Todos la miraron asombrados, había pasado tanto tiempo con ellos que la creían una más de la causa.

-Mi familia, mi trabajo me esperan. No puedo demorarlo más. Además-tocó la mochila que había dejado en el suelo-ya tengo suficiente material.

-Bueno-exclamó Bushra-sabía que algún día tendría que ocurrir. Sólo ha sido una entrevista que ha durado varias semanas.

Y levantó su taza.

-Vamos, brindemos por María, que ha estado a nuestro lado siempre. Deseémosle un buen viaje.

Ella también bebió y sonrió, feliz por terminar con aquella aventura. Fátima la miraba desde su pequeña estatura, había vuelto a chuparse el pulgar.

-¿Qué sería de ella?-se preguntó. Un vacío se apoderó de su corazón. Era como un pequeño vuelco. Y se acordó del sueño que había tenido y del mensaje que había recibido, ella te necesita, le había dicho.

Pero ya no era su problema, ¿o sí?. Estaba en un mar de dudas. Ni siquiera se atrevía a preguntar, pero lo hizo.

-Y Fátima, ¿qué vais a hacer?

Saima miró a los demás, como si compartieran un secreto que sólo ella desconocía.

Bushra comía y bebía, con tranquilidad.

-¿Pasa algo?-exclamó María dejando su plato en la mesa. Ya no tenía apetito.

-He llamado al tío de la pequeña, me dijo que mandaría dinero una vez que estuviéramos aquí, para el tratamiento de la niña.

Su mirada se volvió triste y apagada.

-Pero no quiere saber nada. Sólo quería desprenderse de ella. No es un mal hombre, pero no quería cuidar de una mujer más en su familia.

A María se le revolvió el estómago.

-¿Y ahora qué?¿ porque la llevaréis a algún lugar?

-Lo hemos hablado entre nosotros y no podemos hacernos cargo de ella. Pero tu no te preocupes, estará bien.

-¿Cómo que bien?

-Sí, ya hemos contactado con un orfanato de Nueva Delhi, “Nueva Vida”, ellos se encargarán de ella y le buscarán una buena familia.

Miró a la pequeña y le sonrió, ésta le devolvió la sonrisa, con sus dientes mellados. Era una sonrisa triste, por el devenir que le esperaría. Seguro que encontrarían una buena familia, una que la supiera entender y cuidar.

Más tarde, en su cuarto, dando vueltas en una cama que ahora se le antojaba extrañamente incómoda, pensaba en la realidad. ¿Quién querría a una niña trastornada?, las parejas sólo quieren niños sanos sin enfermedad alguna. Quieren muñecos perfectos que no les den complicaciones. Fátima tenía tres años, pronto sería demasiado mayor para que alguien la quisiera.

Después vio a su hija Celia, su pequeña vida, feliz y sana, rodeada de gente que la amaba con locura. Y tuvo una idea. Mañana intentaría arreglarlo todo. –Si-pensó- mañana sería otro día.

Esa noche el anciano volvió a visitarla, sólo le sonrió y asintió, pero no habló. Después, la misma sensación de caída hasta que despertó con la certeza de lo que debía hacer.

Hizo algunas llamadas, aún con el pijama puesto, a Mercedes y a Marion. Después tendría que hablar con el tío de la niña y con la oficina para asuntos infantiles. Ella sabía que si el tío expedía un permiso, podría arreglar los papeles para una adopción. No se trataba de una huérfana, pues tenía familia aunque no la quería. Además, como estaban en la India, el acuerdo bilateral lo haría más fácil. Una niña enferma y una familia que la quiere, no habría problemas. Ninguno de los dos países querría quedarse con ella, es niña y está enferma.

¿Quizás si fuera un niño?-se preguntó. Pero por suerte no era así.

Se vistió a toda prisa. Marion, al otro lado del teléfono, todavía gritaba de alegría. Carlos estaba a su lado y le hacía un sinfín de preguntas. Ella no tenía respuesta para todas, pero ya no podía pararlos.

-No os entusiasméis tanto, todavía tengo que hacer llamadas y arreglar algún papeleo. Ya tengo el consentimiento del tío, pero tengo que ir al Ministerio.

Marion lloraba, tanto tiempo esperando algo así, le parecía un sueño. No le importaba el estado en el que estuviera, ella la sacaría adelante.

María prometió tenerlos informados y sabía que Mercedes ya se estaría moviendo, tenía que expedir los certificados y hablar con asuntos sociales. Necesitaba el certificado de idoneidad ya y sabía como conseguirlo.

Cuando llamó a la puerta de Saima y Bushra para contarles su decisión, respiraron aliviadas. Fátima era una carga moral que habrían llevado el resto de sus vidas.

Ella besó a la pequeña.

-Ya tienes nuevos papás. Verás como todo sale bien.

