viernes, 15 de noviembre de 2013


EL LOCO DEL PUEBLO  

 

Hoy he visto la desesperación de cerca, en los ojos de una chica que se encontraba en el Banco con su madre, esperando en una larguísima cola a que le tocara turno para poder pagar no sé que recibo. Su madre cayó desplomada, todos pensamos que por el calor, pero ella aseguraba llorando que era por depresión. Su padre y hermanos estaban trabajando, ella debía marcharse también, porque sino la despedirían. Le insistía a su madre que despertara y se levantara, que no le hiciera eso, le suplicaba. La madre seguía en el suelo, todos atónitos, la cajera abanicándola. Llegó la Policía y también el Sámur, se fueron en la ambulancia. La chica estaba destrozada y sin aliento, derrotada. Su madre no se despertó, aunque sí estaba consciente.

Esto me hizo pensar en las enfermedades mentales y lo complicadas que pueden llegar a ser. Porque no son heridas visibles, ni siquiera con la moderna tecnología que puede ver hasta una célula enferma. Las enfermedades de la mente están ahí, pero no se pueden ver ni tocar. Son abstractas y, a veces, no podemos entenderlas. Nos han programado para que sólo podamos creer en lo que vemos y cuando nos dicen, es que es esquizofrénico o bipolar, tal o cual persona, asentimos, pero sin entender nada. Porque a nosotros nos parecen personas sanas, incluso, coherentes (a mí me ha pasado) y podemos llegar a pensar que es un adjetivo más para designar a alguién que está un poco loco. Pero, ¿quién no lo está en el mundo en que vivimos?.

¿Cómo cerrar una herida abierta en un lugar tan recóndito que es casi inaccesible para el ojo humano?.

Que difícil tiene que ser convivir con ello, tanto para los familiares como para el propio enfermo.

Todavía me acuerdo, cuando pequeña, del loco que había en mi pueblo.  Yo era una niña tan inocente, que pensaba que todos los pueblos tenían uno. Y  me sentía orgullosa, porque era nuestro,  pertenecía a la comunidad, como el parque o la Iglesia.

Este, en concreto, pensaba que era guarda de tráfico y le encantaban los camiones.  Cuando veíamos uno a lo lejos en la carretera del cementerio, lo buscábamos para informarle: ¡Bola, que viene uno!.

Y el corría, con sus zapatillas viejas y camisa desabrochada, a la entrada de la rotonda, haciendo señales con los brazos mientras el camionero lo miraba extrañado. Después iba tras el camión gritando, hasta que éste atravesaba el pueblo.

Era todo un espectáculo, porque los niños corríamos y reíamos detrás de él.

Supongo que tendría alguna enfermedad mental, que ahora se hubiera diagnosticado y tratado con cierta facilidad. Pero entonces era el Bola, el loco del pueblo. Vivía con sus hermanos, que lo querían con locura, era feliz en su inocencia y nos divertía mucho a los niños. La gente lo respetaba, no lo juzgaba y lo ayudaba.

Para nosotros era un niño grande, divertido con sus ocurrencias. Aún con sus 80 años, todavía esperaba a los camiones y autobuses en la carretera. Murió en una residencia, a la que lo llevaron porque el tráfico aumentó y se hizo difícil controlarlo; ponía en riesgo su persona y la de los demás.

Echo de menos su inocencia y la nuestra también.  Era nuestro loco, con cariño, porque lo queríamos.

Ahora los pueblos son impersonales, por lo menos el mío. Se ha globalizado y ya no hay costumbres de pueblo, sino de gran ciudad. Antes, ante la falta de información del mundo exterior, vivíamos inocentes en nuestro pequeño mundo. La tecnología nos ha acercado más a los demás, sobretodo a los que están lejos, pero nos ha alejado de los que están cerca.

Por eso, varias veces en semana, apago el ordenador y la televisión, salgo a la calle y recorro las tiendas del barrio, hablo con los vecinos que apenas veo, observo con detalle como habla la gente entre ella, como se dirige al trabajo o como juegan los niños. Les pregunto por sus familias y enseño a los pequeños juegos ya perdidos. Establezco una telaraña social con mi entorno, porque con el mundo más allá de 15 km, ya la tengo elaborada y sellada.

Así vuelvo a casa y puedo contar, como hacía antes, las vicisitudes de las personas más cercanas, llegándome incluso a preocupar por sus problemas y estableciendo lazos que se habían perdido.

Después vuelvo a conectar el ordenador y accedo a mi red social, la de más allá, dónde también me esperan mis amigos.

En fin….que extraño es el mundo, pero es la era de transición que nos ha tocado vivir, porque quizás, dentro de veinte o treinta años, la comunidad más cercana se haya perdido en pos de una comunidad mayor o más virtual.
 

 
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