Bichito nació un día cualquiera del mes de Marzo,
seguramente lluvioso, porque ese año lo recuerdo húmedo. La encontré paseando
con Kuky, mi perra, en una esquina del parque. Allí vive una colonia de gatos,
a los que la gente normalmente respeta, algunos incluso cuida, llevándoles
comida. Se puede decir que es una colonia feliz.
Esa tarde mi perra estaba bastante pesada, porque
quiso salir antes de lo que la tenía acostumbrada. Insistió en tomar el camino
contrario al parque, algo raro porque era su salida favorita, por la tardes al
parque que hay al final de la avenida.
Pero ella siempre llevaba razón, los que tienen
perros lo entenderán, y le hice caso.
-Hoy iremos por la calle principal-le dije-, por
dónde sólo pasan coches- sé que me entendía.
Volví la mirada al llegar a la esquina, para observar
a los gatos agrupados como comían y ella estaba allí, a mis pies, separada de
los demás, blanca con rabito negro, tan pequeña que cabía en una mano.
Al principio pensé que era de una camada, pues había
más gatitos de su edad, que correteaban alrededor de su mamá. Pero ella no,
estaba sola y apartada, pero no asustada. Se acercó a mi pie, enrolló sus patas
en el rabito negro, miró hacia mí e intentó maullar, pero no salió sonido alguno.
Su carita era una costra amarilla que le impedía
ver, respirar y seguro que comer con normalidad. Supe que si no la cogía me
arrepentiría, que no superaría una noche fría. Así que la envolví en la bufanda
que llevaba y la subí a casa. La limpié con agua templada y le di de beber
leche con miel. Esa noche durmió profundamente, pero yo no. Temía que muriera
antes de que pudiera llevarla al veterinario al día siguiente.
Pero sobrevivió esa noche y muchas más. El
veterinario no auguró buenos pronósticos para su salud, tuvo que tomar muchos
antibióticos y expectorantes. Tuvo que soportar que le echara colirio cada
cinco horas, para las llagas de los ojos, y tomar un jarabe para el intestino,
que creí que la iba a deshidratar…pero sobrevivió.
Tardó en emitir sonidos seis meses y el día que lo
hizo, habló. Llamé a mi marido para decirle:
-Habla, la gata habla.
El reía porque no lo creía, hasta que la oyó.
Emitía sonidos agudos y graves, bajos y altos,
formando un lenguaje propio que todavía tiene.
Kuky, que siempre había sido una perrita más bien
territorial, la aceptó de buen grado. Le permitía todo, que le atacara el rabo,
que le mordiera las patas, que se tendiera en su cesta. Ella sabía que Bichito
era de la familia antes que nosotros mismos. Porque los animales tienen un
sexto sentido, y Kuky fue quién forjó su destino llevándonos hasta ella.
Ha destrozado cortinas en las que le gustaba
enrollarse y ha mordido plantas hasta hacerlas desaparecer. Ha tirado jarrones
y le gusta beber del grifo. Pero se instaló en nuestros corazones desde que
entró.
Ya está mayor, tiene nueve años y convive con un PIV
que ha conseguido no desarrollar. Es fuerte y sensible.
Ha pasado mis enfermedades y operaciones cuidándome.
Cuando no pude moverme en quince días, ella se recostaba a mi lado para darme
calor, en ningún momento se subió encima del vientre, dónde tenía los puntos.
Bastaba que la empujara suavemente con la mano, para que lo entendiera. Y
aunque hiciera calor y pudiera tenderse en la terraza como hacía siempre, venía
para estar a mi lado, como si supiera que su energía me podía curar.
Creo que así era. Desde entonces es mi guía
espiritual, así la llamo. Si tuviéramos un símil o guía en el mundo animal, que
conociera todos nuestros problemas y supiera guiarnos, en el mío sería ella.
Se llama Bichito porque era un trasto de pequeñita.
Ahora forma una parte tan grande de mí, que no me imagino la vida sin ella.
Kuky se fue, en Febrero, ya estaba mayor y delicada.
No sin antes dejarnos alguien en quien apoyarnos, que sabía llenaría el hueco
que ella dejaría.
Ahora me siento en el sillón, con Bichito en mi
regazo. Me mira a los ojos y maúlla, me habla. Hay momentos que la entiendo y
otros no, pero los años de convivencia basta para mirarnos y saber.
A veces, solo a veces, veo que se esconde, como
hacía antes y salta en un momento dado, alzando sus patitas al aire, como
cuando jugaba con Kuky. Y es por eso que sé que está aquí, que a veces viene a
visitarnos aunque nosotros no podamos verla; pero Bichito, ella sí que la ve. Y
es que los animales están conectados al mundo espiritual de una forma que
nosotros hemos perdido. Quizás pudiéramos recuperar esa conexión, si nos
olvidáramos de todos los prejuicios, de la necesidades materiales que nos rodea
y nos hemos creado sin necesitar.
Sólo tenemos que ver la sociedad que hemos construido,
donde los animales no tienen cabida, a no ser que le demos un uso. O nos los
comemos o los utilizamos para satisfacción personal. Cuando ellos ocupan un
lugar y espacio, tanto físico y espiritual en el mundo. No nos tienen que pedir
permiso para vivir. Somos nosotros los que tenemos que buscar una forma de
convivir con ellos respetando su espacio.
Hemos creado ciudades de hormigón donde los perros y
gatos molestan. Dicen que crean suciedad, que pueden morder o transmitir enfermedades.
Y los desterramos. Se nos olvidó que la única dueña del mundo en el que vivimos
es la Naturaleza y que ellos forman parte de ella, incluso antes que nosotros.
No le hemos pedido permiso para matar, contaminar y destrozar, sin embargo lo
hacemos.
Pero la Naturaleza es sabia y un día la balanza se
equilibrará. Si no estamos preparados nos afectará.
Menos mal que todavía hay personas que luchan y
hablan por la igualdad y respeto a los animales. Que hay seres humanos que son
capaces de emocionarse y sacrificarse por ellos. Ellos cambiarán el mundo y
hará que la Naturaleza nos mire con más ternura.
Porque somos iguales, ellos y nosotros. Nuestros
animales no están aquí para ser nuestras mascotas, sino para guiarnos por el
mundo que olvidamos.
Bichito es mi guía espiritual, supongo que muchos de
vosotros tendréis la vuestra y sabréis a lo que me refiero.
La observo de cerca porque su edad me asusta y su
enfermedad también. Ella lo sabe, viene, me lame y se restriega con mis
piernas. Entonces sé que es un camino largo el que ha recorrido y muchas las
cosas que me ha enseñado.
Soy feliz porque he sido una buena alumna y ella me
ha recompensado.
Esta es mi historia con Bichito. Supongo que hay muchas
historias pululando por el mundo. Historias llenas de alegrías y tristezas,
sacrificios y recompensas, de reencuentros y abrazos, con animales especiales
que cambian el mundo de quien los conoce. Y si todos los humanos pudieran vivir, tan sólo una de ellas, el mundo sería un lugar mejor.