La niña le respondió con un gemido y una sonrisa.

Ya había recibido, por el fax de la pensión, todos los documentos que necesitaba. Había puesto en pie a todo el periódico, a sus amigas y a todos los que pudieran ayudarle.

Cuando se dirigía a la Oficina para Asuntos Infantiles, llevaba una gruesa carpeta. Los había llamado temprano y la esperaban. Todo estaba en regla y sólo necesitaban que un médico fuera a ver a la pequeña, para certificar su minusvalía.

Quedaron a las cinco de la tarde, en la habitación del hotel. Los papeles estarían al día siguiente y ya podrían marcharse.

Llamó a Marion y Carlos y explicó todo el procedimiento. Después a Mercedes, para darle las gracias y a todos los compañeros del periódico.

Fue por Fátima en cuanto llegó y la tuvo consigo todo el día. No quería separarse de ella nunca más. Le dio de comer y jugaron. Le enseñó algunas palabras que repetía sin cesar mientras hacía pucheritos.

Cuando llegó el doctor, un hombre joven y alto, la revisó haciendo algunas pruebas, como auscultarle el corazón y mover sus bracitos y piernas. También le hizo preguntas concretas a ella, sobre la relación que habían tenido durante el viaje. Su mirada era limpia y supo que era un buen hombre y que no habría problemas.
Hacía demasiado calor en la habitación, a pesar de las ventanas abiertas y el ventilador rugiendo en el techo, y se quitó la chaqueta.

-Es época de lluvias y la humedad es sofocante-le dijo mientras firmaba algunos documentos.

-¿Quiere un poco de agua?

Y se levantó sin esperar respuesta. Volvió con una botella bien fría que había comprado por la tarde en el bar.

Bebió con ansiedad. Después se secó las manos y la frente con un pañuelo de tela y volvió a escribir.

María se fijó en su porte elegante y su perfecto inglés. Seguramente sería de casta elevada, pero con principios.

-¿Cómo se llama, no he oído bien su nombre?

Él bebió de nuevo y le tendió la mano.

- Me llamo Vadin, el doctor Vadin Rowling- y siguió escribiendo.

-¿Es inglés?

-Mi padre es inglés, mi madre india. Paró y guardó todos los documentos. La miró fijamente, ya relajado.

-Ya está todo correcto y solucionado. Creo que ha sido una suerte que estuviera aquí, en la India. Todo ha sido más rápido.

María cogió a la pequeña y la abrazó con fuerza.

-Normalmente las adopciones suelen tardar años, pero en su caso-y miró a Fátima-le ha ayudado mucho su enfermedad.

-¿Qué enfermedad, doctor?

Y ambos rieron. Aquel hombre le inspiraba confianza y sabía tan bien como ella, que aquella niña sólo necesitaba cariño.

-Permítame invitarla a cenar, esta noche, para celebrarlo.

Ella dudó, no sabía qué hacer con la pequeña.

-La puede traer, si quiere.

Se dieron la mano. Ella sintió un calor profundo en cuanto la tocó, pero no demostró nada. Aquel hombre al que conocía de apenas unas horas le atraía profundamente. Quizás era sólo debido a la aventura que había vivido, pero quizás no.

Negó con la cabeza-debía estar volviéndose loca-, después llamó a su amiga.

-Marion, ya está todo solucionado-se tendió en la cama y abrió el pasaporte-. Ya tenéis a vuestra niña. Sé que tendréis que pasar algunas pruebas en unos meses, pero para vosotros no será un problema. Sois estupendos.

-Tú si que lo eres- ya no lloraba-. Tengo su foto junto a mi pecho, no veo el momento de abrazarla.-María se la había enviado por el móvil.

-Pues pronto la tendréis con vosotros. Es una niña maravillosa.

Carlos, emocionado, no tenía palabras.

-Tenemos tantas cosas que organizar. Mi madre está como loca buscando dormitorios infantiles y Carlos, bueno, ya ves, es que de la emoción no puede hablar.

Un silencio y después añadió.

-Te quiero, amiga.

María se incorporó.

-Yo también.

Y colgó. Miró a la pequeña, que se distraía jugando con su zapato.

-Y tú, no sabes la vida que te espera. Papá y mamá, pequeña-y la niña repitió mamá con grititos-. Ahora eres Fátima Valverde Hernández.

Después recordó que Bushra y su grupo ya se habían ido. Hubiera querido despedirse de ellos, pero no pudo. Cuando llegó al hotel, ya se habían marchado. Sí tenía sus direcciones de mail y los teléfonos. Había prometido ayudarlos y eso haría en cuanto llegara a Madrid.

Miró el reloj, era hora de un baño, se tenían que poner guapas. Tenían una cita y era la primera en mucho tiempo.
 

 
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta, estaba esperando desde hace tiempo como sigue esta maravillosa historia. Un abrazo